09 NOV. 2025 KOLABORAZIOA Euskera, puente para cruzarnos Julen ORBEA {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} Ayer tuve una discusión, otra vez más, entre la importancia del aprendizaje del castellano como idioma de acogida de personas recién llegadas a Bilbao, al País Vasco, al Euskararen Herria y la necesidad de hacerlo desde el principio en las lenguas oficiales. En la gran mayoría de los casos el ecosistema que se encuentra una persona que en muchas ocasiones trae consigo dos o tres lenguas, es una acogida monolingüe en castellano que marca el vehículo con el que se va a comunicar y transmite una pobreza cultural que no representa a la Euskal Herria del siglo XXI. Somos una sociedad crecientemente multicultural, con nuevas lenguas, acentos y modos de vivir el mundo. Algunos lo toman como amenaza, cuando es una oportunidad histórica. El euskera, lejos de ser una reliquia a proteger tras vitrinas, puede convertirse en el hilo conductor de una convivencia más justa, consciente y solidaria. Pero para eso, debemos atrevernos a imaginarlo de otra manera: como un derecho, no como un privilegio; como una puerta abierta, no como una barrera. El euskera no pertenece a una comunidad cerrada, sino a todas las personas que viven, aman, trabajan y sueñan aquí. Como decía la lingüista sudafricana Nomsa Mkhize, «una lengua vive cuando no teme ser aprendida por quienes vienen de lejos». Esa es la clave del futuro: una política lingüística que vea en cada nueva familia migrada una aliada potencial en la revitalización del euskera. Necesitamos caminar hacia un modelo donde el euskera sea gratuito, accesible y prestigioso para todas las personas, sin importar su origen. Aprenderlo debe ser una invitación cálida y cotidiana, no un esfuerzo solitario. Una lengua se muere cuando sus hablantes dejan de soñarla. Si soñamos un euskera renovado que suene en las calles de Indautxu, Martutene, Abetxuko o Errotxapea en bocas diversas, entonces el idioma no solo sobrevivirá: se reinventará como lo ha ido haciendo durante siglos. En una Euskal Herria que se construye entre la diáspora, la migración y la memoria, necesitamos lenguas que unan, no que separen. En ese sentido, el euskera puede ser el puente más sólido que tengamos hacia el futuro. Un puente que no borre las demás lenguas, sino que las abrace; que no tema a la diferencia, sino que la celebre. Como decía la escritora y activista senegalesa Ken Bugul, «cuando una lengua se abre, una comunidad se ensancha». Es vital tanto para la comunidad que recibe como para la persona que llega a nuestra comunidad, reconocernos en nuestra diversidad y aprendernos. Un puente tiene dos lados y todas tenemos que poner de nuestra parte para cruzarnos. Necesitamos caminar hacia un modelo donde el euskera sea gratuito, accesible y prestigioso para todas las personas, sin importar su origen. Aprenderlo debe ser una invitación cálida y cotidiana, no un esfuerzo solitario