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Saul Steinberg, el errante creador de las portadas que retrataron elsiglo XX

Saul Steinberg (Râmnicu Sărat, Rumanía, 1914- Estados Unidos, 1999) es uno de esos personajes en los que se retrata, por su obra y su recorrido vital, una época histórica; en su caso, el EEUU posterior a la Segunda Guerra Mundial. Cualquiera lo diría, porque este judío-rumano-estadounidense errante era más bien anárquico. El festival Ja! nos acerca a uno de los creadores más relevantes e inclasificables de mediados del siglo XX.

Las máscaras y varios retratos de Steinberg, en la exposición. (Dani de PABLOS | JA! FESTIVAL)

En una de las paredes de la sala Axular del bilbaino Bizkaia Aretoa (EHU), muy cerca del Museo Guggenheim, cuelga una abigarrada selección de las muchas portadas que Saul Streinberg realizó para “The New Yorker”. Nada menos que 89 portadas dibujó este ilustrador, a las que hay que unir los dibujos publicados en su interior, durante su larga colaboración, de casi medio siglo, con la revista de culto neoyorquina. Un trabajo que, por cierto, le permitió darse a conocer mundialmente. Buscamos y sí está «la» portada: es la más popular de las que creó, titulada “Vista del mundo desde la Novena Avenida”, publicada en 1976, y que tantas interpretaciones (y copias) ha tenido. Porque el mundo, visto desde la Gran Manzana, llega hasta muy lejos -aparece hasta China-, pero siempre desde el egocentrismo neoyorkino.

Calvo, flaco y miope, siempre esmerado en el vestir, Saul Steinberg era un ser humano poliédrico, hipocondriaco y, como buen rumano, propenso a la melancolía. Fue también viajero incansable, amante del buen vino y la gastronomía, lector voraz y metódico, y le disgustaba la compañía de los niños, pero adoraba a los gatos, a los que convirtió en protagonistas de ilustraciones, portadas y hasta de una silla -la famosa Shell Chair de de los Eimes, los pioneros del low cost; una silla que Streiberg customizó en los 50 con un dibujo de un gato-. Gran conversador, culto, irónico e imprevisible, de su formación académica como arquitecto salió un mundo regido por una arquitectura y geografía propias, plasmadas con engañosa sencillez en sus dibujos. Fue algo más que un ilustrador, porque anticipó la evolución del oficio de ilustrador a un creador gráfico generador de un mundo propio.

Steinberg se resiste a las clasificaciones simples. Vinculado al expresionismo abstracto americano (Pollock, De Kooning, Rothko o Ad Reinhardt), recorrer su vida es un viaje por la escena cultural del convulso siglo XX. Eligió el dibujo como un medio de expresión artística, aunque él mismo se definió como «un escritor de imágenes».

La vida de Steinberg fue tan errante como su obra: escapó de Rumanía, se formó como arquitecto en Italia, pero tuvo que huir a Estados Unidos sin papeles. Este exilio marcó profundamente su obra, que con frecuencia se presenta como una reflexión sobre la identidad, el desplazamiento y las fronteras. Estableció profundas conexiones con otros artistas e intelectuales exiliados, como Beckett, Giacometti y Ionesco, con quien compartía una visión aguda e irónica de la condición humana.

Nacido en Rumanía, a un par de horas de Budapest, en una familia judía -por cierto, aunque nació un 15 de junio, celebraba su cumpleaños el 16, el Bloomsday, dada su afición a James Joyce-, Steinberg se formó como arquitecto en Italia durante su juventud. En Milán descubrió las que habrían de ser sus pasiones: el dibujo, las mujeres, viajar y ganar amigos, entre los cuales contó más adelante a Henri Cartier-Bresson o Vladimir Nabokov. Terminó la carrera, que nunca ejerció, y tuvo que huir de Italia en 1941, porque las leyes antisemitas de Mussolini lo forzaron a abandonar Europa.

Sin documentación, viajó a la República Dominicana, donde tuvo que permanecer un año hasta que le permitieron la entrada en Estados Unidos. En la isla caribeña convivió con otros refugiados rumanos, pilló la malaria y comenzó a colaborar con “The New Yorker”. El 28 de junio de 1942 viajó a Miami y al día siguiente se trasladó a Nueva York, ciudad que sería su hogar el resto de su vida. De “The New Yorker”, decía que era su patria.

Otra fecha importante: 19 de febrero de 1943, cuando obtuvo la ciudadanía estadounidense y lo reclutó el Ejército para la Oficina de Asuntos Estratégicos -los servicios de inteligencia-, para la propaganda contra Hitler. Fue enviado a China y más adelante continuó ese trabajo en India, Argelia e Italia. Steinberg aprovechó todo lo que Estados Unidos le ofrecía: conoció a la élite económica y cultural neoyorkina, gracias a su mujer, la pintora también rumana Hedda Sterne, y se convirtió en un fenómeno comercial.

En los 60, la pareja se separó y su segunda pareja fue la diseñadora gráfica alemana Sigrid Spaeth, 22 años menor que él, que se divertía en las cenas neoyorquinas hablando de su padre nazi y viendo cómo los judíos y los liberales perdían el apetito. Estuvieron juntos hasta que ella se suicidó. Él, que pasó estos últimos años deprimido, murió tres años más tarde de cáncer depáncreas, con Sterne acompañándole.

Con Sigrid, recorrió Estados Unidos, estuvo en Hollywood -no prosperó su colaboración en “Bailando bajo la lluvia”- y todo esto lo plasmó en sus dibujos, que se publicaron tanto en revistas como en libros. Escribió que «las reservas indias son aterradoras, hay un aire a campo de concentración» y mostró de forma abierta su antagonismo con la guerra de Vietnam. Viajó a Rusia por encargo de la revista -después de la Guerra Mundial, cubrió también los juicios de Núremberg para “The New Yorker”- y dijo que le recordaba la atmósfera de miedo de Rumanía, un país al que añoraba y odiaba al mismo tiempo.