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Los saharauis claman por un sirirí que los proteja


El dictador argentino Jorge Videla dijo en más de una ocasión que los desaparecidos no son nada, porque no están ni vivos ni muertos. En efecto, la desaparición forzada genera un inmenso vacío en los familiares, condenados a múltiples interrogantes y a un duelo incompleto hasta no saber la verdad sobre lo que pasó con su hijo, padre, hermano... «¿Cómo explicar a un niño qué es un desaparecido? ¿Cómo hablar de ello con los vecinos?», se preguntó el doctor Carlos Martín Beristain con motivo de la inauguración ayer en Donostia de la exposición «Voces del desierto, la resistencia frente al olvido», sobre la vulneración de derechos en el Sahara.

Un delito sobre el que pesa el temor, el silencio y hasta la estigmatización por parte de los propios victimarios y sus cómplices recurren a frases como «algo habrán hecho» para justificar lo injustificable, sembrar dudas, desprestigiar a la víctima y su entorno y, por consiguiente, hurgar aún más en la herida de los supervivientes. Con amplia experiencia en comisiones de la verdad y en conflictos como los de Guatemala, Colombia o Euskal Herria, Beristain citó el caso de la colombiana Fabiola Lalinde, objeto de un montaje policial en su contra por el mero hecho de buscar a su hijo desaparecido y de impulsar otras búsquedas. Una búsqueda que, parafraseando el lenguaje militar, bautizó como «Operación Sirirí». El sirirí, un tradicional pájaro colombiano, es conocido por su ferocidad a la hora de defender a sus crías de las aves rapaces. Su defensa se caracteriza por la intensidad del pitido con el que molesta a las grandes aves. En palabras de Beristain, la ONU «debería ser un sirirí para todos». Un sirirí que persiga los crímenes de guerra, rescate de las arenas del desierto a los cerca de 400 saharauis que siguen desaparecidos y ponga nombre a víctimas como la enfermera Chaia, muerta en un bombardeo con napalm y fósforo blanco contra Um Dreiga en febrero de 1976 mientras atendía en un dispensario de la Media Luna.