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CRÍTICA «El cuento de las comadrejas»

Nadie puede con la resabiada vejez y con Chuck Berry


El maestro argentino Juan José Campanella brinda una lección de cómo se debe hacer un remake asegurando el éxito creativo, y que consiste en eso tan difícil de no desvirtuar la obra original sin dejar de hacer aportaciones personales de cara a su actualización. Porque hay que atreverse a revisar y poner al día una película de culto para la cinefilia argentina como “Los muchachos de antes no usaban arsénico” (1976) de José Martínez Suárez, y con el mítico Narciso Ibáñez Menta en el reparto. Claro que el veterano cuarteto que ha elegido Campanella resulta todavía mucho más antológico, con una divina Graciela Borges que emula a la perfección a la Gloria Swanson que inmortalizó a la decadente Norma Desmond en “Sunset Boulevard” (1950) de Billy Wilder. Ella estelariza los pasajes más icónicos, cediendo a sus tres chicos, que son como el mayordomo-director Erich Von Stroheim en uno, la palabra.

Campanella y su coguionista Darren Kloomok han escrito los diálogos más desencarnados y maliciosamente inteligentes que se hayan escuchado en una sala de cine en tiempos. Por supuesto que suenan teatrales y artificiosos, pero es que se trata precisamente de reflejar que los personajes hablan de forma impostada adrede, pues son ancianos que se han quedado atrapados en una casona destartalada que evoca la época dorada de un cine que ya no se practica y cuyas frases eran melodramáticas a perpetuidad, al igual que los rótulos de las películas mudas. Los duelos verbales entre Óscar Martínez y el luthier Marcos Mundstock son de infarto.

Gracias a que los de la tercera edad juegan en casa tienen ganada de antemano la guerra generacional, pero es muy divertido y regocijante ver caer en sus propias redes a la pareja rival de jóvenes pipiolos. Y a modo de leit motiv Campanella se saca de la chistera el single póstumo de Chuck Berry “Big Boys”, un trallazo de imparable y contagiosa energía nonagenaria.