05 DIC. 2025 GAURKOA Hacer atractiva la igualdad Maitena MONROY Profesora de autodefensa feminista {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} Este enunciado es un mensaje que aparece de manera recurrente en muchos foros e incluso, ante la ola antifeminista, puede que nos interroguemos sobre qué estaremos haciendo mal para que nuestro discurso pro-derechos no llegue bien, no cale entre las personas más jóvenes. Se instala la idea, que encaja muy bien en este contexto neoliberal, de que trabajar a favor de la igualdad pudiera ser un regalo, una fiesta o un objeto de mercadeo. Bueno, en realidad, así lo han desvirtuado las grandes empresas que promueven campañas de maquillaje o perfumes con los que empoderarnos, transitando del viejo eslogan de «para estar guapa hay que sufrir», al de «estar guapa te empodera». Creer que los derechos humanos son un objeto más de mercado es parte del problema al que nos enfrentamos. El feminismo nos incomoda a todas y todos. No es fácil ser feminista, como no lo es ser anti-racista, ecologista, sindicalista... Todos los compromisos éticos tienen un coste personal, un desgaste, cuando vas a contracorriente, incluso de aquello que aprendiste e internalizaste como verdad absoluta, y te saca de «tu sitio». Por eso, si no te genera disconfort, si no cuestiona tu manera de estar en el mundo, igual es que no estás despatriarcalizando. ¿Se imaginan pedir al movimiento ecologista ser atractivo y que compita con las grandes multinacionales del comercio electrónico que nos están ofreciendo que para ser felices podemos consumir como si fuéramos millonarios? A pesar de que es evidente el perjuicio personal y colectivo que provoca el consumo ilimitado sobre el cambio climático, seguimos comprando en el blackfriday o en las navidades como si se nos acabase la última oferta del mundo, sin ser consciente de que con ello lo que se nos acaba es el mundo. El feminismo, además de cuestionar al sistema desde sus cimientos estructurales, también lo hace desde el orden más íntimo: el relacional, el sexual y el afectivo, lo que provoca que las tensiones no sean hacía fuera, sino, muchas veces, hacía dentro, hacía nuestros esquemas de pensamiento y de deseo. El feminismo nos da las herramientas para entendernos, pero también la desazón del ahora qué, cómo continuar en el mismo lugar que cuando no veía. Imposible. Otro mensaje recurrente suele ser centrarse en la educación como paradigma de cambio social. Muchas veces se pone el peso de la transformación sobre las nuevas generaciones, pero no son niños de 8 años los que están grabando vídeos porno de una violencia extrema, ni siquiera adolescentes. Quienes les están alimentando son hombres hechos y derechos que les animan a reconstituir un mundo de dominio, un paraíso perdido del que el feminismo pretende expulsarles. La ultraderecha, con sus lobbys, entre ellos la «red política por los valores», está centrada, especialmente, en los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres y, para ello, se focaliza, también, en atacar y derogar todas las políticas públicas de igualdad. Promueve campañas que sostienen que la igualdad nos perjudica y que volver a los valores tradicionales nos proporciona seguridad y confort. Cada cual en su sitio y el patriarcado en todas partes. En unas jornadas recientes escuchaba a uno de los referentes de «hombres por las nuevas masculinidades» que «los hombres no obtienen poder de clase ni poder económico por el privilegio patriarcal». En este sistema de poder lo que se obtiene es poder sexual y, también, poder económico de manera genérica y de manera individual, un poder en el espacio de lo íntimo que trasciende al ámbito público y viceversa. Se hace difícil no ver este poder cuando desde el 17 de noviembre de este año las mujeres asalariadas trabajaremos gratis, o sabiendo que el 90% de las ciberviolencias las sufren las mujeres, o que cada hora y 40 minutos se denuncia una violación, solo por dar una pequeña muestra de la radiografía de la desigualdad. Se hace difícil comprender que haya quien no ve, quien pretende equiparar las violencias, que es otra forma de negacionismo, o quien promueve la idea de que todo el mundo está afectado y oprimido por el patriarcado y que el mismo solo beneficia a una parte exigua de los hombres, a las élites. En la campaña de Emakunde para el pasado 25N se señalaba, a raíz de un estudio del 2024, que 1 de cada 2 mujeres residentes en Euskadi hemos sufrido violencia machista, la pregunta es quién nos agrede. Los agresores siempre están fuera del campo de visión, no son objeto de señalamiento y, es más, en muchos casos acaban siendo ensalzados sin que haya un cuestionamiento masivo de los hombres de abajo, de aquellos que supuestamente no se benefician de la jerarquía sexual. Las feministas más jóvenes, después de realizar el taller de autodefensa feminista, me suelen señalar con sorna «que eran más felices antes de conocerme». Romper con los ideales de femineidad moderna no es una tarea sencilla porque ahora no se venden desde la imposición, sino desde el consentimiento y la libre elección, por eso, cuesta más desvelar al patriarcado interno e identificar todas las presiones de la normatividad y las condiciones materiales que precarizan la vida, especialmente, de las mujeres. Quizás no se trata de pensar que ninguno de los quehaceres políticos nos va a producir placer, más allá del goce de sentirse parte de un movimiento, de una trascendencia que sobrepasa la vida propia para mejorar la del conjunto. Quizás lo importante es saber que no hay paraíso y que perder la idealización de los arquetipos patriarcales puede que no te haga más feliz, pero si más humana. Quizás la única certeza sea que promover la desigualdad, tarde o temprano, te alcanza. La cuestión entonces sería decidir en qué lado te gustaría estar. El objetivo es el mismo de siempre, esto es, trabajar para que la igualdad sea algo que nos competa a todas y todos, aunque no podremos venderlo como un mundo ideal, ni de colores, solo hacerlo porque es más justo y democrático. Quizás lo importante es saber que no hay paraíso y que perder la idealización de los arquetipos patriarcales puede que no te haga más feliz, pero si más humana