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LUTO EN LA IGLESIA CATÓLICA

Fallece el papa Francisco, el jesuita que no llegó a revolucionar la Iglesia

El papa jesuita y argentino Francisco falleció ayer en Roma a los 88 años tras una década de un pontificado iniciado a consecuencia de la renuncia de Benedicto XVI. Introdujo cambios en la Iglesia católica, pero sin llegar a revolucionarla tanto como parecía en un principio. Después de más de dos meses padeciendo problemas respiratorios, murió a causa de un ictus cerebral.

El papa Francisco saludó horas antes de su muerte a los fieles congregados en la plaza de San Pedro subido en el «papamóvil». (Tiziana FABI | AFP)

Francisco, el papa que iba a revolucionar la Iglesia católica y que no llegó tan lejos, falleció ayer en Roma a los 88 años, tras ofrecer la bendición urbi et orbi el domingo. El cardenal camarlengo, Kevin Joseph Farrel, anunció que la muerte se produjo a las 7.35 en su residencia de la Casa Santa Marta. Murió a consecuencia de un ictus cerebral que le causó un coma y un fallo cardiocirculatorio irreversible, según informó el Vaticano en su parte de defunción.

«Con profundo dolor tengo que anunciar que el papa Francisco ha muerto a las 7.35 horas de hoy [por ayer], el obispo de Roma ha vuelto a la casa del padre, su vida entera ha estado dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia, y nos ha enseñado el valor del evangelio con fidelidad, valor y amor universal y en manera particular a favor de los más pobres y marginados», anunció Farrel.

Agregó, además, que «con inmensa gratitud por su ejemplo como discípulo del Señor Jesús recomendamos el alma del papa Francisco al infinito amor misericordioso de Dios Uno e Trino».

En el vídeo, grabado en la capilla de la Casa Santa Marta, también aparecían el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, y el sustituto de la secretaria de Estado, el venezolano Edgar Peña Parra.

LLEGADA EXCEPCIONAL

Su llegada al trono de San Pedro fue en unas circunstancias tan excepcionales que no se habían producido en casi 600 años. El 28 de febrero de 2013, el entonces sumo pontífice, Benedicto XVI, renunció al papado debido a su «edad avanzada». «Ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio», anunció 17 días antes.

Con un papa emérito en la sombra, empezó un cónclave que se resolvió con notable rapidez. Tras cinco votaciones y dos jornadas de reunión de los cardenales, el 13 de marzo se anunció desde el balcón de la plaza de San Pedro la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, jesuita y arzobispo de Buenos Aires, como pontífice número 266 de la Iglesia católica con el nombre de Francisco.

Como el propio Bergoglio manifestó, en su primera intervención vestido de blanco, en relación a su elección, «parece que mis hermanos cardenales han ido casi al fin del mundo». Y era cierto que se habían ido hasta América del Sur para localizar al nuevo sumo pontífice, que se hacía con las riendas del Vaticano bajo el aura de que iba a revolucionar la Iglesia católica.

Nacido el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio se formó en la Compañía de Jesús, de la que llegó a superior provincial en Argentina en 1973.

Tras ser nombrado obispo titular de Auca en 1992, seis años más tarde se convertía en arzobispo de Buenos Aires, cargo que ostentó hasta ser elegido papa. Parecía que Bergoglio iba a insuflar nuevos aires en el Vaticano, ya que venía precedido por su aura de hombre sencillo que había renunciado a los privilegios de su rango episcopal y con un fuerte compromiso con la justicia social.

Sin embargo, excavando en su pasado no era oro todo lo que relucía. Como ha señalado Diego Sztulwark, miembro de Colectivos Situaciones, «es un hábil político, cuidadoso de la imagen que transmite». Eso explicaría que no se haya puesto tanto el acento en que estaba alineado con la derecha argentina, es decir, opuesto a los derechos de los homosexuales y al derecho al aborto, como evidenció en su papado. Pero incluso era sospechoso de connivencia con la última dictadura en Argentina.

De hecho, en diciembre de 2010, fue citado a declarar como testigo en la causa que investigaba el secuestro de los jesuitas Orlando Virgilio Yorio y Francisco Jalics, a los que conocía del Colegio Máximo y de cuya represión se le responsabiliza en mayor o menor medida desde algunos sectores. No se sacó nada en claro, pero su paso por la Compañía de Jesús dejó cierto resquemor entre sus compañeros por la dureza con la que ejerció su autoridad como provincial.

AMBIGUO CON LA DICTADURA, DURO CON LOS KIRCHNER

Frente a esa postura ambigua hacia la dictadura, Bergoglio se destacó siendo especialmente crítico con los Kirchner por impulsar los juicios a los represores de la guerra sucia de aquella época. Así que entre luces y algunas sombras, Bergoglio se puso al frente del Vaticano con un aura de reformador y con una serie de gestos que buscaban reafirmar su imagen de humildad: su anillo era de plata en lugar de oro, al igual que la cruz pectoral, y dejó de usar zapatos rojos.

En esa línea más progresista, criticó a los sacerdotes que no bautizan a los niños nacidos de parejas no casadas o de madres solteras, instó en repetidas ocasiones a combatir la pobreza, denunció las diferentes guerras que sacudían el mundo, buscó entrelazar la ciencia con «los dones del Espíritu Santo» y permitió que mujeres y laicos voten en el sínodo de los obispos.

Francisco también se adentró en la cuestión de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia, abogando por actuar con decisión contra la pedofilia. En concreto, pidió a la Congregación para la Doctrina de la Fe que promoviera medidas de protección a los menores y para ayudar a las personas que han sufrido abusos, al tiempo que consideró necesario aplicar las medidas oportunas a los culpables. Así, de su mano, aunque con la oposición de los sectores más reaccionarios, ordenó reabrir la investigación eclesial en el caso de abusos sexuales en el Colegio Gaztelueta, del Opus Dei.

El profesor condenado a dos años de cárcel por el Supremo español ha desplegado en los últimos meses una importante campaña para ralentizarla, lográndolo por el momento. Mientras la familia Cuatrecasas aguarda a que Roma revise el caso, Francisco agradeció públicamente la «valentía» de la víctima al denunciar los abusos.

«SE TIENE O NO SE TIENE»

Sobre el celibato de los sacerdotes, se mostró contrario a suprimirlo, porque «no cura esas perversiones. Se tiene o no se tiene». Para evitar los casos de abusos sexuales, abogó por una mejor selección de candidatos para el sacerdocio.

Con el Opus Dei se mostró menos complaciente que sus predecesores. En agosto de 2022, Francisco hizo público un motu proprio en el que se establecía que el prelado del Opus no podrá ser obispo y que pasaba de depender de la Congregación de los Obispos a la del Clero, que se encarga ahora de fiscalizar sus actividades, ya que tiene que hacer un informe anual de su labor.

En el terreno de la comunidad LGTBIQ+ es donde se puso en evidencia la doble cara de Bergoglio. Por un lado, criticó las leyes que criminalizan la homosexualidad diciendo que «no es un delito, es un pecado» y en encuentros con homosexuales y transexuales llegó a señalar que «Dios quiere a todos sus hijos, estén como estén» o «si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?».

UN PECADO QUE NO PUEDE SER MATRIMONIO

Pero, al mismo tiempo, siendo cardenal, se enfrentó al Gobierno argentino por permitir el matrimonio con independencia del sexo de los contrayentes. Y en 2021, con su aprobación, la Congregación para la Doctrina de la Fe dijo que la Iglesia no podía bendecir uniones de personas del mismo sexo. Incluso, ante el intento de la UE de proteger esos matrimonios, llegó a señalar que no se deben «imponer cosas que en la naturaleza de la Iglesia no encajan».

En relación a la eutanasia, fue tan crítico como con el aborto, al vincularla con «una cultura del descarte. Los viejos molestan. Los enfermos más terminales también».

Dentro de su política del palo y la zanahoria en determinados ámbitos, el papa pidió que se trate mejor a las suegras, aunque a la vez les instó a no criticar: «Tened cuidado con vuestras lenguas. Es uno de los pecados de las suegras, la lengua». Además, regularizó que las mujeres distribuyan la comunión y lean textos en misa, unas concesiones que no suponían abrir la puerta al sacerdocio femenino.

También criticó la violencia machista, asegurando que «herir a una mujer es ultrajar a Dios» y aunque nombró a una decena de mujeres en altos cargos, bajo su gobierno, estas siguieron apartadas de la cima del poder en el Vaticano.

En la recta final de su pontificado, los problemas de salud se fueron haciendo cada vez más patentes, obligándole a dejar de acudir a determinados eventos y a desplazarse en silla de ruedas. Hasta el extremo de que se llegó a hablar de la posibilidad de una renuncia, opción que, en principio, era descartada al vivir todavía Benedicto XVI, ya que habría supuesto la convivencia de tres sumos pontífices al mismo tiempo.

Tras fallecer el papa emérito el 31 de diciembre de 2022, la posible renuncia del papa Francisco fue cogiendo más cuerpo, pero ese deterioro de su salud se fue agudizando desde 2023.