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EDITORIALA

Políticas estructurales para derribar todo el iceberg


Hoy es el Día Internacional Contra Las Violencias Machistas. Como todos los años, el movimiento feminista ha convocado cientos de movilizaciones para denunciar las múltiples violencias contras las mujeres y reivindicar que es un problema de primer orden que interpela a toda la sociedad. En Euskal Herria, en 2024, la violencia machista ha matado a tres mujeres. Hay una desaparecida y se han presentado 6.953 denuncias.

Gracias a la lucha feminista, en los últimos años se han visibilizado muchas violencias que estaban normalizadas. Aunque haya sectores negacionistas, es cada vez más difícil negarlas, y eso es una victoria. Sin embargo, el modo de enmarcarlas está en disputa. Desde determinadas instancias, se trata de aislar el problema y remarcar la excepcionalidad de los perpetradores. Se caracterizan como “monstruos” irracionales, seres que no tienen nada que ver ni con la sociedad, ni con los demás hombres. Algunos, intentando apuntalar otras agendas, tratan de asociar esos “monstruos” con personas migrantes o con determinadas culturas, reproduciendo estereotipos racistas y estigmatizando a comunidades enteras. Frente a esos relatos, es importante subrayar la condición estructural de la violencia machista: el sistema heteropatriarcal presupone que todo hombre debe tener acceso libre e ilimitado al cuerpo de las mujeres, y la violencia machista es un mecanismo fundamental para perpetuar dicha dominación.

Ante ello, además de combatir la punta del iceberg, hay que deshacer las condiciones que hacen posible esas violencias. Por un lado, se deben transformar desde una perspectiva transversal e interseccional todas las políticas que refuerzan la dominación masculina. A punto de cumplir un año desde la huelga general feminista de Euskal Herria, las principales instituciones de este país no pueden seguir haciendo caso omiso. Por otro lado, tal y como han evidenciado el caso de Pelicot y otros, es imprescindible acabar con la complicidad y el silencio fraternal entre los hombres. En definitiva, hay que derrumbar todo el iceberg para construir una sociedad más justa e igualitaria, donde todas las vidas sean libres y vivibles.