Jairo Vargas
Entrevista
Caelainn Hogan
Periodista y escritora

«Muchas madres solteras huyeron de Irlanda porque tenían claro que allí nunca serían libres»

La periodista irlandesa Caelainn Hogan desgrana en «La república de la vergüenza» cómo la Iglesia y el Estado castigaron sistemáticamente a las madres solteras y a sus “hijos ilegítimos”. Un relato sobre fosas comunes de bebés, lavanderías de trabajo esclavo, un lucrativo negocio y un manto de silencio que imperó en Irlanda durante casi todo el siglo XX.

Caelainn Hogan ha investigado estos casos cubiertos por un manto de silencio.
Caelainn Hogan ha investigado estos casos cubiertos por un manto de silencio. (Jairo Vargas)

La conmoción se extendió por Irlanda en 2017. Una excavación forense enviada por el Gobierno de Irlanda encontró restos mortales de cientos de niños en una fosa séptica de un antiguo hogar materno-infantil dirigido por monjas en la localidad de Tuam. En realidad, la historiadora local Catherine Corless ya había advertido de esta posibilidad tres años antes, tras una ardua investigación. Su trabajo y su exposición pública forzaron al Gobierno a investigar. Luego llegaron las disculpas oficiales por algo que casi todos conocían, pero que nadie impidió durante casi todo el siglo XX. Esos restos pertenecían a niños arrebatados a sus madres, criminalizadas por haberlos concebido fuera del matrimonio. La periodista Caelainn Hogan (Dublín, 1988) tomó el testigo de Corless para constatar que el horror de Tuam se había repetido en buena parte de Irlanda. Lo cuenta con detalle en “La república de la vergüenza” (Errata Naturae), con un subtítulo que intenta resumir algo espantoso: “Cómo Irlanda castigó a las mujeres descarriadas y a sus hijos”. Más de 300 páginas que repasan el poder omnímodo de la Iglesia Católica en el país, hasta el punto de esclavizar a mujeres y arrancarles a sus hijos por estar concebidos “en pecado”. Hogan atiende a 7K tras la presentación de su libro en Madrid, donde también ha conocido a víctimas de los bebés robados durante el franquismo. «Hay muchas similitudes entre ambos casos», advierte.

¿Le costó mucho trabajo creer que toda esta brutalidad ocurriera hasta hace tan poco en el país donde usted nació y creció? Mucho. Empecé a escribir tras el hallazgo de restos de unos 800 niños muertos en Tuam. Sabía que había muertes, pero no tenía una confirmación oficial porque el informe de la comisión de investigación que inició el Gobierno no se hizo público hasta después de que saliera este libro [en 2020 en Irlanda]. Se publicó varios años después. Gracias a este informe, sabemos la dimensión real. Hablamos de más de 9.000 niños muertos, enterrados en secreto, en este entramado de instituciones religiosas en toda Irlanda, de más de 50.000 madres afectadas, de más de 50.000 niños que pasaron también por estas instituciones. Sabía lo que estaba ocurriendo, pero no imaginaba la escala del problema. En realidad, es un entramado de la vergüenza que se compone de dos patas: la del Estado y la de la Iglesia Católica. En Irlanda se consideró ilegítimos a los bebés nacidos fuera del matrimonio hasta el año 1987. Estos niños no tenían los mismos derechos que los nacidos dentro del matrimonio. Yo nací en 1988 y mi madre no estaba casada. Me causó conmoción pensar que, si yo hubiera nacido solo un año antes, podría haber pasado por todo esto, ser separada de mi madre, dada en adopción o haber crecido en instituciones religiosas con pésimas condiciones. Me sorprendió mucho que hubiera generaciones enteras afectadas por esta realidad. Su dimensión es increíble y ha alimentado otros problemas, porque muchas de las personas que pasaron por ahí han terminado siendo personas sin hogar, con problemas de salud mental, de depresión, etcétera.

(Caelainn Hogan)

El título parece referirse a un crimen terrible del que un país debe avergonzarse, pero me sorprendió descubrir que se refería a la vergüenza como motor, como el mecanismo que hizo posible este entramado. ¿Cómo nace y evoluciona ese peligroso concepto de vergüenza? Hay dos orígenes. El primero se remonta a la época del colonialismo británico en Irlanda, donde funcionaban las llamadas “casas de trabajo”, en las que se recluía a mujeres y niños, a familias pobres. Allí vivían en condiciones pésimas, segregados. Había muchos muertos. Su misión no era ayudar, sino castigar. Pero muchas de estas casas de trabajo siguieron funcionando tras la independencia de Irlanda. Este es el segundo punto de origen. El nuevo Estado se funda como una república católica. De hecho, la Constitución se envió al Papa para que la aprobara, aunque no llegó a hacerlo. En esa Constitución lo que se pretendía era reflejar una sociedad idealizada en la que las mujeres y las niñas fueran puras, decorosas, dignas. El peso de la vergüenza y su estigma era enorme y solo recayó en las niñas y las madres, a las que se consideraba “pecadoras”, “descarriadas” o poco menos que delincuentes si mantenían relaciones sexuales fuera del matrimonio. Cuando hablamos de España y de su pasado, nos referimos directamente a la dictadura de Franco. En Irlanda no se puede hablar de dictadura, pero en realidad sí que la había. Era una teocracia de facto en la que los arzobispos tenían que validar las leyes. Hoy todavía mantenemos una herencia de ello. El 90% de las escuelas primarias están bajo control de la Iglesia Católica. Así que el estigma de la vergüenza viene de esa imposición moral, religiosa y también política a las mujeres que tenían hijos sin haberse casado. Los hijos ilegítimos eran la encarnación de esa vergüenza, por eso había que ocultarlos y entregarlos a “familias católicas de bien”.

Llama la atención que este escándalo saliera a la luz por la investigación de una sencilla historiadora vecina de Tuam. ¿Qué fue lo que la llevó a investigar? Sí, y ha tenido que pasar una década desde la investigación de Catherine Corless para que el Gobierno actúe e intente identificar los restos de esos niños y darles un sepulcro digno. Los restos estaban enterrados en una fosa séptica del recinto. Lo sorprendente es que el Consejo Local que administraba este hogar decidió construir un parque infantil justo encima de la zona donde Corless sospechaba que estaban los niños enterrados. Ha habido niños jugando sobre los cadáveres de otros niños. Su investigación vino motivada por sus recuerdos de infancia. Nunca olvidó que, cuando era pequeña, en su escuela había algunos niños que eran estigmatizados y menospreciados por alumnos y maestros, y que tenían que seguir la clase desde el fondo del aula. Eran los niños que habían nacido en estos hogares materno-infantiles. Cuando se puso a investigar los registros locales, encontró que más de 700 niños habían muerto allí. Pero, a pesar de tener esta cifra, no sabía dónde estaban enterrados, no había rastro. Sospechó que podían estar enterrados sin ningún tipo de señalización y que quizá estuvieran en una fosa séptica dentro del propio recinto del hogar. Siempre se hablaba en la zona de huesos encontrados por allí. Al final se encontraron restos de alrededor de 800 niños, muchos de ellos eran de bebés de pocos meses o incluso semanas.

Catherine Corless sospechaba que los niños estaban enterrados. Cuando se puso a investigar los hechos, encontró que más de 700 niños habían muerto allí. (Caelainn Hogan)

Pero la de Tuam no era la única institución operada por religiosas donde se estuvo enterrando a niños en secreto. El de Tuam era solo uno de las decenas de hogares que se crearon en Irlanda para que las mujeres solteras embarazadas fueran internadas hasta que dieran a luz. Allí se quedaban los hijos hasta que fueran adoptados por otras familias. Pero, además, había escuelas industriales para los hijos ilegítimos no adoptados y una serie de lavanderías donde se explotaba a muchas de las madres “reincidentes” después. Muchas no llegaban a salir de este círculo vicioso porque nacían en una de estas instituciones y a los 16 años las religiosas que los gestionaban las echaban de allí. No tenían un nivel de educación muy alto y se quedaban embarazadas de nuevo, bien porque querían o bien sin desearlo, y luego volvían otra vez, a causa del estigma social, a estas instituciones. El Gobierno tenía un claro interés por mantener las lavanderías, porque ahí las madres solteras trabajaban sin cobrar. Entonces primaba la idea de que las madres solteras eran una carga para el Estado. No existía un sistema de bienestar que protegiera a estas mujeres. Se las consideraba delincuentes que debían ser rehabilitadas y reinsertadas en la sociedad. Algunas de ellas realizaron trabajos forzados en estas lavanderías durante toda su vida, sin recibir ningún pago por ello. Al mismo tiempo, el Estado pagaba a las órdenes religiosas un monto por cada madre y por cada niño. Hoy, muchas de las organizaciones religiosas que estaban detrás de las lavanderías, los hogares o las escuelas industriales son las dueñas de hospitales privados, auténticos conglomerados empresariales que mueven muchísimo dinero en Irlanda.

Lamenta no haber profundizado en este libro en los «paralelismos internacionales». Lo que relata se parece a los casos de bebés robados durante la dictadura franquista, pero parece que hay ejemplos en más países. Fue muy emotivo, durante la presentación del libro en Madrid, escuchar a personas que han investigado el caso de los bebés robados y que exigen cambios en la legislación para lograr más verdad y justicia. Hay muchos paralelismos entre lo ocurrido en Irlanda y en España. Y más allá. Australia ha llevado a cabo una investigación oficial sobre la separación forzada de niños de sus madres, dirigida especialmente a familias indígenas. En Canadá también funcionaron instituciones similares, con fosas comunes y el trauma intergeneracional de la asimilación forzada de niños indígenas separados de sus familias y comunidades. También he hablado con monjas en Estados Unidos, donde operaban instituciones parecidas y donde las personas que fueron dadas en adopción a través de esas instituciones enfrentan constantes barreras para acceder a la información. El Gobierno británico se niega a investigar las instituciones de acogida para madres y bebés y las adopciones forzadas, a pesar de que Escocia y Gales se han disculpado y hay una investigación en curso en el Norte de Irlanda. Necesitamos que la comunidad internacional rinda cuentas por los crímenes de la Iglesia y solidaridad internacional para que esto suceda.

A pesar de la investigación oficial, muchos supervivientes denuncian que persiste la cultura del silencio, que hay grandes barreras a la información que necesitan para encontrar a sus madres o hijos y se sienten traicionados por la falta de justicia real. (Caelainn Hogan)

(Caelainn Hogan)

La cifra de 9.000 niños fallecidos en estos hogares es escalofriante. ¿Por qué era tan elevada la mortalidad? Existía la creencia de que los llamados “hijos ilegítimos” eran físicamente más débiles a causa de la naturaleza supuestamente inmoral de su concepción. Su muerte quedaba así justificada. Al fin y al cabo, no se valoraba la vida de los niños nacidos fuera del matrimonio. La tasa de mortalidad infantil en estas instituciones religiosas era cinco veces mayor a la que había entre los hijos de parejas casadas. Según los registros que se conservan, muchos de los niños murieron por “marasmo”, es decir, por desnutrición severa. Se sabe que las condiciones sanitarias eran muy malas y también que hubo muchas negligencias, porque eran simples monjas o mujeres “en formación” las que daban esos “cuidados”. Eran instituciones realmente crueles, y el Gobierno lo sabía perfectamente. En los años 60 y 70 hubo debates en el Parlamento sobre esto. Incluso un senador desafió al Gobierno de la época al afirmar que las madres eran tratadas como “esclavas” o “prisioneras” en estas instituciones y que el “sistema de adopción” no existiría si las madres pudieran quedarse con sus bebés.

O si hubieran podido abortar, un derecho que llegó hace nada, en 2018. Sí, es otro gran ejemplo del peso de la Iglesia Católica en Irlanda. De hecho, a pesar de que se aprobó la ley que regula la interrupción del embarazo, a día de hoy seguimos obligando a muchas mujeres embarazadas a abandonar el país para acceder a abortos que salen fuera de los estrictos límites marcados y por la falta de servicios en Irlanda para ello.

El poder y la influencia social de la iglesia era tan grande que muchos padres echaban a sus hijas de casa al enterarse de que estaban embarazadas. Sin embargo, en el libro cuenta casos de familias que sí intentaron apoyar a sus hijas. ¿Encontró muchos casos de familias que desafiaron al dogma católico? Sí, estos casos eran muy habituales, pero no era fácil hacerlo y muchas madres nunca dijeron nada de su paso por estos centros ni de los hijos que perdieron, o solo lo dijeron muchos años después. Por esa culpa y esa vergüenza no se lo decían a nadie. Esta cultura es la que ha hecho que se mantenga el silencio durante tantas décadas. También entre los propios vecinos de los pueblos donde había hogares materno-infantiles o lavanderías. Todo el mundo lo sabía porque las mujeres desaparecían de repente. Ha habido padres y madres que fueron a los tribunales para intentar obtener otra vez la potestad sobre sus hijos, para intentar recuperarlos.

(Jairo Vargas)

Parece que hay un perfil claro de víctimas: mujeres muy jóvenes y de familias humildes. ¿Es un resumen demasiado simplificado? Había muchas mujeres jóvenes, incluso menores que habían sufrido abusos sexuales. Incluso se habló de crear una institución específica para ellas. Pero hay otra realidad. La de muchas mujeres que tenían más de 20 años, felizmente emparejadas, pero que, al quedarse embarazadas, sentían el estigma y el miedo de perder su trabajo y del qué dirán. Y esto sucedió no solo en los años 40 o los 80, sino incluso más adelante. Hablé con una mujer que en los años 80 estaba felizmente embarazada, que hablaba con mucha libertad sobre su sexualidad, que no se sentía avergonzada. Hasta que de repente empezó a pensar. “¿Qué opinará mi familia? ¿Qué dirán los vecinos?”. Empezó a sentir este miedo, por ella misma y por el estigma que podría recaer en su hijo. Empezó a sentir toda esta vergüenza, así que ella misma fue a una de estas instituciones y fue separada de su hijo. Es decir, que esta realidad cruel y patriarcal afectó a mujeres de todas las edades debido a esa vergüenza que sienten y el miedo. Porque había familias que metían a sus hijas en una habitación y las encerraban allí hasta que el embarazo estaba muy avanzado. Solo porque tenían mucho miedo de qué dirían los vecinos, qué diría el sacerdote local. Su estigma no era solo ante el Estado y la Iglesia, sino también ante la sociedad. Había familias de clase trabajadora que peleaban y muchas veces conseguían mantener a esos “hijos ilegítimos” con ellos. La abuela, por ejemplo, se hacía pasar por la madre. Sin embargo, para las mujeres de clase media, la situación era peor. La familia tenía propiedades, un legado, una herencia. A pesar de contar con medios económicos para ello, no solían intentar quedárselos para que el patrimonio familiar no se viera afectado.

Describe las lavanderías como prisiones de las que algunas mujeres intentaron huir. ¿Cómo solían acabar las que se atrevían a escapar? Una mujer con la que hablé, nacida en una institución para madres y bebés, fue enviada de niña a otra institución dirigida por monjas. Cuando descubrieron que se veía con un chico, la enviaron a una lavandería de la Magdalena, en Dublín. Allí se negó a trabajar, pero recordaba a varias mujeres ya mayores que estaban completamente privadas de libertad y trabajaban jornadas larguísimas. Decidió escapar, pero la Policía la detuvo y la llevó de vuelta. Las monjas la internaron en otra lavandería y la forzaron a trabajar. Le decían que estaba allí porque nadie la quería. Al final, huyó a Inglaterra. Muchas mujeres y niñas huyeron de su país para salir de la espiral de las instituciones porque tenían claro que en Irlanda nunca serían libres. La conclusión es que el Estado, o bien supervisó el encarcelamiento efectivo de mujeres a las que discriminaba, o bien permitió que el “problema” se exportara. Las personas que trabajaban en el sector sanitario en Gran Bretaña tenían un acrónimo para estas mujeres que les llegaban: PFI (Embarazadas de Irlanda). Algunas incluso fueron traídas de vuelta tras su huida por la Sociedad Católica de Protección y Rescate, a la que el Estado pagó para “repatriar” a miles de madres irlandesas y enviarlas a instituciones donde fueron separadas de sus hijos.

Imagen del parque de Tuam, donde fueron hallados los restos de cientos de niños. (Caelainn Hogan)

Las monjas fueron el brazo ejecutor de esta política y han recibido duras críticas. ¿Son solo el blanco fácil o quizás también se pueden considerar de alguna forma otras víctimas de la Iglesia irlandesa? Me esforcé mucho por hablar con las monjas porque creo que también es importante comprender sus experiencias, como personas que dirigieron estas instituciones. Solo pueden considerarse en parte un chivo expiatorio utilizado por la propia jerarquía católica, que silenció a las que hablaban o hacían demasiadas preguntas. Incluso durante mi investigación, cuando algunas monjas querían hablar de sus experiencias, cuando las madres superioras querían concertar entrevistas conmigo o con mujeres que trabajaban en estas instituciones, en cuanto intervenían los abogados de la Iglesia, la conversación se cerraba rápidamente. Varias monjas me contaron cómo llamaban “penitentes” a las mujeres y niñas y cómo se las trataba con crueldad. Algunas me aseguran que intentaron quejarse por estos tratos, pero que se les cerró la puerta. Muchas religiosas ingresaron en sus órdenes cuando eran jóvenes y tenían poca libertad pero, ¿acaso no siguen siendo responsables de sus actos? Lo que mejor me enseñó la escritura del libro fue que, una vez que se establecen las instituciones, una vez que benefician a algunas personas o les dan poder, siempre habrá un incentivo para mantenerlas o protegerlas. Estas órdenes religiosas siguen teniendo enormes propiedades, innumerables bienes, reciben financiación pública y dirigen rentables empresas sanitarias.

A este drama con las madres y los «hijos ilegítimos» hay que sumar los más de 25.000 menores víctimas de abusos sexuales en el seno de la Iglesia irlandesa. ¿Cómo de profunda es esta herida y cómo ha hecho reaccionar a la sociedad frente a la Iglesia hoy? Es que forman parte de lo mismo. Muchas de las supervivientes con las que hablé ya habían sufrido abusos sexuales cuando eran niñas en escuelas industriales y reformatorios o cuando eran adultas en las lavanderías de la Magdalena. Fue la ruptura del silencio por parte de estos supervivientes que relataron abusos sexuales durante su infancia en estas instituciones lo que acabó por quebrar la incuestionable autoridad de la Iglesia Católica en Irlanda. Sin embargo, pocos de los responsables de estos abusos sistemáticos han rendido cuentas. Las víctimas son en muchos casos católicos creyentes, y han vivido todo esto como una traición. Conocí a un hombre que nació en uno de estos hogares, que trabajó durante años en un cementerio en Tuam, y también colaboraba de manera voluntaria con estas instituciones religiosas. Y, mientras tanto, estaba buscando a su madre, de la cual había sido separado. El sacerdote local le recomendó que no la buscara más. Naturalmente, este hombre se sintió muy decepcionado. Hay muchos católicos que se sienten defraudados ante estas instituciones religiosas porque no pueden hablar ni siquiera con su párroco de su dolor. Les dicen que la búsqueda de su ser querido es ir contra la Iglesia, ir contra su propia fe.

El Gobierno pidió perdón de forma oficial. ¿Ha habido una reparación efectiva para estas mujeres y esos niños que crecieron sin ellas? El Estado irlandés conoce estos crímenes desde hace generaciones, pero reacciona constantemente con conmoción y sorpresa, al mismo tiempo que se niega a investigar a fondo las adopciones ilegales y mantiene barreras a la reparación, la justicia y la información. En los años 90, una orden religiosa que dirigía una institución donde se retenía a niños para su adopción admitió haber falsificado información en sus registros, la cual se entregaba a las madres que buscaban a sus hijos. Pero no se hace nada. A pesar de la investigación oficial, muchos supervivientes denuncian que persiste la cultura del silencio, que hay grandes barreras a la información que necesitan para encontrar a sus madres o hijos y se sienten traicionados por la falta de justicia real, de rendición de cuentas. El Gobierno irlandés excluyó a decenas de miles de supervivientes del último plan de reparación que abrió recientemente. Se han impuesto límites arbitrarios a las indemnizaciones solo para recortar los gastos de forma cínica. Ninguna de las pruebas de la Comisión de Investigación del Gobierno ha podido utilizarse en causas penales. También se les obligó a los indemnizados a firmar una renuncia a emprender nuevas acciones legales, lo que muchos consideraron una mordaza. Pero al menos ha habido una investigación.