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CRÍTICA «Cenicienta»

A Disney le basta y le sobra con ser fiel a sus clásicos


De repente a todo el mundo le ha dado por decir que la nueva “Cenicienta” es la de siempre, lo cual es una cuestión de perogrullo. Si lo dicen como una queja, llevados por la tendencia de las actualizaciones de los cuentos clásicos, habría que responder que a Disney le basta y le sobra con ser fiel a sus grandes películas, siendo su única preocupación la manera de lograr adaptaciones en imagen real que no desmerezcan con respecto a los largometrajes originales animados. Operación que tiene todo el sentido del mundo por la presente, ya que poner al día el cuento de Perrault equivaldría a cambiar su esencia.

Disney venía confiando la teórica modernización de su catálogo a Tim Burton, pero con “Cenicienta” ha encontrado al cineasta perfecto para esa labor. Y a su vez Kenneth Branagh ha conseguido encajar por primera vez dentro de la industria de Hollywood, gracias a que es en casa del tío Walt donde ha podido contar con el despliegue técnico y artístico que le hacía falta para desarrollar su teatralidad a lo grande. Porque aplica a este encargo el mismo tratamiento de transformación formal que solía llevar a cabo con las obras de Shakespeare, sin someterse al rigor histórico del original. Para poner en escena “Cenicienta” evita caer en la tentación medievalista de las cortes reales con sus castillos y princesas, prefiriendo una estética decimonónica con militares de escuela de esgrima, al estilo de la que utilizó en “Mucho ruido y pocas nueces” (1993).

Pero no se queda ahí, y a fin de obtener una mayor atemporalidad, conjuga la escenificación teatral con la iconografía melodramática de la época dorada del star system, representada a las mil maravillas por la siempre deslumbrante Cate Blanchett, caracterizada para la ocasión como una mujer fatal que combina los rasgos externos de Bette Davis, Barbara Stanwyck y Joan Crawford, para ser aún más malvada que ellas.