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A la sombra de Silicon Valley


Cuando la dictadura franquista ahogó nuestras vidas, sus máximos responsables determinaron que la nomenclatura civil era una de las claves para mostrar su dominio. No había tenido empacho para nombrar a su armada con título de «Ejército de Ocupación», así que tampoco se ruborizaron cuando desterraron del callejero los nombres que detestaban. Una de sus primeras providencias fue anular todas las calles con el apelativo «libertad» y cambiarlas por otra referencia que consideraban gloriosa, «España». La muestra fue excelente para quienes rastreamos la historia porque de esa forma podemos afirmar que, al menos para la derecha española, «España» y «libertad» son antónimos, es decir, opuestos.

Esta semana, para ahondar en esas transmutaciones con intención de marcar paquete y adueñarse de la simbología, Larry Page, el dueño de Google, ha decidido que sus aplicaciones van a seguir las instrucciones de Donald Trump. El Golfo de México pasará a llamarse Golfo de América. Como si América fuera únicamente EEUU. Y ahora va a resultar que mantener la denominación tradicional, Golfo de México, se va a convertir en un acto revolucionario. Con el peligro que ello conlleva. Ya sabemos que Google graba nuestras conversaciones en los smartphones para que luego sus algoritmos nos oferten productos a medida, desde un champú a un viaje a Hawái. Y esa dicción a México nos condenará a la marginalidad, quien sabe si a prohibirnos la entrada en el aeropuerto de Nueva York.

La puesta en escena de la presidencia de Trump fue altamente significativa. A ella asistieron los llamados magnates tecnológicos. Esos que ocupaban hasta hace bien poco, precisamente hasta que la china DeepSeek desarrollara y anunciara una Inteligencia Artificial desplegada por una startup con escaso presupuesto. Una aplicación que desafía a gigantes como ChatGPT, dicen los expertos, «por su «código abierto, eficiencia extraordinaria y accesibilidad gratuita», provocando una estrepitosa caída en las bolsas de las tecnológicas estadounidenses, las que defienden la denominación «Golfo de América». Habrá que esperar a la lista Forbes de 2025, para comprobar los efectos.

Porque en la Forbes de 2024 se encontraban, entre los diez más ricos del mundo, Elon Musk (X, antigua Twitter), Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta), Bill Gates (Microsoft), Larry Page (Google)... Y a la entronización de Trump le acompañaron Musk, Bezos, Zuckerberg, Tim Cook (Apple), Sundar Pichai (CEO de Google) e incluso Shou Chew (CEO de TikTok, que logró un aplazamiento de la prohibición de su aplicación en EEUU). No es nuevo que los multimillonarios se arrimen al poder. Lo discordante, en esta ocasión, es que quienes dominan las redes en la actualidad, esos que han cambiado el paradigma del comportamiento humano, apuesten abiertamente por un proyecto como el de Trump, misógino, xenófobo, contaminante, excluyente, supremacista e imperial. Basado en fake news, transformación de la realidad, por una narrativa virtual falseada para «arrimar el ascua a su sardina».

Zuckerberg ya anunció en sus productos de Meta (Facebook, Instagram y WhatsApp, entre otros), la eliminación de filtros para que los mensajes racistas, de odio, fake news, etc., circulen libremente. Y trasladar de la ficción el control que nos anunció tan tempranamente como en 1953 Ray Bradbury, con su “Fahrenheit 451” y su personaje Sabueso Mecánico, un perro-robot que con el olfato distinguía la naturaleza de cada persona (en 2025 con los algoritmos generados en nuestras interacciones por las redes).

Un control que no llega a través únicamente de Internet, con esos más de 550 cables marinos de un total de 1,4 millones de kilómetros que ya consumen el 3% de la energía mundial. Una gran paradoja, 675 millones de personas en el planeta no tienen electricidad. La cifra va en aumento. Y Trump ha aseverado que potenciará los combustibles fósiles porque, según sus asesores, quizás su primo entre ellos como le sucedió a Mariano Rajoy, lo del calentamiento global es una patraña. No solo desde el fondo marino. También desde el espacio, donde la empresa SpaceX, propiedad asimismo de Elon Musk, posee 362 satélites.

Lo inquietante también es que los multimillonarios tecnológicos se sentaron junto a Javier Milei, Santiago Abascal o Giorgia Meloni, aquellos que rememoran un pasado dibujado por Alfred Rosenberg, el que difundió los conceptos e ideología nazi. Como un aviso de lo que llega, hoy sabemos que aquella fotografía difundida en los medios, en las que aparecían juntos Trump, Milei, Abascal y Meloni, era nada menos que virtual, creada con Grok, la herramienta de IA de la plataforma X de Elon Musk, a quien la eurodiputada de France Insoumise, Manon Aubry, ha señalado como «coordinador de una nueva internacional fascista», tras su apoyo en Europa a la ultraderecha.

Lo que algunos analistas han calificado con neologismos como «tecnofascismo», «tecnopopulismo» o «tecnofeudalismo», no son sino sistemas totalitarios que intentan implantarse a través de la tecnología. Las empresas tecnológicas asumen el papel de dictadores, nazis, fascistas o feudales, según la observación. Es un movimiento indudablemente político, porque aunque no se trate de que a la mayoría se nos considere, nuevamente según el término global, como siervos, súbitos o vasallos, lo común es que somos simples consumidores. Y esta constatación no llega exclusivamente del poder de las tecnológicas, sino de toda esa cúpula económica que nos atrapa en el día a día. ¿Qué diferencia hay entre el chantaje de Josu Jon Imaz, consejero delegado de Repsol, para evitar el impuesto a las energéticas y que su empresa ofrezca mejores dividendos que jamás, y ese anuncio de Trump de proteger fiscalmente a Silicon Walley y elevar los impuestos a los consumidores a través de su política arancelaria? Yo no veo discrepancias. No vienen buenos tiempos para los poetas. Por el contrario, necesitamos una amplia alianza universal contra estos tiranos de nuevo cuño.