29 NOV. 2015 CRíTICA | Teatro Parodia en verso Carlos GIL Suena a viejuna, pero es una obra contemporánea. La voluntaria utilización constante del verso o de los ripios es un elemento que aporta una dificultad añadida a todo el planteamiento dramatúrgico, pero que bien resuelto este obstáculo por la dirección y los intérpretes le aporta una pátina de humor reciclado, una manera de conexión telúrica con un tipo de teatro arcaico, pero muy visitado popularmente, ya que funcionan perfectamente todos los resortes aplicados de la parodia más tradicional. La estructura está bien armada, con las tramas apropiadas para crear tensiones, equívocos y desenlaces sorpresivos, aunque previsibles, ya que se dan las claves desde el primer minuto. Tres amigos que hablan en verso, que viven en una especie de castillo con terraza y piano, que visten de manera muy clásica; por mucho que queramos acercarnos a sus peripecias solo nos pueden producir risa o distancia por lo que tiene de paródico y de fuera del tiempo. Lo que cuentan es serio, porque se trata de asuntos tan cercanos como la amistad, la muerte, la ayuda al otro aunque sea a costa de la propia vida. Lo que parece amistad pura viene inducida por la venganza y por la traición. El texto es eficaz, pero se convierte en útil y fresco gracias a una dirección de Juan Carlos Rubio que lo activa con una puesta en escena bien dibujada y resolutiva en lo espacial y los movimientos, así como la habilidad de lograr la complicidad de unos actores que lo asimilan. Todo ello en una escenografía de José Luis Raymond que parece excesiva para lo que sucede, pero que tiene importancia en sí misma. Estamos ante una tragicomedia, ligera, un entretenimiento bien vestido, bien arropado por una música que apoya las situaciones y con la utilización de una canción popular, una habanera muy conocida, que es la conexión más directa con una parte del público que lo celebra. Una obra, un montaje para reír, quizás también para pensar.