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CRÍTICA «Ennio. El Maestro»

El hijo del trompetista


Cuando la música de un compositor te vuelve loco te haces muchas preguntas sobre quién es la persona que está detrás de esas creaciones tan geniales, lo cual seguramente es un gran error. Recuerdo decenas de discusiones sobre Morricone, y estábamos de un lado los incrédulos que dudabamos de que pudiera componer más de veinte bandas sonoras en un solo año, y todas ellas al máximo nivel de exigencia, porque no salen las cuentas, ya que ha firmado más de quinientas películas, récord que para igualar el resto de sus colegas necesitarían varias vidas. Y luego le oyes hablar, y le quita importancia, incluso se jacta de que hacer música de cine le resultaba un trabajo demasiado fácil. Durante años llegó a verlo como una dedicación menor, debido a que su talento musical estaba muy por encima de la simple ilustración de una escena guionizada o actuada. Pero si el hombre no se quería consagrar a esto, él quería ser médico, y no trompetista como su padre. Su prolífica carrera fue una venganza, su manera de sobrellevar una condena, creando y creando sin parar.

Nada es suficiente, ni las más de dos horas y media que le ha dedicado Giuseppe Tornatore en su particular homenaje al monstruo al que más debe artísticamente. Son diez largometrajes colaborando juntos estrechamente, pero faltaba este documento para intentar acercarse un poco más a la compleja personalidad morriconiana. Y gracias a “Ennio. El Maestro” (2021) empiezo por fin a entender muchas cosas, como que podía componer mientras hablaba por teléfono, o sin tocar las teclas del piano, simplemente le bastaba con mirarlas.

Pero antes de Tornatore fueron las canciones de los 60, y el primero en apropiarse de sus partituras fue Leone, que le pedía cosas que él no quería hacer, amparándose en su vieja amistad de compañeros escolares. Ennio se resistía a que un coyote, un silbido o una flauta de pan sonará en todos los temas.