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Primera persona


En los últimos tiempos a mi padre dejaron de visitarle las palabras. Las esperábamos puntuales, pero no llegaban a su cita o se retrasaban demasiado: nombres de seres queridos, de lugares felices, vocablos sencillos como ‘‘veterinario’’, ‘‘álamo’’, ‘‘cazuela’’; «no me la digas, hijo…». Palabras relucientes que él pronunciara un día y que yo, niño, aprendí recién estrenadas. En los últimos tiempos, y mientras el universo seguía expandiéndose, mi padre se contraía, menguaba a medida que se acercaba al agujero negro que acabó tragando su empequeñecida materia.

En los últimos tiempos mi padre caminaba cada vez más despacio, y yo con él; ahora voy siempre deprisa, pero no sé adónde.

El escritor búlgaro Gueorgui Gospodinov escribe sobre su padre en su hermosísimo último libro “El jardinero y la muerte”. Nos cuenta que de niño él, el narrador, el hijo, escogía de la biblioteca solo libros escritos en primera persona porque sabía que en ellos el protagonista no iba a morir; y aunque el suyo está escrito así, en primera persona, el verdadero protagonista muere.

«Sobreviven solo los narradores de las historias, aunque también ellos morirán un día», escribe. Y concluye: «Sobreviven solo las historias».