06 ABR. 2025 EL VALOR DEL DEPORTE COMO PODEROSA HERRAMIENTA DE CAMBIO «El deporte es el principal trabajador social de nuestras comunidades», dice Sebastian Coe. Y así lo ratifican las personas que trabajan en diferentes proyectos de inclusión, cuyos testimonios se pudieron escuchar en la Women’s Football Week que acogió Bilbo y cuya labor se fundamenta en el acceso universal al deporte. Muchas jóvenes participaron en las actividades organizadas en el campo del Polideportivo de Errekalde, donde nació el proyecto «Marca Terreno» de Fundación Athletic y Fundación Bakuva. (WORLD FOOTBALL SUMMIT) Amaia U. LASAGABASTER Socialmente iguales, humanamente distintos, totalmente libres. La frase de Rosa Luxemburgo enmarca el gigantesco graffiti que custodia a los Dragones de Lavapiés. «Las cosas se pueden cambiar pero a veces hay que escribirlo en las paredes», sonríe Dolores Galindo. Es la presidenta del club, que nació hace más de una década en el barrio más muticultural de Madrid, con más de un tercio de vecinos de origen extranjero. La situación socioeconómica también es complicada en muchos casos, lo que multiplica el riesgo de exclusión. Pero hoy se sienten parte de una comunidad y en gran medida es gracias a una iniciativa de la que ya participan 600 «dragones» de más de cuarenta nacionalidades. También «dragonas» aunque hubo que esperar un lustro para que algunas madres decidieran calzarse las zapatillas y saltar al campo, generando una ola a la que se subieron pronto las más jóvenes. El arraigo, el sentimiento de comunidad, que en el caso de los Dragones se trabaja en múltiples frentes, es una vía directa a la inclusión. La suya es una de las muchas historias que se pudieron escuchar en Bilbo durante la Women’s Football Week, organizada por World Football Summit, en la que el evento principal giró en torno a la industria del fútbol femenino pero en la que hubo espacio para confirmar que el verdadero poder del deporte no se encuentra en las cuentas de resultados. «Es una herramienta potentísima», coincidieron todos los participantes en las numerosas charlas y mesas redondas, aunque «como la fuerza en Star Wars, hay que saber utilizarla para no caer en el lado oscuro», sonríe Galder Reguera. También lo hace al recordar las «cero victorias y cero empates» que han conseguido los equipos del proyecto “Marca terreno” en su primer año de vida. «No nos importa» porque su objetivo no es ganar sino ofrecer la posibilidad de jugar a fútbol a niñas que, por diferentes motivos, no podían hacerlo. Nació en mayo del pasado año cuando, a iniciativa de Common Goal y el proyecto Lay’s Replay, se habilita un campo de fútbol en el Polideportivo de Errekalde. Un campo abierto a quien lo desee y que la Fundación Athletic decidió, además, junto a la Fundación Bakuva, convertir en un vehículo para que los valores del deporte alcanzaran a un sector que se mantenía ajeno. «En el Athletic masculino, cada año vemos más jugadores de entornos migrantes, también en Lezama. Pero no pasa en los equipos femeninos. ¿Por qué?», reflexiona Reguera. Lo cierto es que, además de que a partir de los doce años, las fichas se desploman en términos generales, en contextos migrantes el acceso a la práctica deportiva de las niñas resulta más complicado. «Así que decidimos hacer un equipo de fútbol de niñas que no juegan a fútbol. Si es mala, si nunca ha jugado, igual porque no le han dejado...¿Qué pasa?». Se colgaron carteles en los centros educativos y 500 niñas se apuntaron a un clínic en Lezama. «¿Qué pasó? Que se lo pasaron bien» y hoy son cuatro los equipos que compiten en deporte escolar y federado. Y noventa las niñas que disfrutan en un espacio seguro, entre iguales, en el que solo importan las ganas pero en el que también se educa en compromiso -«entrenamos martes y jueves y la que falla no viene, así se lo dijimos también a los padres»-, respeto y pertenencia. EL MEJOR TRABAJADOR SOCIAL Y es que como ha dicho Seb Coe en numerosas ocasiones, «el deporte es el principal trabajador social de nuestras comunidades. La mejor política económica, sanitaria, educativa y de cohesión social es el deporte». Lo suscribe Ekain Larrinaga, técnico de inmigración en el Ayuntamiento de Bilbo. «El deporte puede reproducir las mismas discriminaciones que la sociedad», advierte, y tampoco «soluciona los problemas per se» pero es una herramienta que, bien utilizada, resulta de gran ayuda. En una ciudad en la que, en el caso de Bilbo, la población de origen extranjero se sitúa en torno al 17%, los prejuicios y la exclusión se presentan como retos especialmente relevantes. Qué mejor que la pertenencia a un grupo heterogéneo como puede darse en un vestuario o el esfuerzo común en pos de un objetivo para combatirlos. «Entrenar tres días a la semana puede ser el único anclaje de un chaval con la comunidad», subraya Larrinaga, que destaca la capacidad del deporte para «promover la solidaridad, la justicia social, la igualdad...». Y no sólo a través de actuaciones concretas. «El Athletic ha dado a conocer más el Ramadan que cualquier programa que podamos lanzar». No son pocas, sin embargo, las carencias con las que chocan las buenas intenciones. «En una senda, la del deporte y la interculturalidad, que hemos empezado a recorrer», por ejemplo, «no hay diagnóstico sobre la inclusión/exclusión en el deporte, no hay suficientes datos. No es lo mismo, por ejemplo, ser mujer que mujer inmigrante». Aunque la principal, posiblemente, pasa por el dinero. «Los cálculos nos dicen que más o menos son 300 euros al año entre cuotas, equipaciones...». «No hace falta irse muy lejos para saber que hay niñas y niños que tienen derecho al deporte pero no recursos -coincide Eukene Arana de la consultoría Zain-. Nos enfrentamos a la mercantilización del deporte. Cuotas, equipación, traslados… Muchos niños y adolescentes no se lo pueden permitir». Los programas de deporte escolar que desarrollan las Diputaciones son de gran ayuda en ese sentido pero ni son infalibles ni alcanzan al cien por cien de la población. Y son precisamente los barrios y centros escolares de entornos con menos recursos y mayor muticulturalidad los que más dificultades encuentran. «Vivimos en una sociedad en la que se determina que unas personas tienen que ir a un barrio determinado, a un colegio determinado, a un ambiente determinado, el de “tu gente”», lamenta el Director de Kunina Iñaki Alonso. Expone la experiencia con el proyecto piloto Kirol Oreka, que parte de un análisis de la realidad de ocio y tiempo libre en Bizkaia. Como en el resto del país, la segregación educativa genera «centros gueto», sobre todo en zonas con amplia población migrante, en los que en muchos casos «ni siquiera hay AMPAS ni actividades extraescolares». El programa se ha puesto en práctica en cuatro centros y su objetivo fundamental es que las niñas y niños «tengan un espacio de ocio de calidad para la actividad deportiva, facilitarles el acceso y la permanencia». «Nos sorprende pero hay niños y niñas en Bizkaia que, con doce años, acceden por primera vez a una actividad extraescolar», que quedan excluidos por tanto de los efectos positivos a todos los niveles que reporta la práctica deportiva. «Cuando se les entrega la camiseta, en muchos casos hay una cara de sorpresa y felicidad. Es la primera vez que tengo una camiseta de algo a lo que yo pertenezco. Adquieren el sentido de pertenencia». No es su único beneficio. «Se ha considerado la escuela como un “compensador social” y eso se puede extender al deporte», reflexiona Alonso, que lamenta que la práctica deportiva sea en muchas ocasiones la hermana pequeña de las actividades extraescolares. «Se entiende como un complemento pero es una gran herramienta que contribuye al desarrollo de las personas. En Kenia, en España y en Euskadi. Y hoy hay niños que se están quedando fuera para la vida por no tener acceso a actividades sociodeportivas». Por eso considera imprescindible una mayor implicación de las instituciones, que deberían asegurar «el acceso y la permanencia» a la práctica deportiva, independientemente de los recursos económicos, la procedencia o cualquier otra circunstancia. «Mi hija Laia es discapacitada y ama el deporte. Pero ¿dónde puede practicarlo, dónde tiene un referente, dónde tiene un espacio para cumplir con su sueño de practicar deporte? Es un derecho y una necesidad», reivindica. UNA BARRERA UNIVERSAL Pese al largo camino recorrido, el sexo también es una barrera. «Mi hija de 18 años juega a fútbol y todavía oye comentarios como ‘estas niñatas qué hacen aquí’ -denuncia Eukene Arana-. La hija de una compañera ha empezado a tocar el balón y en el patio hay niños que les dicen que las niñas no pueden jugar a fútbol». «El deporte nace en la época victoriana, está diseñado por y para hombres. Y lo mismo sucede con las ideas de Coubertain -reflexiona Arantzazu Rojo, del Departamento de Cultura, Política Lingüística y Deportes-. Quizá por eso la hegemonía masculina es más resistente que en otras áreas. Además, se practica en el tiempo de ocio y las mujeres han tenido siempre poco tiempo de ocio. Va cambiando pero tenemos que seguir trabajando. También desde la responsabilidad personal porque las referentes cercanas son importantísimas. Las hijas harán deporte si ven que las madres lo hacemos». Las diferencias aumentan en función de la latidud. Lo comprueba en primera persona Leire Fernández, una de las fundadoras de Fembolers. El proyecto nació en 2017 en Cuba, donde residía Fenández por motivos laborales y donde «había muchas mujeres con un montón de problemas pero no una red que nos uniera. Además, en Cuba es complicada la relación entre locales y extranjeros. Y como hay un machísmo barbudísimo y el futbol es superpatriarcal y estábamos hasta las narices, creamos el primer equipo femenino independiente». Un equipo al que se fueron sumando mujeres, cuyo contacto previo con el fútbol era en muchos casos inexistente. Siete años después incluso han ganado campeonatos pero «lo más importante es que hemos creado un espacio de seguridad, en un lugar en el que todo el rato te recuerdan que eres mujer». De hecho, «lo más impotante es el tercer tiempo. Salimos, hay música, cervezas, baile, nos contamos nuestros problemas, hablamos de nosotras, tenemos nuestro espacio, no hay tutelas...». La situación de puertas afuera ha mejorado porque «ahora hay más estructura, más dinero...», incluso «más diálogo», pero sigue siendo «el equipo más odiado de Cuba», sonríe Fernández. Y es que es fútbol practicado por mujeres en un club gestionado por mujeres «y el liderazgo femenino es complicado porque los hombres no lo reconocen». Lo peor es que «cuando vengo aquí, tampoco me parece que la situación sea tan diferente. Y estoy segura de que las niñas muchas veces juegan peor por la presión que sienten». Y es que el sesgo es evidente en las altas esferas -en el Estado español solo una de las 66 Federaciones deportivas está presidida por una mujer- pero también en la base. «El primer contacto con el deporte se suele dar en la escuela, en la asignatura de Educación Física. Y ahí ya se dan barreras de género», explica María Linares del Club AE Ramassà, que desde hace cincuenta años trabaja en la integración social de colectivos vulnerables a través del fútbol y que en 2021 puso en marcha un proyecto para mujeres recién llegadas al país, solicitantes de asilo y refugiadas. Y para las que el sexo es un hándicap añadido. «El acceso, la inserción laboral, el arraigo... son muy complicados. Sobre todo si son chicas que han venido solas. O con hijos, que también complica su acceso al deporte. De hecho, tenemos un servicio de cuidado de niños para que puedan hacerlo con tranquilidad». El objetivo es también facilitar su integración a través de la práctica deportiva pero también «ofrecerles un espacio seguro». Porque, como recuerda Eukene Arana, «no hay que facilitar el acceso al deporte, sino el acceso seguro al deporte». Solo así podrá convertirse en una poderosa herramienta de cambio para hacernos socialmente iguales, humanamente distintos y totalmente libres.