30 NOV. 2025 Entrevista María de Lourdes Ruiz Bravo, «Mamá Lulú» Madre buscadora «Si no peleamos y molestamos a los gobiernos, no nos dan ningún apoyo» El 22 de julio de 2015, la vida de María de Lourdes Ruiz Bravo (Guadalajara, México, 1963) dio un vuelco: su hijo José Marcos desapareció sin dejar rastro. Y cinco años más tarde lo hizo su hija, María de Lourdes. Con las secuelas de este trauma aún a cuestas, se ha convertido en «Mamá Lulú». (Víctor YUSTRES) Víctor YUSTRES DONOSTIA {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} Las cifras de desapariciones forzosas en México no son anecdóticas. Según los últimos datos del registro oficial del país, hay más de 134.000 personas desaparecidas y no localizadas, es decir, unas 40 al día. Son, sobre todo, las mujeres como Mamá Lulú, que trabaja incansablemente para buscar a sus hijos y a otras personas desaparecidas en el estado de Jalisco, las que, organizadas y desafiando al miedo, mantienen vivas las investigaciones y la memoria. ¿Qué pasó el 22 de julio de 2015? Me llamaron al colegio donde estaba trabajando y me dijeron si sabía algo de mi hijo, porque no contestaba desde el día anterior al teléfono y que habían visto patrullas cerca del taller donde trabajaba. Me angustié mucho y luego me enteré de que lo habían levantado (secuestrado) y que había desaparecido, aún no se sabe por qué. Fui a denunciar el caso a la Fiscalía, y pensaba que con esa denuncia se encargarían de todo, pero no fue así. ¿Qué ocurrió con la investigación del caso de su hijo? Primero, me daban largas y me enviaban de una delegación a otra a hacer los trámites, y nunca había ningún avance. Pronto me di cuenta de que no investigaban nada. Era yo misma la que les traía siempre nueva información o pistas que encontraba. Si la investigación seguía en marcha, era porque yo la iba alimentando. Sigues adelante con todo el dolor y, encima, tienes la sensación de volver a empezar cada vez. Incluso mi denuncia se extravió en el sistema hasta en tres ocasiones. Pensaba que me tocaban todas las irregularidades a mí, pero luego me di cuenta, al conocer otros casos parecidos, que hay muchas madres que viven situaciones similares. En medio de este proceso, cinco años después, en 2020, hacen desaparecer a su hija. ¿Sabe qué ocurrió? Sí. A ella le pidió un contable que le recogiera su correspondencia mientras cambiaba de domicilio. Ese hombre trabajaba para un cártel y cuando fueron a deshacerse de él, vieron sobres con la dirección de mi hija y se pensaron que ella era cómplice. Fueron a su casa y le preguntaron dónde tenía la droga, le registraron el piso y, al no encontrar nada, se la llevaron. Esto lo sabemos porque nos lo ha contado mi nieta, que tenía entonces ocho años y estaba allí cuando pasó. Durante mucho tiempo ella pensaba que tenía la culpa de lo que había pasado. ¿Qué implicó en su vida convertirse en una madre buscadora? En mi caso, cuando pasó lo de mi hijo, empecé a salir sola al campo antes del trabajo, sin que se dieran cuenta mis otros hijos. Daba vueltas alrededor del taller donde desapareció con el pico, la pala y con una varilla para buscar en la tierra, en las cunetas o en cualquier cerro a ver si encontraba cuerpos enterrados. Algunas noches, si llovía, volvía a casa llena de barro y polvo. Al final, ya no buscas solo a tus hijos, sino a cualquier desaparecido. Hace poco encontramos unas 130 bolsas en fosas de la colonia de Lomas del Mirador. Si encontramos un cuerpo y lo desenterramos, para mí es un alivio, porque pienso que habrá una madre que está sufriendo y podrá dar sepultura a su hijo. Sé que habremos llevado paz a un hogar. Es entonces cuando crea el colectivo Luz de Esperanza. ¿Qué trabajo hacían desde allí? Sí, creé este colectivo con otros familiares de desaparecidos. Además de ir a buscar directamente al monte, íbamos a los hospitales, a los albergues, a los centros de rehabilitación y a las cárceles. También empezamos a buscar maneras de difundir los casos. Por ejemplo, hicimos pegatinas con las caras de nuestros familiares desaparecidos para pegar por toda la ciudad. Yo también quería hablar con algunas empresas o tiendas para que pusieran las fotografías en los cartones de leche, en las etiquetas del pan, en los refrescos... No era fácil, pero yo estaba desesperada porque se hiciera mucha difusión. Después de tres años, sale de la organización y crea la Fundación Entre Tierra y Cielo. ¿Qué otras cosas hace desde este nuevo colectivo? A mí me apartaron del colectivo que creé porque empezaron a llegar donativos y yo defendía que se tenían que repartir entre todo el colectivo y otros decían que no, que lo necesitaban más. En todo caso, sigo trabajando desde la nueva fundación con los mismos objetivos. Además, apoyamos a las madres que vienen desde poblaciones lejanas a revisar sus investigaciones en la Fiscalía. Les ofrecemos asesoramiento, un café o una sopa caliente o les buscamos sitio donde quedarse a dormir. El Gobierno debería ayudarles con esto, pero a veces, si no sabes qué trámites hay que hacer, te ignoran. Si no peleamos y molestamos a los gobiernos, no nos dan ningún apoyo. En su búsqueda incansable, ha llegado a tratar con capos de los cárteles en búsqueda de información… ¿Consiguió algo? Sí, estuve en un lugar donde vendían droga y hablé con uno de los jefes y le pregunté si sabía dónde estaba mi hija. Mi familia me decía que no fuera allí por si me hacían daño, pero yo no quiero meterme con ellos, solo que me regresen a mi hija. Cuando estuve, revisaron una lista que tienen de gente que han hecho desaparecer y me dijeron que mi hija no estaba. Llevan el control de todo, están mejor organizados que la Fiscalía. Desde 2010 hasta hoy han matado a 29 buscadoras. ¿No tiene miedo? Cuando se llevaron a mi hijo, a mí se me quitó el miedo. Y cuando se llevaron a mi hija, todavía más. Yo he decidido no meterme con los cárteles. Intento no divulgar información sobre los lugares donde están para no buscarme problemas. Al principio, sí que tenía más miedo por mis hijas, porque estaban fuera de mi vivienda, vigilándome. Me llegué a cambiar cuatro veces de domicilio. Hay también cierto estigma social por el hecho de ser familia de desaparecidos. Incluso a usted le llegó a costar el trabajo… Sí, yo trabajaba en una escuela, haciendo tareas de limpieza, mantenimiento y cocina. Y el director me engañó para que firmara un despido voluntario sin saber qué estaba firmando y me quedé así sin ninguna compensación económica. Esto fue solamente tres días después del secuestro de mi hija. Supongo que, al ver que me habían desaparecido a dos hijos, pensaba que podrían venir a buscarme al colegio. Se aprovechó de la situación de shock que sufría. ¿Qué impacto psicológico han tenido estos últimos diez años en su vida? Yo quedé bloqueada. Actualmente, no lloro por el bloqueo tan fuerte que tengo. Me siento muerta en vida. Tengo que seguir de pie porque tengo que sacar adelante a mis nietos. He hecho varias terapias y ahora es cuando empiezo a hablar. He publicado un libro junto con mi psicóloga que se llama “Hasta encontrarles. Crónica de una esperanza en Jalisco: Lulú, madre buscadora”, en el que he narrado mi vivencia hasta el día de hoy y me ha servido también para sanar un poco el trauma. Espero que sirva también para empatizar con el dolor horrible que vivimos muchas familias. ALIVIO«Si encontramos un cuerpo y lo desenterramos, para mí es un alivio, porque pienso que habrá una madre que está sufriendo y podrá dar sepultura a su hijo. Sé que habremos llevado paz a un hogar» BLOQUEADA«Yo quedé bloqueada. Actualmente, no lloro por el bloqueo tan fuerte que tengo. Me siento muerta en vida. Tengo que seguir de pie porque tengo que sacar adelante a mis nietos»