Ricard Altés Molina
El valle del Waján

Divididos y vencidos

Actualmente es uno de los rincones menos transitados del mundo, pero antiguamente lo cruzó una de las rutas comerciales más conocidas de la historia de la humanidad. A caballo entre Tayikistán y Afganistán, situado a los pies del altiplano del Pamir, el dividido valle del Waján conservan la peculiaridad de ser la cuna de un pueblo partido en cuatro estados.

Poco nos suena un término tan exótico como Tayikistán, y estamos aún menos avezados a oír o localizar en el mapa puntos geográficos como Murghab, Zorkul o Waján. Probablemente, a nadie le quita el sueño de qué lugares se trata, pero también es cierto que cuando uno llega a pisarlos, mucho le costará quitárselos de la cabeza. Si ya de por sí Tayikistán es como un agujero negro en nuestra cosmología geográfica, la zona este de esta pequeña exrepública soviética es aún más desconocida e inaccesible, por el estado de las carreteras y alejada de cualquier zona habitada. Haciendo uso de una expresión coloquial, está en el “culo del culo del mundo”, pero a pesar de ello, fue, es y será una zona sensible geoestratégicamente.

«Entre valles verdes y crestas de glaciares helados del techo del mundo, la frontera fue delimitada kilómetro a kilómetro, respetando al máximo los puntos del acuerdo. Con ello se ponía punto y final al fantasma de años de recelos por una posible invasión de la India desde el extremo norte». Este pequeño fragmento pertenece al relato en el que sir Thomas Hungerford Holdich, en el libro “Through Central Asia” (1901), describe las negociaciones que desembocaron, seis años más tarde, en la firma del acuerdo para establecer la frontera que marcaría los límites entre dos grandes imperios, el británico y el zarista, en Asia Central.

La historia diplomática europea del siglo XIX estuvo marcada durante décadas por un tira y afloja entre Rusia y Reino Unido. Se mezclaban casos de espionaje y traiciones, en una carrera acelerada por aumentar su territorio con nuevas adquisiciones. Este “Gran Juego” –término empleado en el siglo XIX por el oficial británico Arthur Conolly, y que Rudyard Kipling popularizó en su novela “Kim”– terminó en 1907 con el acuerdo fronterizo final. En medio de esas negociaciones, en 1895 se creó lo que conocemos como corredor del Waján, de soberanía afgana, un territorio tampón para que esos dos imperios no se tocaran y evitar un conflicto.

Los grandes imperios han dado paso a nuevos países, que han sufrido guerras, algunas de las cuales han derivado en nuevos conflictos, como en Afganistán. En Tayikistán también se produjeron luchas de poder que desembocaron en 1992 en una cruel guerra civil. Hoy, la guerra ya es cosa del pasado, y ahora el país, gobernado con mano de hierro por Emomali Rahmon, vive una recuperación aún lenta de sus infraestructuras.

Sin embargo, el gobierno de Dushanbé mantiene olvidada de sus proyectos la zona este del país, la Región Autónoma de Gorno-Badajshán (VMKB en tayiko, pero conocida por las siglas rusas GBAO), enclavada en la cordillera del Pamir, conocida con la expresión persa Bam-e Dunia o “Techo del Mundo”. Por suerte, la población de Gorno-Badajshán, que profesa el ismailismo, una rama del chiísmo, recibe el apoyo de la comunidad ismailita acaudillada por el Agha Khan IV. Gracias a los fondos para la reconstrucción de la región y a los programas de cooperación que destina esta organización, la población del GBAO ha vivido una mejora de la calidad de vida. Así, cuando se entra en una casa local, en el comedor hay siempre un retrato del Agha Khan, el gran valedor del Pamir.

Ishkashim, a orillas del río Panj. El Panj es el gran maestro de ceremonias del valle del Waján, frontera natural entre Tayikistán y Afganistán, de anchura envidiable, rodeado de enormes piedras, estelas verdes de árboles, campos de maíz y kishlaks (aldeas) que se confunden con el tono pardo y grisáceo de la arena. Flanqueado por los contrafuertes de la cordillera del Shajdara y del Hindu Kush, el Panj nace con este nombre en el kishlak de Langar, donde confluyen los ríos Pamir y Waján. Panj significa “cinco” en lengua persa, ya que siempre se ha creído que son cinco las fuentes de las que se nutren sus aguas.

Ishkashim es una pequeña ciudad, capital de la región al sur de Jorug (centro administrativo del GBAO), situada en la orilla del río Panj, en un punto en el que sus aguas viran hacia el norte. Aquí se concentran algunas oficinas de organizaciones extranjeras que intentan dar apoyo logístico a la población local y que desarrollan programas de cooperación, como la cesión de microcréditos para crear pequeños negocios. De dicha gestión se ocupa Doro, un joven contable nacido en el kishlak de Dasht, a 8 km de Ishkashim, que a menudo tiene que recorrer los kishlaks esparcidos en los 120 km que separan Ishkashim de Langar. Doro me cuenta exactamente lo mismo de lo que se queja toda la población del valle. No hay ninguna salida laboral posible, la gente tiene que malvivir con las pocas tierras que cultivan, la dureza del terreno y las inclemencias del tiempo hacen que sea muy difícil poder pasar el invierno sin un suministro adicional de harina, el cual se come parte de los ingresos familiares. El precio de los cereales se encareció espectacularmente, y mientras un sueldo no llega a los 150 somoní (24 euros), un saco de cincuenta kilos de harina cuesta 120 somoní.

El estado de pobreza de la población se ve ligeramente aliviado por las ayudas de los emigrados a Rusia, la que fue durante años la metrópolis de Asia Central. Se puede afirmar que el noventa por ciento de jóvenes, y no tan jóvenes, que pueden, emigran a Moscú, Yekaterinburgo, Krasnoyarsk y otras ciudades rusas, para ganar un sueldo digno. Los núcleos familiares cuentan con siete u ocho miembros de media, lo que explica las dificultades en las que viven. De todos modos, en Rusia la situación de la emigración en general, y de la tayika en particular, no es fácil: tienen que enfrentarse al creciente racismo de la sociedad rusa contra los inmigrantes, donde bandas de jóvenes nacionalistas se dedican a perseguir a los que denominan “culos negros” (terminología racista contra los inmigrantes del Cáucaso y Asia Central), y el precio a pagar en muchos casos ha sido la vida.

Un ejemplo de supervivencia es el del tío de Doro, Surjob. Menudo elemento. Parece un granuja salido de un barrio periférico de cualquier ciudad, pero Surjob es un hombre de negocios, y de los buenos. El negocio del que obtiene más ingresos es el comercio de piedras preciosas. Lo mantiene en el silencio más absoluto, ya que cualquiera le podría traicionar y denunciar, lo que le conllevaría una pena de varios años de cárcel. No es ningún secreto que el Pamir esconde tesoros, más allá de montañas y rocas, como zafiros, rubíes, lapislázuli, granates, así como piedras semipreciosas. El rubí que Surjob me muestra, en un exceso de confianza, es solo un ejemplo de lo que se puede encontrar. El único lugar donde puede colocar el producto es en el mercado que cada sábado tiene lugar en Ishkashim, cerca del puente que cruza a Afganistán. Es el único día en el que se permite a los afganos entrar en territorio tayiko para comerciar con la población local, y también es el único momento en que Surjob puede hacer negocio y deshacerse de un género que le quema en las manos.

Además de las piedras, Surjob tiene un almacén donde guarda un montón de mercancías. Una vez por semana, sube al Niva de su amigo Alik, cargado con varias cajas de botellas de vodka y, como si se tratara de un mercader a lomo de su camello, se dedica a recorrer las tiendas de los kishlaks. La “ruta del vodka” es como Surjob llama a este mercadeo. El margen que consigue vendiendo vodka apenas le da para cubrir los gastos de gasolina. El resultado es un beneficio de 20 somoní (5 euros). «Bienvenidos sean, con ellos tengo suficiente para pasar estos días». De hecho, es más de lo que puede ganar en un día en un trabajo cualquiera.

Ruta de la Seda. El vodka ocupa el lugar de una de las mercancías que durante siglos cruzaron este territorio: la seda. Precisamente, por el valle del Waján pasaba una ramificación de la antigua Ruta de la Seda que, a juzgar por los restos que se encuentran a pie del camino entre Ishkashim y Langar, tuvo enorme importancia. De hecho, este ramal se conoce como la “ruta budista”. El porqué lo podemos encontrar en el kishlak de Vrang, donde en la cima de una colina se pueden ver los vestigios de una antigua estupa de los siglos IV-VII d.C. Se sabe que la Ruta de la Seda no solo fue ruta de intercambio comercial, sino también de conocimientos, entre ellos los religiosos. Por ello, en lugares como Vrang aún hay restos de ese pasado.

Además de la estupa, en el valle aún se levantan restos arqueológicos que dan cuenta de la importancia geoestratégica de esta región. En el kishlak de Namagdut, a 17 km de Ishkashim, se halla la fortaleza de Khakhkaha, el mejor ejemplo de construcción militar conservado en todo el valle y que está fechada entre los siglos III a.C. y VII d.C. Su estado de abandono es notorio. Parte de la colina donde se erige la ciudadela está ocupada por tropas de frontera del ejército tayiko, ya que la frontera natural con Afganistán, el río Panj, corre cerca de la fortaleza.

Más adelante, también hay fortalezas en ruinas, como la de Darshai, la de Zulmojor en el kishlak de Yamchún, Umbuq en el pueblo de Vrang, o la fortaleza de Ratm, en Langar, ubicada sobre la conjunción de los ríos Pamir y Waján, y de relevancia estratégica en la ruta comercial que cruzaba el valle.

Precisamente, en Langar, a unos 3.100 metros de altura, en la montaña que domina el pueblo, sobre rocas graníticas, hay restos arqueológicos muy significativos: petroglifos. Se representan escenas de caza, caravanas, caballeros, manos, animales, etc. Los más antiguos se fechan en la época de bronce, entre los siglos V y I a.C., que se confunden con otros más modernos, de la Edad Media, y también con el rastro de grafitis de las últimas décadas. Una de las figuras más curiosas que están representadas es el rubob, un instrumento de cuerda, parecido a una guitarra, que se conoce no solo en Tayikistán, sino también en países vecinos, como Afganistán o Paquistán. Según la tradición del Pamir, se cree que es la personificación del ser humano, ya que tiene forma de persona. Se calcula que hay un total de seis mil petroglifos en todo Tayikistán.

Un elemento característico en las aldeas del Pamir son los mazar, santuarios de culto, donde se halla enterrada una persona santa. En el caso del Pamir, los mazar son bastante peculiares y una muestra clara del sincretismo de las tradiciones del Pamir e islam. La presencia constante de cuernos de cabra montesa es un ejemplo de ello. Según la tradición, los cuernos y la piel de la cabra montesa traen la felicidad a una casa, ya que se considera que se pasea por las alturas, cerca de los ángeles, guardias y protectores de las personas. Además, son un símbolo de pureza. En todos los mazar se hallan estos trofeos de caza. Por otro lado, se cree que los amuletos hechos con cuernos de cabra montesa protegen contra las enfermedades.

«Shir chai» y la hospitalidad. La bebida que da sabor al valle del Waján, y al resto del Pamir, es el shir chai, té negro caliente mezclado con leche, mantequilla y sal, que responde al dicho: «Si no bebes shir chai, ¿de dónde sacarás fuerzas?». Por ello, se puede considerar la bebida nacional del Pamir, una especialidad muy parecida a otros brebajes de pueblos de zonas de alta montaña de Asia. De hecho, forma parte del ritual de la hospitalidad, un concepto que los habitantes del valle tienen muy presente, integrado sin tapujos en su cosmología. La hospitalidad siempre va acompañada de una ancha sonrisa de bienvenida. No hay un regalo más grande caído del cielo que la llegada de un forastero. Al momento, el ritmo de toda la casa se trastorna en un revoloteo de idas y venidas, de platos correteando de la cocina al comedor repletos de la poca comida que hay en la despensa, de miradas inocentes de los más pequeños –con la cara empapada de mocos–, clavados delante del invitado; de las mujeres que, siempre en un segundo plano, se muestran afables y serviciales y que escuchan los relatos del invitado de tierras lejanas que les hace soñar con territorios y tradiciones, como si se trataran de cuentos mágicos y exóticos.

La casa tradicional del Pamir está cargada de simbología y mantiene elementos que representan el culto pagano a la naturaleza, la antigua religión zoroástrica y la actual, la islámica. Se construye con ladrillos de adobe, vigas de madera, de tan solo un piso, de planta cuadrada, con la puerta situada, generalmente, en un extremo. La conforman tres espacios distintos que representan los tres reinos de la naturaleza: el animal, el vegetal y el mineral. Nada más cruzar la puerta, se puede encontrar un espacio alargado y estrecho, que sirve como recibidor y dormitorio de verano. En esta habitación hay una puerta que conduce hasta la sala más grande, lugar de reunión familiar, comedor, espacio para fiestas, dormitorio, cocina, etc. La entrada a esta habitación es estrecha y flanqueada por espacios usados como estanterías. En esta sala hay cinco columnas, que, además de representar los cinco pilares del islam, cada una simboliza un miembro de la familia de Mahoma: el propio profeta, su primo y yerno Alí, su hija Fátima y esposa de Alí, y las dos últimas, Hassan y Hossein, hijos de Fátima y Alí. En el centro de la sala, en el techo, hay una obertura que se utiliza como chimenea y que permite la entrada de luz, compuesta por una estructura de cuatro cuadrados superpuestos, cada uno de los cuales simboliza un elemento: la tierra, el agua, el fuego y, el último, el aire, una clara reminiscencia de las antiguas tradiciones zoroastrianas.

Las aguas termales. Hace relativamente poco tiempo que los habitantes de la región han empezado a obtener un beneficio turístico de los atractivos que ofrece el valle. Uno de estos son las fuentes de aguas termales. Muchos tayikos, en la época soviética, iban a descansar a los balnearios del Cáucaso, a pesar de que cerca de casa contaban con aguas termales, aunque no había una infraestructura en condiciones. Este es el caso de la fuente de Bibi Fátima, a 7 km al norte del kishlak de Yamchún. Lo que antes eran unas fuentes de agua termal que manaba directamente de la roca, ahora se han convertido en dos piscinas cubiertas, una para hombres y otra para mujeres. El agua brota a una temperatura de 43 ⁰C y no solo es un complemento perfecto para los pacientes de enfermedades urológicas, sino que, además, según las creencias populares, es un espacio sagrado: se cree que el agua ayuda a las mujeres con problemas de fertilidad a quedarse embarazadas. Lo cierto es que es un lugar perfecto para tomarse un buen descanso y restaurar el estado físico antes de retomar el camino de vuelta.