
La CUP tiene razones profundas, algunos problemas y 10 diputados. Es la formación que ha realizado públicamente la lectura más honesta de los resultados del 27S: el independentismo ganó las elecciones, pero no el plebiscito. El 48% de los votos sirven para arrancar el proceso constituyente de la República Catalana –de eso trata la Declaración aprobada en el Parlament–, pero no para culminarlo. Hace falta atraer savia nueva al independentismo y, en esa vía, dicen los «cuperos», el Mas ligado a la corrupción y a los recortes no ayuda. El crecimiento del independentismo solo puede venir desde la izquierda, dicen. Y se lo creen con mucha fuerza. Uno puede estar de acuerdo o no, pero no es postureo, es un análisis sincero.
Pero pese a los titulares y las declaraciones anunciando lo contrario, la CUP no pide la cabeza de Mas en bandeja de plata. De hecho, este es uno de los problemas de la formación emergente: sin palancas mediáticas, quedan a merced de los medios ajenos. Quejarse luego de que se distorsionan sus palabras queda en el terreno de la pataleta. Pero volvamos a Mas. Aunque no extensible al 100% de la formación, gran parte de la CUP es consciente del papel jugado por el president a la hora de atraer a las clases medias al proceso. Y también son conscientes de que la jubilación anticipada de Mas supondría probablemente el regreso de buena parte de dichas clases medias al maltrecho cobijo del autonomismo. Por ello, no le piden que vaya a por el kit de petanca, sino que dé un paso atrás. Solo uno. O ni eso: que dé un paso a un lado y permita un liderazgo compartido del proceso. Al margen de la sobreactuación convergente, resulta evidente que el propio Mas ha captado la idea. De ahí la propuesta de un Gobierno relativamente coral, con las responsabilidades repartidas en tres grandes áreas ejecutivas. Eso sí, con él como president.
También es sincera la insistencia de la CUP en negociar primero el «qué», el «cuándo» y el «cómo», dejando solo hasta el final el «quién», aspecto al que otorgan menos importancia. Es así, pero la estrategia seguida en las últimas semanas ha ido en dirección contraria y no ha sido culpa de los medios. Entrando en el juego de proponer nombres alternativos al de Mas, es la propia CUP la que ha personalizado las negociaciones en la figura del president. Más cuando se flirtea con nombres como los de Neus Munté, convergente convencida. «Quieren quitar a Rajoy y poner a Soraya», decían estos días en Esquerra.
Los problemas, al margen del mediático. La CUP es prisionera de la promesa electoral de no investir a Mas. No estaba escrito en ningún sitio, pero desde Catalunya Sí que es Pot se les apretó con el tema y lo dijeron. Lo dijeron una vez y lo repitieron hasta la saciedad: no investiremos a Mas. Y ahora a ver quién es el guapo que da marcha atrás. No es un callejón sin salida, pero en cualquiera de las vías de escape la CUP perderá la virginidad: si acaba invistiendo a Mas de una forma u otra, romperá su promesa electoral, y si no lo inviste y el proceso acaba yendo al traste, serán señalados como los principales culpables. La responsabilidad será compartida, pero la culpabilidad de la CUP será muy fácil de vender: son 10 diputados contra 62. Desde la bancada de Junts pel Sí, Lluís Llach lo explicaba recientemente en forma de canción amable: «La CUP pide que 62 diputados cambiemos de opinión, nosotros pedimos que cambien de opinión solo dos».
Y último problema, que también es virtud. A veces. La CUP no es la CUP, son las CUP. Tantas como asambleas municipales hay. A algún diputado no le dejarán entrar en el casal si acaban invistiendo a Mas, pero es que a algún otro no le dejarán entrar en su pueblo como esto se vaya al traste por no investirlo. En la CUP hay quien cree que sin Convergència no hay independencia, y hay quien cree todo lo contrario. Y unos, conscientes de todas sus dificultades, se han creído el proceso soberanista y han apostado por él. Y otros no. Y a veces, obviamente, el pegamento corre el riesgo de fallar.
Convergència tiene también sus razones, tiene un carro lleno de problemas y tiene una treintena de diputados dentro del Grupo Parlamentario de Junts pel Sí, cuyos 62 miembros siguen apoyando sin fisuras la candidatura de Mas. Al menos públicamente. Y esa es la razón que más peso tiene. 1,6 millones de personas votaron por la candidatura que llevaba a Mas como candidato. Matemática aplicada a la democracia. Pero cuidado, porque las ecuaciones que servían con Esquerra no sirven con la CUP. En Convergència están aprendiendo a golpe de «no» a la investidura qué es eso de la nueva política. No se negocia con cargos, ni siquiera con declaraciones de ruptura. Les ha salido «gratis» la Declaración, lamentaba esta semana el titular de Economía, Andreu Mas Colell, delatando la naturaleza del asunto. CDC no consiguió con ella lo que esperaba.
Cuando la cuesta se empina, el carro lleno de problemas chirría. Convergència suspira por un par de meses de tranquilidad para afrontar su aplazada refundación, en la que probablemente destierren hasta las históricas siglas CDC, demasiado ligadas a Pujol y a los casos de corrupción. Y es por eso que son, partidistamente hablando, la formación menos interesada en una nueva convocatoria electoral. El drama convergente en unas elecciones al Parlament podría ser antológico. Eso sí, no se lanzarían solos al abismo. En su caída se llevarían el proceso independentista. Esa es su baza.
Porque Convergència difícilmente aguantará un envite electoral en solitario sin que sus tensiones internas acaben de estallar. Las voces que, dentro de CDC, han abogado por romper con la CUP en las últimas semanas son buena muestra de ello. Es evidente que el florecimiento de dichas críticas internas en Convergència refuerza la posición negociadora de Mas ante la CUP («si no es por mí, este gallinero se desmadra del todo y adiós al proceso», parece decir), pero no todo son fuegos de artificio. La tensión en Convergència es palpable. Esta misma semana renunciaba a todos sus cargos el veterano dirigente y exconseller Antoni Fernández Teixidó, miembro del ala más liberal de la formación. La Convergència actual ha dejado de representar los intereses de la oligarquía catalana. Entenderlo es fundamental.
Mientras, ERC mira la batalla desde la barrera. Por primera vez no son ellos los que están bajo la lupa. Confían en que haya acuerdo y tratan de mediar. Decir lo contrario sería injusto. Pero a nadie se le escapa que, en caso de elecciones, hablando de nuevo partidistamente, serían a priori los más beneficiados dentro del campo independentista. Y lo saben.
Pero también saben que una victoria para gestionar el autonomismo no serviría de nada. Lo saben todos. Tras una escalada dialéctica de dos días, Convergència ha rebajado el tono en los últimos días. Tras semanas diciendo «no, no y no», la CUP también ha rebajado el tono en los últimos días. Dicen, quienes se supone que saben, que las negociaciones no van mal encaminadas y que habrá acuerdo. Veremos. Las dos semanas que quedan hasta el inicio de la campaña del 20D son la clave, y la cita de la CUP del próximo domingo, crucial.
_copia.jpg)
Irauli ekimena: Euskal Herriko familia euskaldunen korapiloak askatzeko topagune berria
Localizada la joven de 23 años desaparecida desde el día 25 en Donostia

El primer festival Aske pone la banda sonora a una Euskal Herria libre

La Ertzaintza deja impune la desaparición del test de drogas del hijo de un jefe policial

