Pavel: El............. que volvió al frío

Vaya por delante que el juego de palabras del titular, basado en la novela de John le Carré y la película homónima «El espía que surgió del frío», no presupone idea ni presunción alguna, y menos contra alguien, en este caso un colaborador de GARA y de otros medios, que estuvo dos años y medio prácticamente aislado en una celda en Polonia sin que pesara contra él acusación formal alguna y que tampoco a día de hoy, y por temor a que Varsovia active la euroorden contra él, puede defenderse públicamente de todas las informaciones, no pocas con escaso rigor, que se vierten contra él desde algunas cabeceras.
No tuvo, ni tiene, una fácil defensa. Estaba el 27 de febrero de 2022, escasos días después del inicio de la invasión, en el lugar y en el momento equivocado, en la frontera entre Polonia, a cuyo Gobierno entonces integrista cristiano, no le gustaron nunca sus crónicas y entrevistas en Efe sobre colectivos como el LGTBI+, y Ucrania, cuyos servicios secretos le habían advertido unas semanas antes de que no volviera a pisar suelo ucraniano, donde, desde el Maidan y el inicio de la guerra del Donbass de 2014, había entrevistado a ambos bandos, también al pro-ruso.
Para más inri, Pablo González, como nieto de un “niño de Rusia” que fue llevado a la URSS en plena Guerra del 36, tenía doble nacionalidad: Pavel Rubtsov.
Y, para colmo, colaboraba, entre otros medios, con GARA, siempre en el punto de mira de los que lo denostan carroñeando sobre el violento pasado de este pueblo y los que lo critican, desde el otro lado, por hacer eso, periodismo.
Lo tenía todo para ser presuntamente culpable. Hasta fue liberado en agosto de este año, seguro que por EEUU, en un intercambio de espías-prisioneros entre Washington y Moscú. La imagen de Pavel bajando del avión en Moscú y estrechando la mano del presidente ruso Vladimir Putin en la recepción dio la vuelta al mundo.
Lo tenía todo, insisto. Pero, ¿trato con toda esta reiteración de exculparle?
No. Me niego asimismo a comparar su caso con el de otros. Creo que las comparaciones son dañinas. No convencen al contrario y debilitan la propia posición, aunque levanten aplausos entre los allegados.
Yo no digo que fuera o sea espía o que no lo fuera o no lo sea y que estemos ante esa delgada y peligrosa línea que separa al periodista en escenarios de guerra y conflicto del colaborador circunstancial e incauto de los servicios de inteligencia de uno u otro bando.
La mano en el fuego la pongo solo por mí, y leo y escucho a todos los activistas opositores rusos y periodistas que aseguran que era un espía del GRU (Departamento Central de Inteligencia ruso). Y he leído a los que, desde medios euroasianistas panrusos, le califican de héroe de Rusia.
Solo sé una cosa. Pablo ha vuelto al frío. Lejos de donde viven sus tres hijos.