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Gritos y pistolas en el Parlamento


Es posible que consideremos que el nivel de degradación del Parlamento español actual jamás alcanzó cotas de incontinencia verbal tan miserables. Cierto es que en el Parlamento actual hemos contemplado una revitalización del léxico del arroyo y de la maledicencia en su intento maniqueo de ocultar la tosca inteligencia de unas señorías paralizadas por su cortedad de miras ciudadanas. Hace bien poco, lo habitual era utilizar el «argumento ad hóminem» −«no puede ser cierto lo que dices, porque vistes mal»−, pero, de tiempos para acá, lo han sustituido con pleonasmos tan poco originales como eres «un hijo puta» y flecos parecidos. Por eso, es probable que la gente en particular diga que el «sancta sanctorum» de la democracia llamado Parlamento nunca llegó a tal descomposición ética en el uso de la palabra por parte de sus inmoderados usuarios. ¿Lo es?

Por la hemeroteca del 4 de julio de 1934, se sabe que los diputados se «propinaron agresiones físicas formidables en los pasillos del Congreso» y «se insultaron con expresiones de grueso calibre». Pero, si solo se hubieran dado puñetazos, podría comprenderse. El diputado Balbontín recuerda que «aunque la violencia de los debates era tremebunda, no llegaron nunca a ponerme en el trance de tener que defenderme con la pistola que llevaba siempre en los bolsillos, como todos los diputados militantes» (“La España de mi experiencia (reminiscencias y esperanzas de un español en el exilio”. Aquelarre, 1952). ¡Quedémonos con la expresión! ¡Todos los diputados llevaban pistola en sus bolsillos! No hay noticia de que llegasen a usarlas en el hemiciclo, pero te quedas ojiplático leyendo los textos de Balbontín y de R. Gómez, “Gritos en el Parlamento”.

El protagonista principal de aquel evento fue el insigne Indalecio Prieto, líder importante del PSOE. El ovetense se enfrentó al diputado sevillano de la CEDA, Jaime Oriol de la Puerta, amenazándolo con una pistola. El día 5, “El Pensamiento Navarro”, “La Voz de Navarra” y “Diario de Navarra” describieron el tumulto con todo lujo de detalles. “Diario de Navarra” le dedicó un extenso artículo, bajo el epígrafe “Divagaciones”, firmado por su director, el golpista Raimundo García, con su habitual seudónimo «Ameztia».

Los tres papeles mantuvieron el mismo relato. “La Voz de Navarra” lo intituló “Sesión de Cortes”. De 4,20 de la tarde a 1,10 de la madrugada, con nerviosismo, escándalos, agresiones y exhibición de pistolas”. Describía el clímax del follón así: «Teodomiro Menéndez, capitaneando a un grupo de diputados socialistas se encamina a los diputados derechistas, insultándoles, surgiendo la colisión con golpes, gritos, etcétera. Muchos diputados se abofetean. El escándalo es inenarrable. Hay palabrotas, insultos y golpes. Indalecio Prieto saca una pistola, disponiéndose a disparar, pero otros diputados y los ujieres del Congreso evitan que haga uso del arma. Siguen los diputados golpeándose. Se ven que andan rodando por el suelo. Otros diputados intentan también disparar».

El Presidente de la Cámara, Santiago Alba, incapacitado para dominar la trifulca, «abandona la presidencia. Los diputados siguen con los insultos, con golpes, etc. En los pasillos se repiten los gritos y las bofetadas».

Lo de «Ameztia», de no saber de quiénes hablaba, pensaríamos estar ante un fragmento de una comedia bufonesca. Decía que «Oriol y Tirado terminaron dándose de coscorrones» y que «los diputados acabaron, unos patas arriba, otros dándose puñetazos. La mayoría dando gritos feroces. Y en el fragor de la disputa, voces tremendas clamando: ‘¡Pistolas! ¡Sacan pistolas! ¡Señor presidente, ¡esgrimen pistolas!’, Los del montón se patean. Uno piensa: ‘Si ahora suena un disparo, contestan ochenta’». Y, en tono más que sibilino, añadió: «En Méjico y en Belgrado sería una cosa semejante. Solo faltan aquí los tiros. Pero ya llegarán, ya llegarán, si continúa este Parlamento». Como que llegaron.

Continuaba su grotesco relato diciendo que «los diputados, una vez que se ha ido el presidente, coinciden en ponerse a fumar. Se forma una gran humareda. Y se oye: ‘Canallas. Pistoleros. Cochinos’. Así durante media hora. Faces lívidas, gestos matones, gentes que dejan las chaquetas en manos de que los quieren detenerlos sujetándoles por los brazos, con ‘¡yo le levanto a usted la tapa de los sesos’ y otros epigramas».

El comentario final de «Ameztia» era todo un presagio: «ni se pidió a nadie que entregara las armas mientras durase la sesión, ni se tomó el acuerdo de que se cacheara a los diputados al entrar en el Congreso».

Recuperada la tranquilidad, Prieto reconoció que él sacó la pistola, porque vio que otros diputados lo hacían. Tirado, socialista, dijo que fue él «quien pronunció la palabra «farsantes» cuando hablaba Gil Robles, pero que esto no justifica el reto que le lanzó el señor Oriol. Yo le dije al señor Oriol que por las buenas retiraba la palabra, pero no por las malas y, entonces, me pegó». Ahora, sus señorías se dicen cosas tan poéticas como «usted es una nada», pero lo que no daríamos por ver a Tellado recibiendo un crochet de Puente en pleno mentón.

En este contexto, era habitual esgrimir que España se hallaba ante una guerra civil. A los parlamentarios poco les faltaba. Ya Unamuno, en una de sus intervenciones parlamentarias, lo recordó a su modo paradójico: «Hay ciertas guerras civiles que son las que hacen la verdadera unidad de los pueblos. Antes de ella, una unidad ficticia; después es cuando viene la unidad verdadera. ¿Y qué más da que hagamos la guerra civil?». Pues ya se vio que sí daba hacer una guerra civil y conocer en carne propia los efectos de la «unidad verdadera» grande y libre que ocasionaba.

En fin. Con ser tan grave y nihilista la situación actual, considérese si el hecho que acabo de evocar refleja más o menos idéntico nivel de violencia en aquellos parlamentarios que la de sus homólogos actuales. No sé, pero, quizás, antes de decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, seria higiénico conocerlo.