12 JUN. 2014 Mundial de Brasil 2014 La otra Copa del Mundo Setecientos treinta y seis futbolistas y un único anhelo compartido por todos ellos, desde el más mediático hasta el más modesto y desconocido: alzar al cielo de Maracaná la Copa del Mundo el próximo día trece de julio. Por delante, y desde que el jueves día doce la anfitriona Brasil y la Croacia de Modric y Rakitic habrán fuego, sesenta y cuatro vibrantes partidos de todos los colores y sabores. Un auténtico paraíso para cualquier aficionado al fútbol. Tiene algo la Copa Mundial (si quieren parecer aficionados serios de verdad dejen de llamarlo `Mundial', su auténtico nombre es Copa Mundial o Copa del Mundo) que dispara hasta el infinito las sensaciones que un torneo futbolístico puede despertar en el gran público. Para empezar, el hecho de que se dispute cada cuatro años implica que si uno no abre bien los ojos y centra sus atenciones en el torneo, es muy probable que se pierda algo por lo que tendrá que esperar cuatro largos años más. Por otro lado, su condición de evento mundial magnifica su repercusión hasta límites insospechados. Hay quien no lo sabe, y probablemente vive muy tranquilo en su ignorancia, pero en lugares tan inhóspitos y alejados de nuestro día a día futbolístico como Irán, Honduras o Argelia, se juega, y bastante bien, al fútbol. Y quizá sea este el punto que más llama mi atención cada cuatro años. Todo buen aficionado al fútbol sabe quiénes son Messi, Neymar o Iniesta, destaca a Alemania por la creatividad de su batallón de centrocampistas de corte ofensivo o reconoce (y, por qué no, admira) ese gen competitivo que posibilita a los italianos a competir en igualdad de condiciones ante selecciones aparentemente más potentes. Incluso puede que sea capaz de identificar a dos o tres equipos como previsibles revelaciones del torneo, que sepa del buen momento del combinado de Suiza, que esté al tanto de la irrepetible generación de futbolistas belgas (quizá solo comparable a la de México'86, con los Ceulemans, Scifo, Gerets o Van der Elst) o que intuya que el orgullo y la voracidad de Chile puede llevar a los Alexis, Valdivia, Medel y Vidal a cotas impensables. Lo que se hace muchísimo más complicado de prever y pronosticar es el papel de las teóricas cenicientas del torneo. De esas selecciones más débiles de las que tan solo los más estudiosos del asunto serían capaces de citar tres o cuatro jugadores. Un día fue Irlanda del Norte (¿recuerdan el año 82 y aquel partido en Valencia?), como lo fueron posteriormente equipos impensables como Marruecos en 1986, la Camerún del indomable Roger Milla en 1990, la Arabia Saudí de Said Al-Owairan en la cita de 1994 o el Senegal de Diouf, Fadiga y Bouba Diop en el año 2002. Selecciones todas ellas con las que nadie contaba para nada, con el único cometido de disfrutar y pasear sus respectivas banderas con la mayor dignidad posible por un escenario que parecía no ser el suyo y que acabaron ganándose un nombre en el libro de honor de la Copa del Mundo. Es la principal grandeza del torneo mundialista. La posibilidad de que un desconocido futbolista senegalés descabalgue a la Francia campeona del mundo y de Europa, como ocurrió en el partido inaugural de 2002, o la fuerte carga simbólica que encierran encuentros como la inolvidable derrota sufrida por Estados Unidos a manos de Irán en el campeonato de 1998 en Lyon. En este torneo brasileño seguiremos muy de cerca a aquellos con los que nadie cuenta y nadie se detiene admirar. Disfrutaremos del debut de una selección como Bosnia-Herzegovina apenas dos décadas después de su nacimiento como estado independiente, que presenta un equipo con un buen puñado de futbolistas de cierto renombre, como Edin Dzeko, Emir Spahic o Miralem Pjanic. Comprobaremos si es verdad que el fútbol japonés, que cada vez cuenta con mayor número de representantes en las principales ligas europeas (Honda, Kagawa, Nagatomo, Uchida...), continúa creciendo y progresando torneo tras torneo o si eso de que los nipones acabarían convertidos en potencia mundial en dos o tres décadas no es más que una milonga exótica que acaba siempre derrumbada víctima de su propia inocencia deportiva. Trataremos de comprender qué ha llevado a Honduras y a Costa Rica a terminar su fase de clasificación por delante de la potente México de manera tan brillante o por qué la Argelia de Sofiane Feghouli y Yacine Brahimi se ha convertido en el único combinado africano capaz de resistir el empuje irresistible del fútbol del África negra. Los focos se los llevarán los brasileños, los alemanes, los argentinos, quién sabe si de nuevo los españoles... pero la Copa del Mundo dejará tras de sí un sinfín de pequeñas historias paralelas, un anecdotario inolvidable que obliga, aunque sea una vez cada cuatro años, a mirar hacia selecciones nacionales de países para los que el simple hecho de poder ver a los suyos competir en Brasil supone ya un éxito inolvidable.