18 JUN. 2014 TXOKOTIK Hora de blindar la paz en Colombia Ainara Lertxundi Kazetaria El voto «útil» ha funcionado en Colombia, pese a que la abstención se ha situado en cerca el 50%. En la primera vuelta de las presidenciales, celebradas el 25 de mayo, superó el 60%. El descontento popular, la falta de propuestas para superar la profunda crisis sanitaria que afecta al país, con hospitales al bordo del colapso y diagnósticos tardíos y en muchos casos con resultados fatales y la desconfianza en la clase política y su falta de legitimidad por los continuos escándalos de corrupción, por sus vínculos con el paramilitarismo y con el narcotráfico, son algunos de los factores que explican tan alta abstención. Los electores en la segunda vuelta han dado a Santos un nuevo mandato para continuar en la búsqueda de la paz con las FARC-EP y el ELN, y han desautorizado la guerra, aunque no se debe olvidar que casi siete millones de colombianos han respaldado la política de «mano firme, corazón grande» del economista Oscar Iván Zuluaga, ahijado político del expresidente Alvaro Uribe, el único en no reconocer la victoria de quien fuera su «niño mimado». El nuevo ciclo de conversaciones arrancará el próximo día 23 con el panorama electoral despejado e importantes novedades, entre ellas los diez principios que regirán las discusiones sobre víctimas y el compromiso adquirido por las partes con la verdad y con comisiones paralelas para imprimir un mayor ritmo a los diálogos. Una verdad que tiene dos vertientes; la verdad sobre el origen del conflicto y sobre hechos concretos de la contienda. Una verdad de la que tendrán que ser partícipes no solo las guerrillas y el Estado, sino también todos aquellos estamentos, incluida la Iglesia, que por acción u omisión hayan tenido algún tipo de implicación en estas cinco décadas de conflicto. El reto de la izquierda será atraer a ese 60% de la población y abrir canales de comunicación con la población en su conjunto para convertirse en una verdadera alternativa capaz de hacerle frente a Uribe, una «amenaza real», y a esa importante parte de Colombia que no quiere cambios ni la verdad.