19 ENE. 2016 CRÍTICA «Los odiosos ocho» Crímenes de Saloon Koldo LANDALUZE Condenado a reinventarse, el western se ha transformado en territorio abonado para autores que dan rienda libre a sus inquietudes. También es cierto que de no ser por el calibre de los cineastas que todavía apuestan por cabalgar libres y salvajes por las praderas del western, la cartelera comercial poco o nulo caso haría a estos proyectos. Tarantino entra de lleno en este reducido club de elegidos capaz de estrenar a escala mundial cualquier proyecto, incluído este género, y tras su primer coqueteo con “Django desencadenado”, ha ido más allá en sus inquietudes en esta su nueva producción que al igual que un hábil jugador de poker, se sabe poseedor de una buena mano antes de colocar sus cartas sobre la mesa mientras suenan los compases de Ennio Morricone. En “Los odiosos ocho” Tarantino se muestra libre de ataduras y en estado puro y parece contagiado de ese territorio limitado y único que sirve de escenario a una historia salvaje en el que se permite autohomenajearse jugando con el recuerdo de “Reservoir Dogs” y, sobre todo, planteando una estructura narrativa que parece escrita por una Agatha Christie descorsetada y en pleno éxtasis de peyote mientras perpetra su enésimo crímen de salón. Brillante y brutal en sus intenciones, este western orbita en torno a un selecto plantel de personajes y permite que Samuel L. Jackson logre una de sus mejores interpretaciones asumiendo la batuta a golpe de colt y carta de Lincoln en secuencias tan brillantes como la de la cafetera. Pero, a pesar del papel protagónico de Jackson, quien realmente seduce por su rol de Calamity Jane enloquecida es una Jennifer Jason Leigh capaz de escupir sin pestañear sus dientes rotos al rostro de un Kurt Russell que robó a Charles Bronson el abrigo que lucía en “Nevada Express”.