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DE REOJO

Infiltrado


A media luz, este verano sobresaltado, nos deja deslumbramientos en primera persona. Y unas dudas razonables. ¿Cuántas personas acuden cada día a trabajar con dolores severos? ¿Cuántas infiltradas por dolores musculares o de movilidad? La infiltración para solucionar problemas de larga duración provoca en ocasiones minimilagros. Pues bien, jugar al tenis durante dos semanas, en el primer nivel, con dolores en un pie e infiltrado, es decir, adormecido, el lugar de los dolores no debe ser nada fácil. Y Rafael Nadal lo hace y gana su décimo cuarto trofeo de Roland Garros en París, convirtiéndose en un mito, en alguien que, en el campo estricto de su deporte, su proyección y su relevancia, hay que hacer un apartado en la historia porque no es normal que, a su edad, con su enfermedad crónica en el pie, logre esas prestaciones físicas y mentales tan incuestionables.

Como espectador muy poco apasionado de este deporte, los tics de Nadal en cada servicio, ese ritual de repasar el calzoncillo por fuera, la camiseta, secarse los sudores y tocarse la nariz me provoca una suerte de animadversión, en ocasiones con rango de condescendencia ya que creo que en cualquier otro ser humano, tan expuesto al vaticinio público, ya le hubieran mandado a un sicólogo o al lugar donde se intentan remediar estos signos de padecer lo que se conoce como TOC. Pero un campeón crea escuela, y quienes no lo hagan, no están a su nivel, por lo que, si hiciera un partido entre cuñados, ensayaría este ritual tan medido. A la media hora de ver un partido de tenis de esta intensidad me duele el hombro tras las veces que repiten los movimientos de saque.

El carácter de Rafa Nadal, su manera de ganar y perder, su discurso es de un buenrollismo casi inhumano. ¿Juega por dinero, pasión, vicio, designio o misión?