Amaia Ereñaga
cohousing senior

COHOUSING SENIOR: jubilados buscan comunidades alternativas

Seguro que más de uno ha fantaseado con esto: «Al llegar a la jubilación, vendemos nuestros pisos, montamos una casa comunitaria y nos cuidamos unos a otros, que los hijos (si existen) no vayan a tener que cargar con nosotros». Una ilusión que algunos están intentando hacer realidad, a la estela de la larga experiencia de cohousing o vida comunitaria amasada en los países nórdicos, EEUU y Canadá. Porque la llamada tercera edad está cada vez más vital, preparada y autónoma, y se resiste a ser un sujeto pasivo, a languidecer en las residencias o en unas viviendas familiares que, efecto de la crisis, se les hacen prohibitivas… o solitarias. Muchos han comenzado a buscar otras alternativas, como el cohousing senior; es decir, viviendas colaborativas para mayores.

jubilados  buscan comunidades alternativas
jubilados buscan comunidades alternativas

Constatar que la población europea está envejeciendo a pasos agigantados no es decir nada nuevo. La esperanza de vida de las mujeres vascas es la más alta de Europa, según los últimos datos facilitados por Eustat (Instituto Vasco de Estadística): en 2011, era de nada menos que 85,4 años; la de los hombres, 78,9 años. En ambos casos, se han «rascado» casi dos años de vida más respecto a hace una década. Lo que sí resulta novedoso es comprobar el perfil de los componentes de esta nueva vejez: «Esta no es solo la época de los jóvenes suficientemente preparados, sino también de los mayores más preparados que nunca… porque, ¿qué puestos de trabajo, preparación y estado de salud tenían nuestros progenitores? Eran de nivel muy bajo y por ese motivo llegaban a la jubilación en mucho peor estado de salud y con menor preparación que nosotros».

La frase es de Antton Elosegi, un profesor universitario de 70 años y uno de los impulsores, junto a su compañera, la actriz Arantxa Gurmendi (la Hortentxi de “Goenkale”), de Housekide. Esta plataforma pionera intentó poner en marcha hace cuatro años un cohousing senior en Gipuzkoa, pero aquello no cuajó –cuando hay que pasar de la teoría a la práctica y a involucrarse económicamente suelen llegar los abandonos–, aunque otros sí que lo están intentando. «La gente suele pensar que el cohousing es una comuna, pero no es así», explica Fernando Abajo, componente de Egunsentia-Aurora, el único grupo de cohousing senior activo hoy en día en Euskal Herria y que se ha fijado este verano como fecha tope para encontrar una casa. En dos años de vida, han visto del orden de una 18 posibles ubicaciones, todas en Bizkaia. «Tú tienes tu propio espacio privado en tu casa y también tienes el común, pero todo es optativo, porque utilizas las zonas comunes en la medida en que te interese y cómo te interese. Muchas experiencias comunitarias han fracasado porque no había la posibilidad de retrotraerte a lo privado y si esto funciona es porque hay un respeto a la privacidad», añade Fernando, quien a sus 51 años está ya metido en Egunsentia-Aurora como «previsión de futuro».

Surgido en Dinamarca a finales de los años 60 y con una importante implantación en otros países del norte de Europa, Estados Unidos y Canadá, el cohousing es, en realidad, una forma de comunidad constituida como cooperativa y que está compuesta por residentes que suelen compartir objetivos sociales, económicos y medioambientales. El sistema busca equilibrar las ventajas de la propiedad privada con los beneficios de los espacios compartidos. Es decir, cada uno tiene su propia casa, pero sacrifica metros cuadrados para cedérselos a los espacios comunes –sea para un txoko, una huerta, biblioteca, zonas deportivas... lo que cada comunidad elija–, y eso revierte en que todos los componentes de la cooperativa se dotan de más equipaciones. Las combinaciones en cuanto a la tipología de residentes, su número e incluso su edad son tantas como las que la propia comunidad decida y, aunque al principio del movimiento todos los cohousing eran intergeneracionales, al cabo de unos años, los creadores de aquellas primeras comunidades se dieron cuenta de que había grupos, como los mayores, que tenían sus propias necesidades. Así nacieron los cohousing senior, que aquí están llegando con un poco de retraso y a la estela de otras experiencias. La más cercana para nosotros es Trabensol (Trabajadores en Solidaridad), una activa cooperativa de combativos senior erradicada en Torremocha del Jarama (Madrid). Todos los senior vascos citan a esta comunidad, compuesta por antiguos sindicalistas y activistas sociales, como un referente.

Del apartamento al piso de estudiantes. Lo cierto es que encarar la segunda juventud de la forma más vital y autónoma posible es la encrucijada a la que se enfrenta esta franja cada vez más importante de población, para la que las opciones, por suerte, cada vez son más amplias.

Inmobiliarias que han visto el potencial de estos clientes, firmas especializadas en el sector que construyen edificios y urbanizaciones para jubilados… este es un sector en auge, porque hay fórmulas para todos los gustos, desde edificios de apartamentos de iniciativa privada –en el bilbaino barrio de San Ignacio hay apartamentos solo para mayores de 60 años, por ejemplo–, hasta una creciente e importante inversión en pisos tutelados de iniciativa municipal en muchos puntos en nuestra geografía, para los que la lista de espera es bien larga. Las fórmulas utilizadas también son de toda clase, pese a que últimamente las instituciones públicas están primando más el alquiler, debido a que los jubilados suelen tener serias dificultades para acceder a un préstamo hipotecario. Suelen ser viviendas con derecho a habitación, en las que mantienen su privacidad y tienen lugares donde hacer vida comunitaria.

Hay todo tipo de soluciones, también para zonas rurales. «De las cinco personas que fundamos la asociación Etxeko, tres trabajamos en residencias de ancianos (Ehpad en francés, o Établisement d'hérbergement pour personne âgée dépendantes) y nos dimos cuenta de que muchas de las personas que ingresan en esas residencias no lo hacen porque estén enfermas, sino simplemente porque se sienten viejos y solos», explica Nicole Lougarot, una de las componentes de esta asociación sin ánimo de lucro que impulsa en Zuberoa casas compartidas para personas mayores. A este lado de la frontera no se estila, pero, en el Estado francés, la denominada «colocation» o coalquiler se veía como una posible opción anticrisis y para combatir la soledad. De hecho, la asociación había encontrado una casa independiente en Sohüta (Chéraute) perfecta para acoger a un pequeño grupo de personas mayores. «Hemos estado a punto de abrirla, pero en el último momento la gente se ha echado atrás –reconoce con pena Nicole–. La dificultad, y da igual que los inquilinos sean ancianos o no, viene principalmente de tener que compartir  el baño».

La idea inicial consiste en «reunir bajo un mismo techo a personas que vivan solas, así estas podrían seguir teniendo un proyecto de vida propio, porque las residencias de ancianos no están pensadas realmente para que vivan en ellas personas mayores –explica Nicole–. Además, los jubilados muchas veces tienen unos ingresos muy bajos y esto les permite compartir los costos. Pero también nos dimos cuenta de que las personas mayores tienen dificultades para anticipar el futuro y que quieren disfrutar de su independencia hasta el último momento. En Zuberoa, la mayoría son propietarios de sus casas y han vivido una vida tranquila, por lo que ¡no quieren irse de casa salvo en caso de emergencia! De hecho, muchos se arrepienten después de no haber sabido anticipar el futuro». Actualmente, Etxeko está metida en un proyecto con un promotor privado para crear un edificio con cinco apartamentos al estilo de los tutelados, con zonas privadas y otras comunes.

Los senior, un grupo práctico. A los de Housekide, la idea les surgió en un txikiteo entre amigos: si las residencias no eran una opción –«hoy en día quienes están en las residencias están en muy mal estado de salud; no son un lugar para vivir», dice Antton Elosegi–, quedaban los apartamentos tutelados... pero tampoco les convencían. «Nosotros lo que queríamos era hacer un proyecto de vida en común. Sí que hemos visitado apartamentos tutelados ya existentes y, en cuanto a lo arquitectónico, es verdad que se parecen al cohousing: tú estás en tu apartamento, eres dueño de hacer en él lo que quieras, y a la vez hay espacios comunes para desarrollar la vida en común... pero esa vida en común no se hace. En ese sentido, han sido un fracaso absoluto, porque la gente no tiene alicientes». La solución era, sin duda, la comunidad colaborativa, «pero mi impresión es que nuestra sociedad no está preparada para ello», explica Antton, al referir la historia de aquel proyecto ilusionante compuesto por un número importante de personas que intentaron poner en marcha un cohousing senior en Gipuzkoa. Llegaron a ser treinta, aunque la cifra fluctuaba... y también el nivel de compromiso, pese a que consiguieron un edificio que se amoldaba a sus deseos en Donostia. Pero no salió, porque «cuando hay que empezar a poner dinero, ¡uf!», añade expresivamente. ¿Y por qué solo con personas mayores? ¿No sería más viable con socios de todas las edades? «En este momento, e incluso antes de la crisis económica, si hay algún grupo social que tiene alguna posibilidad mínima de hacer un cohousing, esos somos nosotros. Hemos sido una generación que ha trabajado, tenemos el piso y la hipoteca pagados y también una pensión. Nuestro patrimonio es nuestra vivienda, y no hay punto de comparación entre la solvencia que podamos tener nosotros a la de cualquier otro grupo social. Nuestra elección del cohousing senior fue por razones prácticas, porque le dábamos gran importancia a la solidaridad entre nosotros. Esa ayuda se incluiría en los estatutos y, aunque fuese voluntaria, vivir unos junto a otros en un espacio común nos obligaría a ser más solidarios».

Aprender a saber gestionar. A unos sesenta kilómetros de Gasteiz, en el valle de Maeztu, se encuentra Aletxa, un pequeño pueblo donde se ubica un caserío del siglo XVIII, convertido en un laboratorio del que han surgido unos cuantos experimentos. «Hace unos tres o cuatro años, el dueño del caserío me llamó para hacer el estudio de la casa y me pidió que no fuera un proyecto especulativo», explica Ricardo Aristizabal. «Empezamos a teorizar y a investigar el cohousing, una fórmula que nos pareció tan potente que, a partir de ahí, nos constituimos en equipo de trabajo. Yo soy arquitecto, el propietario es sociólogo y antropólogo, y un abogado al que le hicimos su casa también en Aletxa se nos unió. Este fue el germen de CoVER, un movimiento que formamos entre profesionales de distintas ramas que confluíamos en la idea de que esto había que cambiarlo». Aunque defensores del cohousing intergeneracional, porque «nos parece más acorde con la sociedad», Ricardo Aristizabal también reconoce que «aquí cada uno va a hacer lo que pueda y en la medida de sus necesidades».

¿Pero compartir, para qué? «El planteamiento es el siguiente: analiza tu piso y verás que tiene una serie de metros inútiles. Hay un pasillo, un salón, puede que habitaciones para invitados... Además, ¿para qué necesitas una lavadora, con el sitio que ocupa, cuando la puedes compartir y comprar una mejor para todos? A 4.000-5.000 euros que está el metro cuadrado en Donostia, eso que ganas. Lo mismo con el comedor, porque puedes tener uno pequeño en casa y otro grande para uso común. Se puede tener una habitación común cuyo uso se va rotando o se utiliza para, pongamos, que viva una enfermera que contratamos porque uno de los usuarios necesita ayuda... Una comunidad de vecinos se puede dotar de cuantos espacios quiera y rentabilizarlos mucho mejor».

Por lo que defienden, el cohousing conlleva un uso más eficiente del espacio y además supone un ahorro económico, empezando porque desaparecen los gastos de promoción. «Eso solo ya es un ahorro bestial a la hora de sacar adelante un proyecto», añade. Sin embargo, el propio arquitecto da el dato: solo el 10 por ciento del cohousing lleva a buen puerto... incluido su proyecto para crear en Aletxa cinco unidades familiares de 40-50 metros cuadrados de vivienda, más 100 de espacios comunes. Manteniendo las paredes y creando una estructura de madera interior, cada unidad hubiera salido por 100.000 euros, unos 400 euros mensuales de hipoteca para cada propietario. ¿Entonces, dónde falló? «Todos los proyectos colaborativos que hemos intentado mover se atascan en el tema de la convivencia. Al basarse en la democracia interna, los cohousing tienen grandes dificultades si no se dotan de las herramientas metodológicas para trabajar la cuestión de la participación y toma de decisiones».

La labor de CoVER va por ahí, por convertirse en una especie de «facilitadores» para este tipo de iniciativas, en ayudarles a salir de los atascos en los que inevitablemente se toparán en algún momento del proceso... como, digamos, ¿la cuestión de propiedad? «La ley de cooperativas, tanto la estatal como sobre todo la vasca, que es muy buena, ya incluyen esta fórmula de cooperativas sin ánimo de lucro para resolver el tema de acceso a la vivienda, y tiene desarrollado la cesión de uso o el derecho de superficie, que es como se llama en el País Vasco. El tema legal básico está bien reglamentado: una propiedad de cohousing es heredable, traspasable, vendible… La convivencia se regula como en todas las cooperativas, en las que hay que desarrollar el régimen interno, que serían como los estatutos de la comunidad de vecinos».
Descartada de momento la iniciativa pública –la viceconsejería de Vivienda del Gobierno de Patxi López viajó al norte para estudiar el cohousing, pero parece que el proyecto de ley sigue durmiendo el sueño de los justos–, la iniciativa privada parece ser de momento lo única vía posible para la vivienda colaborativa. Y eso que hay tantos edificios vacíos por ahí...

Me quiero ir de cohousing. Josemi Merino, 62 años, navarro residente en Gasteiz y a punto de jubilarse, fue uno de los que se involucró en el cohousing de Aletxa. Al caer aquel proyecto, junto a su pareja se unió a Egunsentia-Aurora, compuesto tanto por singles como por parejas, pero todas senior. No da importancia a irse a Bizkaia a vivir, que considera un mal menor. Tampoco le preocupa la convivencia. «Ten en cuenta que es gente que está en la onda, que habrá sus problemas, pero a la vez pienso que esto te enriquece. Es mil veces mejor que estar solo. Hay un dato muy importante: que la gente de nuestra edad vivimos nuestra juventud en los años 60, en la época hippie, y de alguna manera esto supone recoger esa filosofía. Al llegar al último tercio de tu vida, te planteas ¿qué voy a hacer con mi futuro? Hemos adquirido muchos conocimientos, hemos estado en mil cosas y tenemos un bagaje, por eso lo que nos apetece ahora es compartirlo. Nosotros somos los pioneros, pero estoy convencido de que de aquí a quince años se va a desarrollar mucho el cohousing».  

Constituido hace dos años, el núcleo central de Egunsentia-Aurora lo forman quince miembros, aunque hay más gente alrededor, a la espera quizás de animarse si el proyecto se pone finalmente en marcha. De hecho, para que un cohousing funcione sin conflictos se calcula que tiene que estar constituido por más de cinco miembros, aunque el número ideal sería a partir de los 25 miembros, con la finalidad de que las relaciones estén más equilibradas. Conchi Llanos, con sus 73 años muy activos –yoga, monte, coros... hace de todo– fue de alguna manera el elemento catalizador de este cohousing al que se han ido uniendo personas que no se conocían, pero que coincidían en su forma de ver cómo vivir esta etapa de su vida. A ella tampoco le van los apartamentos tutelados –«tiene que haber una creatividad, personas que hagan cosas conjuntamente y que no se queden solitas en sus viviendas»–, y buscaba algo más, aunque reconoce también que «se tiene que ser un poco especial». Eso sí, «con la familia tienes unas trabas que vienen de antiguo, mientras que con los nuevos te resbala más lo que puedan decir o lo que pueda ocurrir».  

Aunque no lo parezca, Fernando Abajo cumple con los requisitos necesarios para formar parte de un cohousing senior. Tiene 51 años, y según los estatutos de este tipo de cooperativas, sus copropietarios deben de encontrarse en una franja de edad entre los 50 y los 70. «Soy el benjamín», dice con una sonrisa. Empezó buscando un cohousing intergeneracional, pero se unió al senior finalmente. «En mi caso, el tema de depender de los hijos va a estar más complicado, porque o no hay o tienes un hijo solo, y luego la dependencia de la administración también va a ser más complicada, porque no sabes qué va a pasar cuando te jubiles. Esto te aporta una plataforma que te da una mayor capacidad y una mayor autonomía que si estás en tu piso: estás con una serie de gente que te puede proveer de unos servicios que tú en solitario no podrías y lo puedes hacer, además, a mejor precio. Siempre es más barato, por ejemplo, tener una persona que cuide a un colectivo. Aunque legalmente la edad marcada para estas cooperativas es de 55 en adelante, nosotros hemos hablado de que sea 50 años para la viabilidad del proyecto, porque cuanto más joven se apunte la gente mejor, para que esto no se convierta en un geriátrico al uso».

Un antiguo monasterio en Orduña, un edificio en desuso en Santutxu... los miembros de Egunsentia-Aurora han visitado del orden de 18 emplazamientos  durante este tiempo. Una antigua escuela y residencia en Derio es el último lugar que han visitado. Ahora que cuentan con asesoría técnica, se han dado de plazo unos tres meses para concretar el proyecto.

Proyectos para todos los gustos. ¿Y si no consiguen finalmente hacer realidad su sueño? «Siempre nos queda Brisa del Cantábrico», responde con humor Conchi Llanos. Brisa del Cantábrico es un megaproyecto residencial de cohousing senior planificado para la localidad cántabra de San Miguel del Meruelo, en una preciosa y verde finca de 70.000 metros cuadrados, donde esperan que el centro sea habitado por 300 seniors procedentes principalmente de la zona, aunque un 20 por ciento es de otros lugares, entre ellos Euskal Herria. De momento, ya hay 89 socios con una edad media de 62 años. Todavía en un proceso inicial, prevén que los primeros residentes puedan instalarse en el año 2018. Lo más llamativo es quizá el precio, porque hablan de una inversión de solo 36.000 euros por socio a desembolsar en diez años, con unas cuotas de uso mensuales de entre 250 y 800 euros.  

En Catalunya, el proyecto más avanzado de los muchos que hay es el de La Muralleta, impulsado por la entidad sin ánimo de lucro Sostre Cívic y que anda a la búsqueda de terrenos en  Barcelona. Todos ellos beben de experiencias como la cooperativa Trabensol, un colorido complejo enclavado en la localidad de Torremocha del Jarama, al pie de la sierra madrileña. Alrededor de un huerto de 10.000 metros cuadrados  se encuentran las 54 viviendas de los socios; unos apartamentos de 50 metros cuadrados, con cocina americana, salón, habitación, un baño geriátrico y terraza. Las zonas comunes son de toda clase: bibliotecas, mini spa, salas de reiki, un habitáculo para los nietos... ¿Extraña a alguien que haya lista de espera?