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62 EDICIÓN DE ZINEMALDIA

Historias y miedos


Víctor Esquirol, compañero en las páginas de este diario, me decía, con acierto, al preguntarle por «Historia del miedo» de Benjamín Naishtat: «No es una película que recomendaría por ahí, pero a mí me ha gustado». Efectivamente, así es. Este pequeño artefacto de menos de 80 minutos de duración es uno de esos filmes difíciles de recomendar pero de un interés audiovisual reseñable, un juego de provocaciones sencillo y cómodo de ver a pesar de todo. La película misma, su ritmo «narrativo» (no esperen aquí el viaje del héroe, ni efectos especiales) y el miedo a recomendarla me recuerdan a «La ciénaga» de Lucrecia Martel y mi atrevimiento al recomendársela a un conocido cineasta hace unos años. Lo que sucedió después de verla, junto a unos amigos que arrastró al cine, es otra historia. No les debió de gustar. Pero como aquella, sin establecer una comparación directa, a mí «La ciénaga» me sigue interesando como película; es una obra en la que lo que se sugiere tiene más importancia que lo que se dice. Y ahí está la clave, dejar al espectador que piense que le están tomando el pelo, dejarle libertad para imaginar, dirigirle lo menos posible hacia ninguna dirección o hacia todas. No sé si se me entiende, pero de vez en cuando los cineastas deberían considerar al espectador como un ser inteligente. «Historia del miedo» es una travesura audiovisual, un artefacto que persigue el miedo que acecha en la cotidianidad, a la real, a la que retrata la pantalla y a la que el espectador imagina y construye con su mirada. Historias y vidas que se cruzan sin la necesidad de diálogos que encadenen la historia, la vida fluye en este largometraje imperfecto en el que algunas metáforas son, casi, perfectas.