El pinzón que voló de Pasaia a Siberia
La Oficina de Anillamiento de Aranzadi ha cumplido 75 años, cumpleaños que ha celebrado con la publicación de un monográfico de más de 600 páginas con todos sus descubrimientos sobre aves a las que ha puesto aros metálicos, que incluyen logros asombrosos. Gracias al empujón de los voluntarios, el anillamiento de aves en Euskal Herria vive un buen momento.

Un pinzón es un fringílido, un primo silvestre del canario, al igual que los jilgueros o los verdecillos. Pese al aspecto un tanto regordete, un ejemplar adulto apenas pesa 21 gramos. Sus vivos colores rojizos y su canto, tradicionalmente lo han hecho muy apreciado para meterlo en una jaula y tratar de convertirlo en animal doméstico. En muchos pueblos de Euskal Herria, ciertas prácticas furtivas para atraparlos no se han perdido, como el uso de reclamos y pegamentos o ligas especiales que se untan sobre huesos cruzados de pluma de paloma. Los primeros días, el pinzón (txonta arrunta) se lanza con desesperanza contra los barrotes de su prisión. Es fácil que muera así. Que muera de pura pena, se solía decir. ¿Adónde quiere ir?
Aunque el uso de palomas mensajeras se conoce desde la antigüedad y así se llegaron a comunicar los vencedores de las Olimpiadas en Grecia, colocar un aro metálico a la pata de un pájaro simplemente para saber adónde irá es una idea muy reciente en la historia. El anillamiento científico -esto es, la colocación de esta pequeña anilla con un remite para que, en el caso de que alguien encuentre el ave, contacte con el anillador- nació en el año 1899. En junio, un clérigo danés llamado Hans Christian Cornelius Mortensen colocó el primer arete a un estornino pinto con la inscripción “Viborg1”.
Antes de finalizar ese año, 165 de estos estorninos pintos (en euskara, araba zozo pikarta) se echaron a volar cada uno con una anilla única que lo distinguía a él de todos los demás. Al año siguiente, fueron 410. La práctica se fue popularizando entre otras asociaciones científicas y grupos de amantes de los pájaros de toda Europa. Cuando murió el clérigo danés (1921), Mortensen había anillado más de 5.000 aves de 33 especies distintas. Y lo más fabuloso de todo: había logrado recuperar 400 de esas anillas únicas que identificaban a cada pájaro concreto.

En 1949, el primer secretario general de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Jesús Elósegui, escribió a Madrid para que le facilitaran anillas. Pero el Museo Nacional de Ciencias le respondió que ellos no disponían de anillas para aves. Así que Elósegui hizo dos cosas: crear una Sección de Migración y Aves dentro de Aranzadi (que luego pasó a denominarse Oficina de Anillamiento) y fabricar sus anillas metálicas con un código propio. Y si Mortensen cerró su etapa con 5.000 anillamientos, los números de Aranzadi tras los 75 años en activo que alcanzó en 2024 están por encima de los dos millones.
En cuanto a recuperaciones de aves anilladas, la historia se remonta un poco más atrás, porque antes de comenzar a fabricar pequeños aretes cifrados, algunos ornitólogos vascos se habían topado con aves con remites de otros equipos europeos desde la década de 1910 y se habían puesto en contacto con ellos, comenzando así con esa investigación científica en red que acababa de nacer. Hoy, las recuperaciones de la oficina están por encima de las 300.000.
ALGUNAS AVES QUE ASOMBRARON A SUS ANILLADORES
Una entre esas dos millones de aves anilladas era un pinzón, al que capturaron ornitólogos de la oficina en el año 1971 en Pasaia, pero que, en lugar de encerrarlo en la jaula, lo dejaron de nuevo en libertad colocándole la anilla con la identificación “A72180”. En aquella época, los ornitólogos vascos se centraron en esta familia de aves, logrando 281 recuperaciones de jilgueros, que en un tercio de las ocasiones aparecían en terceros países: Alemania, Gran Bretaña o Marruecos... Descubrieron, así, el verdadero rango de vuelos de los jilgueros que pueden verse en Euskal Herria.

El caso del pinzón con la anilla “A72180” fue especial. Dos años después, fue documentada su presencia en las estepas de Siberia. De este modo, se convirtió en el ave que más hacia el este ha viajado de esas dos millones de aves con anilla de Aranzadi.
No resulta, sin embargo, la más viajera de todas. El récord de distancia lo tiene uno de esos bisturíes del aire que de puro aerodinámicas son las golondrinas. Fue anillada en Doñana y luego emprendió su viaje a África, pasando por encima de todo el continente, hasta detenerse en Sudáfrica.
Y un pajarillo diminuto, un macho de carricero común, al que se anilló con el código “1Y79420” en 2017 en Txingudi deja pequeña la hazaña de la estilizada golondrina. Con tan solo 10 gramos (que es lo que pesa un huevo de codorniz) fue recapturado una y otra vez en el mismo lugar durante siete años, hasta 2023. Estas pequeñas aves se desplazan entre 3.500 y 4.000 kilómetros en cada migración. Y esto implica que superó los 42.000 kilómetros de vuelo sobrevolando el Sahara y, probablemente, el Sahel.
Otro ave de récord, esta vez una gran carroñera como es el alimoche, desconcertó a los científicos de Aranzadi. Fue anillado en Nafarroa en el desierto de Las Bardenas, cuando tenía dos años de edad con la clave “F3062”. Este buitre blanco se recapturó en 2020 en Catalunya, convirtiéndose en el ejemplar de esta especie en libertad más longevo que se ha documentado. Además, en su segunda captura, los ornitólogos catalanes le colocaron un aparato de seguimiento más sofisticado, que enviaba una señal GPS y que permitió rastrear al ave sobrevolando Mauritania. En su caso, la estimación en kilómetros de vuelo solo para completar sus procesos migratorios se eleva por encima de los 224.000. A los que, si se añaden los vuelos que realiza para alimentarse o reproducirse, otorga a “F3062” una distancia recorrida por encima de los 300.000 kilómetros.

Juan Arizaga es el heredero de esta tradición de ornitólogos vascos y el responsable actual de esa Sección de Ornitología. Al haberse cumplido los 75 años de anillamiento, han elaborado una guía con sus principales descubrimientos, un atlas de más de 600 páginas dedicado a las especies que se lanzan a volar con anilla metálica. Con la intención de ampliarlo después a especies con las que se usa otro tipo de elementos de seguimiento, como las anillas de color, que son más grandes y que se emplean con aves de gran envergadura, como las cigüeñas, las gaviotas o las espátulas comunes (mokozabalak).
Estas segundas anillas tienen una gran ventaja sobre las pequeñas, dado que el código numérico que emplean puede identificarse a través de una fotografía, lo que permite documentar y reportar su localización exacta sin necesidad de capturarla o de que alguien se tope con el pájaro muerto y contacte con la oficina remitente. Y, por otro lado, capturar una rapaz o cualquier ave de gran envergadura resulta más complejo y esforzado.
DONOSTIA, DOÑANA, BALEARES
La golondrina que voló un continente entero, 8.576 kilómetros, fue anillada en Doñana. Arizaga explica que este humedal ha sido clave en los hallazgos de la Oficina de Anillamiento con base en Donostia. La razón está en la carta que envió Elósegui en 1949. En el Estado español no había nadie anillando, así que, cuando en Doñana -que es uno de los humedales clave del Sur de Europa- despertó el interés por investigar las migraciones de las grandes aves palustres, buscaron el apoyo de los ornitólogos de Aranzadi, quienes les enviaron los materiales que habían preparado. Por eso los códigos de las anillas de Doñana remiten también a esa oficina de Donostia.

«En Donostia realizamos la gestión de datos de la mayoría de los anillamientos que se realizan en el Estado. Más del 60% de las aves llevan nuestros códigos. Aunque también gestionamos datos de otras oficinas que emplean sus propias claves», explica Arizaga.
La Oficina de Anillamiento de Aranzadi cuenta con tres centenares de anilladores, además de los equipos asociados de la Estación Biológica de Doñana (EBD) y el Grupo Ornitológico Balear (GOB). El Institut Català d’Ornitología (ICO) coloca en las patas de las aves unas claves distintas, pero también depende de la Oficina de Aranzadi para gestionar sus datos. A su vez, la Oficina trabaja en red con sus homólogas europeas, a través de un espacio que se denomina Euring, que nació en 1963 y del que los ornitólogos vascos forman parte desde su fundación.
Al equipo de Doñana debe Aranzadi uno de sus descubrimientos más asombrosos, que se realizó en 1956 al anillar unas garcetas ibéricas comunes. Aquellas aves no se marchaban rumbo a África, porque eran capaces de atravesar el océano Atlántico, aprovechándose, como las velas de las carabelas de Colón, de los vientos alisios.
En lo que respecta a las aves migrantes con presencia en Europa, el trabajo de la Oficina de Anillamiento constató que Araba, Bizkaia y, singularmente, Gipuzkoa juegan un papel geoestratégico clave para las rutas de numerosas especies. No es extraño que los voluntarios de la Oficina se encuentren con ejemplares que provengan de las Islas Británicas, Centro Europa, la Península Escandinava o incluso desde la remota Islandia.
El régimen de vientos junto a la barrera física que conforman los Pirineos convierten a Gipuzkoa en una suerte de embudo en el que convergen aves de 26 países diferentes rumbo a sus zonas de cría o de invernada, situadas generalmente en África.
Según su procedencia, cuatro países acumulan más del 60% de las recuperaciones: Gran Bretaña e Irlanda, el Estado español y Bélgica. De hecho, en Araba, Gipuzkoa y Bizkaia se recuperan más aves anilladas en las Islas Británicas (18,2%) que en el resto del Estado (16,4%). Gipuzkoa acumula, por otro lado, el 70% de los anillamientos y el 45% de las capturas, siendo la Bahía de Txingudi uno de los puntos más usados. Aunque estos datos están relacionados también con el tipo de aves que se anillan y se recuperan y el por qué se recuperan.

DE LA ESCOPETA A LA JAPONESA
La mayoría de las aves que se han «recuperado» en la Comunidad Autónoma Vasca ha sido mediante la caza. Arizaga explica que «dar con un pájaro anillado es encontrar una aguja en un pajar. Si poco a poco logramos acumular datos es solo gracias a que hay mucha gente anillando en numerosas oficinas. Hace unos años, sobre todo encontraban anillas los cazadores pero, poco a poco, el peso se va desplazando hasta los voluntarios, sean investigadores o conservacionistas».
Antes de los 60, la mayoría de las anillas recuperadas provenían de avefrías y gaviotas reidoras a las que disparaban los cazadores. Ya no es así. Desde el año 2000, la mayoría de las recapturas son de pequeños carriceros, destacando la chocha perdiz (oilagorra, en euskara), zorzales (birigarroak), golondrinas (enarak) y ruiseñores (urretxindorrak).
Maite Laso, otra de las autoras del atlas conmemorativo de los 75 años de la oficina, se enganchó al anillamiento en 2008. Ocurrió una mañana en la que acudió a Txingudi en calidad de investigadora a atrapar aves mientras terminaba los estudios de Biología. Se había propuesto comparar la migración de otoño con la de primavera, pues en otoño cuando las aves viajan hacia el sur, siempre se consiguen atrapar más pájaros.
Aunque hay diferentes métodos, según la especie, uno de los más comunes es el uso de la conocida como red japonesa. Se trata de una malla de hilos finos y sin tensar que se extiende sobre dos postes largos colocados de forma vertical. Los pájaros pequeños chocan contra ella y la atraviesan parcialmente hasta quedar encapsulados entre las hebras. La trampa funciona con la suficiente suavidad como para que el animal no acabe lesionado durante el proceso.
Laso explica que lo común, en una jornada de anillamiento, es comenzar bien pronto. Quedan a eso de las cinco y media de la madrugada para extender las redes. «A la mañana, salvo los nocturnos, los pájaros suelen estar más activos, por lo que es más fácil capturarlos. Existe otro periodo de mayor actividad, unas dos horas antes de que anochezca», explica.
Las japonesas se dejan extendidas durante unas cuatro horas, y las aves que caen en la trampa se recogen con cuidado de entre los hilos de la red y se llevan a una mesa de trabajo, en la que se anotan ciertos parámetros: la especie, su sexo, el peso y el tamaño... Acto seguido, se le adjudica su anilla específica y se le suelta de nuevo con la esperanza de que alguien, en alguna otra parte, lo vuelva a atrapar y, con suerte, pueda pesarlo y medirlo de nuevo para tener algún detalle sobre su estado de salud.
En cuanto al tipo de anilla -o de GPS que se colocan en la espalda, como el caso del viejo alimoche bardenero- existe una regla básica, que es que el aro no suponga más del 3% del peso total del ave. Se entiende que, de este modo, su vida no se va a ver afectada.

Laso detalla que las redes japonesas son lo más habitual para pajarillos, pero que también usan jaulas para las rapaces y las gaviotas. Y que, para algunas especies como es el caso de la becada (oilagorra), se llegan a emplear cazamariposas durante la noche. Hay métodos, sin embargo, que están prohibidos, como el tradicional uso de reclamos y pegamentos que tradicionalmente han usado los furtivos para enjaular a pinzones o jilgueros.
En cualquier caso, ser anillador no es fácil y se requiere formación antes de obtener el carné. Laso estima que el 70% de los anilladores con los que cuenta la Oficina son voluntarios. Aunque la financiación pública es escasa, el interés que despierta esta actividad es mayor que nunca en la actualidad.
Paradójicamente, esto no se debe al auge de la ciencia ciudadana que han propiciado ciertas aplicaciones para móviles que permiten, a través de fotografías o de su canto, detectar la presencia de una especie en una determinada zona. En realidad, el empujón a la actividad de anillamiento lo están dando los jubilados o las personas que se acercan a la edad de retiro y que están demostrando no solo interés, sino el nivel de compromiso suficiente para convertirse en anilladores acreditados.
La actividad resulta muy gratificante desde el momento en que te permite manipular y observar las aves o disfrutar del amanecer en sitios privilegiados. «Una de las grandes satisfacciones es capturar a un ejemplar que ya tiene anilla. Aquí nos pasa bastante con el carricerín cejudo, que es una especie en extinción, que vuelve sistemáticamente. Es algo impresionante, porque esa avecilla ha hecho 6.000 u 8.000 kilómetros y ahí lo tienes de nuevo. Hay que tener en cuenta que recapturar es dificilísimo y la emoción es enorme», remarca Laso.
EL CAMBIO CLIMÁTICO Y LAS MIGRACIONES
Analizar los recorridos de las especies no solo aporta información sobre las aves en sí, sino también en la importancia de ciertos ecosistemas y también arrojan evidencias sobre el proceso de transformación que está teniendo lugar en el planeta. Arizaga destaca la importancia de humedales como Txingudi, Urdaibai o Salburua. También el mantenimiento de las campiñas y los setos para que se refugien tanto las aves que viven de forma permanente, como las estacionales o las que, simplemente, están de paso.
«Algunos cambios estamos viendo con el paso de las décadas. Antes la avefría era muy común, ahora está en declive. Y, sobre todo, las aves cada vez invernan más al norte, porque la temperatura es más cálida. Ciertas especies, como algunos gansos, cada vez son más difíciles de ver surcando el cielo, simplemente porque ya no necesitan volar tan abajo y encuentran comida suficiente al norte de los Pirineos», prosigue.
Además de esta tendencia en el acortamiento de las migraciones de ciertas especies, empiezan a notarse, aunque todavía está en fase de estudio, ciertos cambios en la época en la que las aves migran. «Algunas parece que están adelantando las fechas en las que emprenden su viaje, mientras que en otras sucede al contrario, que se retrasan. Sin embargo, no hay evidencia suficiente como para afirmar científicamente esto».
En cuanto a la gestión de su trabajo, la decana de las Oficinas de Anillamiento del Estado español emplea la web ring.eus, donde se encuentran todos los datos para sumarse a esta práctica, pero también los pasos a seguir en el caso de que cualquier persona se encuentre un pájaro con anilla. Antes había que rellenar una ficha rosada a mano, e incluso enviar físicamente la anilla. Ahora, basta con completar un formulario con el código y la especie. La recompensa es que Aranzadi se compromete a enviarle toda la información sobre el ave, porque quién sabe si viene del desierto del Sahel o de la misma Siberia.
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