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ORIGEN DEL ISIS EN IRAK

LOS LAZOS DEL BAAZISMO CON EL ESTADO ISLÁMICO (ISIS)

El ISIS lanzó en junio de 2014 su ofensiva sobre el oeste iraquí y, en pocos días, tenía en su poder casi un tercio del país. Una conquista imposible sin la connivencia de exmiembros del partido Baath y otros movimientos insurgentes suníes, según los analistas. Para acercarse a las complejas relaciones entre el secularismo baazista y el salafismo del ISIS habría que recordar Camp Bucca y la represión contra los suníes. Un cóctel de injusticias cuyo resultado es el ISIS.


El embrollo sectario que ahoga Irak comenzó en 1990, cuando la ONU le impuso trece años de estrictas sanciones, cuyas consecuencias forzaron a Saddam Hussein a entregar más poder a los líderes tribales y religiosos para mantener su férreo control. Dentro de la miríada de grupos que encontraron beneficio en las sanciones destacó la orden naqshbandi, que, pese a ser sufí, interpreta de forma ortodoxa el Corán y defiende la sharia.

El vínculo entre el aparato militar baazista y los naqshbandi se dio con matrimonios y entrega de poder en regiones como Tikrit, Kirkuk y Mosul, donde la cofradía tiene una dilatada presencia. Izzat al-Douri se encargó de apuntalar estos lazos tejidos en los ochenta. Hombre de confianza de Saddam Hussein desde la infancia, fue nombrado sheikh de la orden. En 2003, cuando comenzó la invasión de EEUU, el baazismo movió con destreza sus relaciones con el sunismo –fundamentalista o no– para iniciar la resistencia. Tras la ejecución de Saddam, en diciembre de 2006, uno de los grupos insurgentes que surgió con más fuerza fue el Ejército de los Hombres de la Orden Naqshbandi (JRTN), liderado Al-Douri.

Algunos beneficiarios del baazismo eligieron el camino de la resistencia de Al-Douri, otros emigraron a los países del Golfo o se unieron a las redes yihadistas. Apresados, torturados y despojados de su honor, cientos de suníes adoptaron el salafismo en la prisión de Camp Bucca. Se estima que 17 de los 28 altos cargos del ISIS coincidieron allí. Entre ellos, Abu Bakr al-Baghdadi y Haji Bakr, quien fuera coronel de la Inteligencia baazista y considerado ideólogo de la estrategia del ISIS. Esto permitió el contacto de Al-Qaeda con el imponente aparato de seguridad que Saddam había creado para reprimir a kurdos, chiíes y fundamentalistas.

En 2006, cuando comenzó la guerra civil y sectaria, el Estado Islámico (ISIS) –que anunció la formación del Estado Islámico de Irak, un ente separado de Al-Qaeda pese a portar su estandarte – y el JRTN canalizaron la resistencia contra las fuerzas de la ocupación. Los ataques del JRTN se dirigieron a los soldados de EEUU y sus colaboradores. A diferencia de Al-Qaeda, rechazó los objetivos civiles y enfocó su discurso al panarabismo no sectario. Pese al contraste ideológico, la meta común de derrocar al Gobierno posibilitó su coexistencia en la regiones suníes.

Esta insurgencia contó entonces con la colaboración de Al-Assad, quien temía correr la suerte de Hussein y facilitó un corredor yihadista desde su país. Años más tarde, el boomerang fundamentalista golpearía Siria.

Los suníes

En el conflicto iraquí, EEUU entendió que solo podría derrotar al fundamentalismo usando a los propios suníes. Así nacieron los Consejos del Despertar (Sahwa), una alianza tribal de exinsurgentes que luchó contra Al-Qaeda. A cambio, el Ejecutivo se comprometió a reinsertar a los baazistas de bajo rango en el aparato de seguridad y facilitar la integración de los suníes en el nuevo Irak. Nada de eso ocurrió al concluir la guerra en 2008. El Gobierno chií de Nuri al-Maliki condenó al ostracismo a quienes durante décadas monopolizaron el poder.

Tras la guerra, los yihadistas volvieron a la sombra. Nunca fueron derrotados, como decían los ocupantes. En realidad se estaban preparado, captando adeptos a medida que los suníes perdían sus posesiones y trabajos y eran reprimidos y acusados de «terrorismo» con falsas pruebas. En ese contexto, la Primavera Árabe iraquí se topó con ríos de sangre y la reelección de Al-Maliki. Las movilizaciones que recorrían Irak –impulsadas por el JRTN a través de su filial social Intifada Ahrar al-Iraq–, fueron reprimidas. En Hawija, el Ejército masacró a más de 50 suníes en una protesta pacífica en abril de 2013.

A esas alturas pocos creían en una solución política en el Parlamento. La comunidad suní se había resignado y esto fue aprovechado por Al-Douri para apoderarse de la voz del sunismo social. El «rey de tréboles» de la baraja de póker estadounidense había mantenido hasta entonces un perfil bajo por la recompensa de 10 millones de dólares que pesaba sobre él. Pero tras Hawija, el ISIS y el JRTN empezaron a mostrarse en público y Al-Douri llamó a la yihad defensiva.

En un Irak ya incontrolable, la principal carretera que unía Kirkuk con Bagdad y las alejadas ciudades del sur, de mayoría chií, sufrían atentados constantes. En diciembre de 2013, la espiral de violencia y el menguado poder central aventuraban un nuevo conflicto sectario. Otro error de Al-Maliki quebró la paciencia suní y provocó la rebelión de la región de Al-Anbar contra el Estado como antes lo hizo contra EEUU: detuvo al líder tribal Ahmed al-Alwani en un asalto en el que fallecieron dos de sus hermanos.

El JRTN inició el levantamiento en Al-Anbar, pero el ISIS se hizo con él. Una de las razones, su financiación; la otra, la connivencia de los líderes tribales de Sahwa que, tras la traición de 2008, no confiaban en Bagdad. «En 2014 hallaron un terreno común porque los baazistas pensaron que podrían conducir e incluir en la ofensiva del ISIS. Pero ese cálculo fue erróneo», explica Aymenn Al-Tamimi, experto del Middle East Forum.

La supremacía del ISIS

La ofensiva relámpago del ISIS que le dio el control del tercio oeste iraquí, fue posible gracias a la ayuda de la segunda fuerza insurgente en Irak: el JRTN. La toma de Mosul o la masacre de Speicher son dos de los hechos más significativos que confirman la relación, negada por el JRTN. Pese a ello, las fricciones han llevado a miembros del JRTN a abandonar el califato, jurar lealtad al ISIS o ser encarcelados o ejecutados. En una cárcel de Hawija asaltada por los kurdos para liberar a rehenes del ISIS –donde murió el primer soldado de EEUU en el nuevo conflicto– había prisioneros del JRTN.

En este vaivén de noticias, el JRTN se ha quejado de acciones del ISIS, sin citarlo. De hecho, desde la caída de Mosul, lleva sin responder a sus relaciones con el ISIS, por lo que parece que intenta distanciarse sin acusar directamente a los líderes del califato. Esto apunta, como dice Al-Tamimi, a la superioridad del ISIS con respecto a los baazis- tas, en apariencia subyugados ante los hombres de Abu Bakr al-Baghdadi: «El JRTN tiene una presencia en la sombra en las ciudades del califato. El ISIS ha ganado la supremacía y el JRTN puede hacer muy poco. Ahora mismo, la única posibilidad para que el JRTN reviva pasa por el colapso del ISIS en Irak».

Además de baazistas, el JRTN integra a suníes que ya no creen en una solución promovida por el Parlamento. Como la mayoría de los suníes de Irak no son naqshbandi –detestados por el ISIS por ser sufíes–, el discurso del JRTN es ambiguo y lleno de guiños a quienes busquen cambiar el estatus de Irak. La idea de derrocar al Gobierno chií es la única en común entre los insurgentes suníes. Por lo demás, ISIS y JRTN tienen una visión muy diferente sobre el futuro.

El JRTN representa una mezcla de Islam, sunismo y nacionalismo iraquí. No es sectario e intenta agrupar a todos los suníes, suavizando el concepto de takfir (apóstata) que el ISIS endosa a quienes no siguen el salafismo wahabí. Tras la caída de Mosul, el JRTN dijo: «Nuestro Ejército cree en los derechos ciudadanos y la pacífica coexistencia de todos los iraquíes con independencia de su credo, nacionalidad...». Lo vivido en el califato, sin embargo, dista mucho de esas palabras. El problema es que el JRTN no supone una amenaza para el sistema actual, algo que el ISIS, como se ha demostrado, sí.

«No hay esperanza en el JRTN»

Cuando se criminalizó a los baazistas, algunos países del Golfo les dieron cobijo por sus lazos con Saddam Al-Tamimi dice que «el JRTN ha intentado cultivar relaciones con Jordania –condenando el acto en el que el ISIS quemó vivo a un piloto jordano– y otros países como Arabia Saudí –al que felicitó por su intervención en Yemen–, pero sus gestos no han obtenido reciprocidad porque las potencias suníes han entendido que ya no hay esperanza en el JRTN».

La comunidad suní, atrapada entre dos muros de intransigencia –Estado e ISIS–, no puede hacer más que ser connivente con quien controle la zona. El salvajismo del ISIS, que elimina cualquier tipo de oposición, atemoriza a las voces discordantes. Según Al-Tamimi, los políticos suníes están más divididos que nunca y la única solución pasa por «la reconstrucción del Ejército». Las masacres de las milicias chiíes –que representan la alargada sombra de Irán, el gran vencedor de la invasión– añaden aún más escepticismo a los acorralados suníes. Esta posible revancha «es una de las mayores preocupaciones para el futuro incluso si el ISIS fuese expulsado de Irak».

Lo que ahora vive Irak es lo opuesto a la mejor democracia de Oriente Medio que aventuró George W. Bush. Es el caos, la guerra, la división. En definitiva, un Estado fallido. En los diez primeros meses de 2015, 6.520 civiles murieron, según la ONU; el doble, según Iraq Body Count. Recuperar la normalidad costará años, décadas probablemente. Lo que parece claro es que ninguna solución duradera vendrá sin contar con la comunidad suní, el 20% de la población iraquí. Cualquier otra maniobra traerá un receso en la lucha, pero no su final. Los casi 200.000 soldados de EEUU desplegados no lograron equilibrar la balanza en Irak; muy al contrario, plantaron la semilla del ISIS, hijo de las injusticias de las dos últimas décadas y que ahora amenaza a Occidente.