Jairo Vargas
Entrevista
Irene García Galán
Escritora y militante feminista

«En el feminismo se está despertando una conciencia de que hay que plantar cara a determinadas ideologías»

Irene García Galán recupera la idea de que lo personal es político en su ensayo «Hilaria», un recorrido por la historia de su tatarabuela y su familia en la convulsa primera mitad de siglo XX en Euskal Herria, que le sirve para afinar una teoría feminista, antifascista y anticapitalista. Tras su primer libro «El terror feminista» y su activismo en diversos movimientos de París, la joven vasca ya se ha colocado como una de las nuevas voces más relevantes e irreverentes del feminismo radical del Estado francés.

Irene García Galán, escritora y militante feminista.
Irene García Galán, escritora y militante feminista. (Jairo Vargas)

Irene García Galán (Donostia, 1999) prescinde de sus apellidos para firmar sus libros. Aunque eso no significa desapego familiar. Una buena prueba de ello es su ensayo, “Hilaria” (Errata Naturae), en el que recupera la escasa información que se conserva sobre su tatarabuela donostiarra y sus siete hijos e hijas para tejer un ideario feminista con el anarquismo y el antifascismo como condición indispensable. A la vez es un ejercicio de memoria histórica, apunta, que recorre partes de la Donostia de principios del siglo pasado, como la casa familiar de la calle Peñaflorida que acoge a hijos, nietos y biznietos, y que sirve de taller de costura a las hijas de Hilaria. Pero también se pasea por lugares más oscuros, como la cárcel de Ondarreta, donde su tatarabuela y su hija Lola fueron encerradas durante la Guerra del 36 simplemente por ser familia de militantes antifascistas.

«Contar la historia de Hilaria, la de su progenitora, la mía, permite poner de manifiesto los vínculos existentes entre lo personal y lo colectivo, entre lo íntimo y lo político», afirma Irene en su libro, su segundo ensayo después del éxito de su primer trabajo, “El terror feminista” (Kaxilda), que causó impacto en el Estado francés al abordar la violencia como herramienta política feminista. Graduada en Historia Contemporánea, Irene prefiere definirse como militante política y como camarera, «porque los libros, de momento, no me pagan el alquiler», enfatiza. Pero, a pesar de su juventud, la autora se ha hecho un hueco entre las voces feministas francesas del momento, sin olvidar la herencia cultural de la Euskal Herria en la que creció, al otro lado del Bidasoa. Recién aterrizada en Madrid, recibe a 7K en la sede del Institut Français para conversar sobre su nueva obra.

¿Por qué vio en «Hilaria» no solo el título, sino el eje para abordar un libro tan teórico? El título generó un poco de conflicto con mis editores. Decían que no se entendía, que un ensayo sobre feminismo revolucionario no podía titularse con un nombre propio común. Pero precisamente el libro va de eso, de hacer existir a mujeres inexistentes, invisibles, como mi tatarabuela. Peleé por ese título y creo que es de lo que más le ha hablado a mucha gente, porque da importancia a alguien que no era importante a nivel social o histórico. Empecé a tejer este trabajo después de escribir mi primer libro, que trata sobre la violencia feminista. Su conclusión ya empieza a esbozar un poco más teoría feminista, anticapitalista y anarquista y, a partir de ello, empiezo a escribir textos sueltos, sin un propósito claro. En paralelo empiezo a descubrir partes de la historia de mi familia, a saber de primas y primos que yo no había visto en mi puñetera vida y me empiezan a contar cosas. Es cuando comienzo a tender puentes entre esa historia y esa teoría feminista. No invento nada nuevo, creo. Expongo cosas que ya han dicho otras mujeres. Simplemente lo encarno, lo personalizo de alguna manera, para darle más vida.

Reconoce que en realidad no tiene demasiada información sobre Hilaria, algunos datos, retazos de la memoria familiar y pocos documentos. ¿Le ha sorprendido algo sobre su historia y la de sus siete hijos e hijas? Me ha sorprendido casi todo porque no conocía nada. Casi nadie sabe lo que su familia ha hecho en la Guerra Civil o antes o después, porque hay una especie de silencio generacional que todavía nos persigue a la gran mayoría. Me sorprendió que mis tíos fueran militantes socialistas e independentistas vascos, que tuvieran que huir de Donostia a Bilbo cuando llegan las tropas fascistas, que acabaran en la cárcel. De mi tío Txiqui solo sabía que tuvo un grupo de música famoso, nada más. De los hijos de Hilaria yo solo conocía a mi tía Pili, la única de la familia que sí quería hablar del pasado, de la guerra. Pero la habré visto dos veces en mi vida, cuando era muy pequeña. Mi padre siempre hablaba de Hilaria y sus hijas como mujeres adelantadas, diferentes, independientes, y eso me interesó mucho.

1•Hilaria Rezola Murua, tatarabuela de la autora, en un retrato sin fechar. 2• Coro Lahuerta Rezola, hija de Hilaria y tía de la autora. 3• Conchi Lahuerta Rezola, hija de Hilaria y bisabuela de la autora. 4• Pilar Lahuerta Rezola, hija de Hilaria. La tía Pili de Irene, la única de las hijas que hablaba del pasado y que dejó notas cortas escritas en hojas de papel sobre su madre y sus hermanas. 5•Lola Lahuerta Rezola, hija de Hilaria, que sería encarcelada en Ondarreta en 1938 tras la toma de Donostia por las tropas franquistas. Cortesía de Irene García Galán

 

 

¿Falta memoria histórica sobre la gente común de aquella época? Estudié Historia y ahora hago investigación universitaria en Francia sobre la Historia Contemporánea de España, muy centrada en mujeres anarquistas exiliadas. Aquí sí me ha sorprendido la gran desmemoria sobre los exiliados, que fueron muchísimos miles. Están doblemente olvidados, tanto por los españoles como por los franceses. A veces le digo a amigas francesas: “¿Tú sabes que hubo campos de concentración en Francia antes de la Segunda Guerra Mundial?”. Dicen que ni idea. Y estamos hablando de un éxodo de casi medio millón de personas que llegan a Francia en dos semanas. Cuando he visitado el antiguo campo de Argelès, el más conocido, solo ves una playa. Nada recuerda que en su día hubo allí miles de personas exiliadas tras la Guerra Civil.

Es en el Estado francés donde milita y ha publicado sus primeros libros. Sin embargo, asegura que su teoría tiene un arraigo cultural y geográfico propio, ya que nació y creció en Euskal Herria. ¿Cómo define y cómo encaja en los movimientos sociales de París esa herencia cultural? Viví en Euskal Herria hasta los 18 años y llevo en París solo ocho. Crecí en Hendaia, la frontera. Se supone que es el Estado francés, pero allí casi todo el mundo tiene DNI español. Pero, a la vez, y sobre todo, es Euskal Herria, con una mentalidad bastante peculiar. Crecí hablando en castellano, francés y euskara, aunque lamentablemente ya no lo hablo. Cuando llego a París me doy cuenta de que lo que yo he vivido de pequeña y adolescente no tiene nada que ver con lo que me encuentro, a pesar de que he crecido en el Estado francés. Por ejemplo, a nivel de feminismo, es cierto que Euskal Herria y España tienen muchos problemas, pero a Francia le damos mil vueltas. Venía de un sitio donde decir que eras feminista era algo normal, pero en París lo decías y sonaba raro. Y estábamos en 2017. Es ahí cuando las cosas empiezan a cambiar, pero hay cierto retraso en muchas cuestiones.

¿Por ejemplo? La francesa es una sociedad más patriarcal en general. Las cuestiones de LGTBI cuestan mucho más asimilar. No solo a nivel jurídico y legal, sino también social. Las cosas en estos últimos años han cambiado mucho y rápido, porque desde el feminismo hemos ganado bastantes terrenos. Pero incluso en París, en cuanto sales del microcosmos militante, ves cosas que te llaman la atención. Algunas son tonterías, como cuando vas a un restaurante y te llaman mademoiselle. Es la cosa más machista, significa que tú hasta que no tienes un marido no eres adulta, no eres madame. Siempre me he peleado con eso, pero la gente no lo entiende. Parece algo sin importancia, pero es una muestra de que el patriarcado está muy arraigado en la cotidianidad.

Hilaria y sus hijas le sirven en este ensayo para desmontar el mito del trabajo como herramienta de liberación de la mujer. ¿Cómo lo resume? Suele haber una idea preconcebida de que las mujeres empezaron a trabajar durante la guerra, cuando los hombres estaban en el frente y no en las fábricas, y que eso las empezó a liberar. Pero en realidad, las mujeres pobres, de clase trabajadora, como Hilaria y sus hijas, siempre han trabajado. Trabajaron en los campos, en las fábricas y en casa. La idea de que las mujeres empiezan a trabajar en el siglo XX es una visión completamente burguesa del feminismo de mujeres privilegiadas que, efectivamente, hasta ese momento no habían tenido que salir de casa.

Por otra parte, está el tema del trabajo no salariado y no reconocido como tal. Sobre todo, el trabajo doméstico. Las teóricas feministas, a partir de los años 70, empiezan a hablar de la teoría del trabajo de reproducción social. Gracias a que esas mujeres cuidan la casa, a los niños, a los ancianos, a los enfermos, pues hacen que tú como hombre puedas ir a trabajar. Y al final eso es lo que reproduce socialmente el trabajo en un sistema capitalista. Lamentablemente, hoy se sigue pensando eso. Creo que es una forma de invisibilizar a las clases trabajadoras y seguir difundiendo un feminismo desde un prisma burgués y liberal en el que es el salario lo que nos liberaría. Como si no hubiera una inmensa mayoría de la población oprimida por el capitalismo y el trabajo además de por el patriarcado. Yo también soy camarera, y no me siento más liberada por trabajar todos los días en el restaurante. Esta idea se instrumentaliza por un feminismo más liberal, más despolitizado, y dejamos de hablar de explotación para hablar de desigualdad.

Critica con dureza el feminismo liberal, que no aspira a acabar con la opresión, sino a que determinadas mujeres puedan ejercerla igual que los hombres. ¿Le concede algún avance o conquista social a este feminismo? El feminismo liberal ha conseguido avances para ciertas mujeres. Siempre es ese el problema, para quién se logran los avances. Para las mujeres racializadas, migrantes, la más pobres, no lo creo. Es un feminismo que se centra mucho en derechos: legales, penales, etc. Pero, al final, tener derechos por ley, si no tienes condiciones materiales para ejercerlos, no te sirve de nada. Yo tengo derecho a ser una gran ejecutiva y jefa de una empresa, a ser rica, a hacer lo que quiera, pero no tengo condiciones materiales, yo vengo de una familia que no tiene dinero, yo soy camarera para pagarme mi piso y mis estudios, pero tengo derecho a hacerlo.

¿Sus planteamientos le han generado en el Estado francés críticas en este sentido? En Francia se ha sumado el tema de Palestina. El sionismo tiene bastante arraigo y generó un gran conflicto durante el 8M del año pasado en París. Durante la organización de las protestas se permitió la presencia de un grupo sionista, que no es un grupo feminista. Se dedica a instrumentalizar las violencias sexuales para legitimar el sionismo y la ocupación de Palestina. Obviamente, protestamos, pero este grupo vino y acabó agrediendo a compañeros de organizaciones palestinas. También tenemos grupos que instrumentalizan el feminismo desde la extrema derecha. Vivimos un auge brutal de grupos de chicas nazis o neonazis que dicen pelear por los derechos de las mujeres, pero su discurso básicamente es que las mujeres están en peligro porque hay muchos migrantes, muchos musulmanes, muchos árabes. Y estos grupos marcharon en la manifestación del pasado 25 de noviembre protegidos por la Policía.

Esto resume bien la urgencia de la defensa que hace de un feminismo revolucionario, anticapitalista, antirracista y antifascista en pleno auge de la ola reaccionaria a nivel mundial. ¿Hay alguna respuesta dentro del movimiento en la línea que plantea? Sí, veo que el feminismo en general se está organizando contra la ola reaccionaria, pero por las malas, tarde y porque ya no queda otra. Creo que en el feminismo, al margen del anarquismo y el anticapitalismo, se está despertando una conciencia de que hay que plantar cara a determinadas ideologías. Hemos conseguido que organizaciones que no eran radicales, por llamarlo así, ahora se posicionen contra la presencia de estos grupos, no solo simbólicamente, sino también físicamente. Este 8M en París ha sido ejemplar en este sentido. Nos hemos organizado muy bien, incluidos los colectivos que el año pasado dejaron marchar a los grupos sionistas y ultras. Ha habido unidad entre anticolonialistas, feministas y antifascistas para que esta gente no marchara. Fueron 120.000 personas las que se manifestaron en París, algo brutal. Y los compañeros del final de la marcha tuvieron que bloquear físicamente a estos grupos reaccionarios, a los que protegían 200 policías. Y hubo violencia policial, algo muy normal en el país últimamente.

Pese a su postura crítica por definición, ¿encuentra organizaciones políticas en el Estado francés que estén cerca de los postulados que defiende en «Hilaria»? No me gusta mucho hacer de policía ideológica, pero creo que, en Francia, la derecha macronista ha intentado crear un feminismo institucional, desde el Gobierno, pero a día de hoy ya ni siquiera se pretende hacerlo. Los partidos ecologistas tienen bastantes portavoces mujeres y tratan de llevar una línea feminista, pero la considero muy básica, sin ningún fondo político. Lo más a la izquierda sería la Francia Insumisa, y me han sorprendido positivamente bastantes cosas, como su firme postura en defensa de Palestina y contra la violencia policial. Es un partido con el que se puede trabajar de ciertas maneras y creo que son útiles. En un momento de enorme violencia policial contra las protestas en las calles, sus diputados se mojan y van a comisaría a ver a compañeros detenidos o se ponen delante de la Policía cuando hay hostias. Les voy a criticar en muchas cosas, pero hay que reconocerles que están haciendo un buen trabajo y que les están dando por todos los lados.

Uno de los puntos más polémicos de su libro es el que aboga por la eliminación del sistema carcelario a nivel general. Para ello, recuerda que Hilaria y sus hijas pasaron por la cárcel tras la Guerra del 36. Las mujeres de mi familia sufrieron la represión franquista, como muchas otras, por ser madre y hermana de rojos. Las mujeres eran represaliadas por ser rojas o por ser “familia de”. Miles de ellas fueron encerradas, humilladas, rapadas, violentadas y torturadas de diversas maneras. Los hombres también lo fueron, pero a ellas se les aplicaba además una dinámica de género y la violencia pasaba mucho a través de los hijos, que se los quitaban. Mi tatarabuela y mi tía Lola fueron represaliadas, pero nada en comparación a muchas otras. De lo que les pasó en la cárcel, no se sabe nada. No tengo constancia de que lo hayan hablado nunca. Pero lo mismo pasa con mis tíos, que también estuvieron encarcelados. La cárcel es un instrumento del poder para defender el statu quo. Es racista, patriarcal y capitalista. Y en regímenes fascistas es el elemento principal para disciplinar a las masas y machacar toda contestación mínima.

También lamenta que se responda siempre que, con su postura, todos los violadores estarían en la calle. ¿Cómo contesta a esas cuestiones? Cada vez que se pone sobre la mesa la crítica a la cárcel y al punitivismo, lo primero que se esgrime es la violencia contra las mujeres. Pero es que los condenados por estos delitos son una mínima parte de la gente que está en prisión. Es importante separar la cuestión de la cárcel de la cuestión de los violadores. No podemos dejar de criticar algo inhumano y horrible como es la cárcel solo por el hecho de que hay una minoría que está ahí por haber atentado contra mujeres.

Las instituciones se han alimentado mucho de este discurso feminista sobre la violencia sexual para fomentar más cárceles, más medidas carcelarias, más medidas penales, más presencia policial. Cuando el Gobierno de Macron todavía fingía ser feminista, lo único que hicieron fue leyes contra migrantes y contra el acoso callejero. En realidad, solo consistía en poner más Policía en los barrios pobres. Como militante política, lo que veo más a menudo es que intentan meter en la cárcel a compañeros por protestar contra la situación en Palestina, por denunciar a un puto nazi en París. Yo nunca he ido a un juicio por violación porque muchas veces ni siquiera nos cogen las denuncias. Si preguntas a tus amigas si han sufrido algún tipo de violencia sexual, ¿cuántas crees que dirían que sí?

Creo que casi todas. Entonces, eso significa que casi todos los hombres en un momento dado de su vida han agredido sexualmente. ¿Los metemos a todos a la cárcel? Creo que no se podría. ¿Qué hacemos entonces con los violadores? No lo sé, no creo que haya una solución. Primero porque no todos los casos son iguales y no todas las víctimas tienen las mismas necesidades.

Precisamente ha sido un caso de violación lo que más ha removido a la opinión pública del Estado francés y de muchos países. ¿Cómo ha vivido el caso de Gisèle Pelicot? Lo que ha vivido esta mujer en concreto es horrible, una pesadilla, parece algo irreal. Y, sin embargo, cristaliza mucho todo lo que las feministas decimos desde hace años, no importa ni la edad ni la clase social. Yo lo he vivido, como muchas mujeres, con mucha angustia, semana a semana viendo cosas nuevas y terribles en la prensa. A nivel militante, se ha comparado con el caso de la manada. Pero en Francia no ha desatado una movilización masiva en la calle, es curioso. Después, cuando vi las sentencias, no sé cómo explicar lo que sentí. Por una parte, pensé que estaba bien que haya un reconocimiento social, institucional, judicial y político sobre lo ocurrido. Luego, a nivel penal, pensé que estas condenas no significan ni que estas personas no vayan a hacer lo mismo y, sobre todo, que no vaya a haber gente que lo siga haciendo.

El libro termina con un alegato anarquista y con el recuerdo de tantas militantes de principios del siglo XX que no querían llamarse feministas. ¿Por qué sabemos tan poco de ellas? No se decían feministas por una sencilla cuestión de clase, porque las llamadas feministas eran burguesas. Pero, al mismo tiempo, el anarquismo ha sido muy machista siempre, como cualquier otro movimiento político. De hecho, hoy en día se las podría considerar más feministas que otras mujeres de movimientos posteriores, porque tenían unos pensamientos sobre la familia, sobre el matrimonio o sobre la maternidad mucho más avanzados y revolucionarios que en generaciones posteriores. Lamentablemente, con la dictadura franquista y con las guerras en Europa, se perdieron bastantes cosas. Luchaban por los derechos de las mujeres simplemente poniéndole otros nombres y tuvieron que pelearse mucho en el seno del movimiento anarquista, donde los hombres eran absoluta mayoría. Ahora que investigo sobre mujeres anarquistas exiliadas en Francia desde 1939, me he topado con muchos discursos que denunciaban que, a pesar de ser militantes, luego en casa tenían que soportar el machismo de sus maridos, que no hacían nada. O que no tenían tiempo para organizarse, leer o ir a asambleas porque tenían que cuidar la casa, a los niños y su propio trabajo. Tampoco les iba la vida en conseguir el sufragio universal para que las mujeres pudieran votar. Para ellas era importante solo hasta cierto punto, porque los hombres de la época ya podían votar, pero seguían siendo pobres, de clase trabajadora explotada por la patronal. Analizaban que el voto por sí solo no iba a poner fin a ese sistema de clases. He querido rescatar parte de todo esto en el libro para romper un poco algunos mitos sobre la lucha feminista de aquella época.