Pablo GONZÁLEZ

Kiev celebra el aniversario del Maidan con los mismo problemas

A pesar del tiempo transcurrido, las autoridades han avanzado poco en su camino hacia la Unión Europea y la OTAN. Las relaciones con Rusia pasan por su peor momento histórico y la coyuntura mundial no juega actualmente a favor de los intereses de Kiev.

Recientemente se han cumplido dos años del inicio de las protestas en el centro de Kiev conocidas comúnmente como «el Maidán». Estas protestas se originaron cuando el entonces Gobierno de Ucrania encabezado por Viktor Yanukovich decidió no firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea.

Las protestas fueron apoyadas desde los países occidentales, que animaron a los ciudadanos ucranianos a hacer cambios en el país que lo llevaran hacia Occidente situándolo lejos de Rusia. Dos años más tarde se puede hacer un primer balance de lo conseguido por Ucrania, del grado de cumplimiento de las promesas del Maidán y, con ello, vislumbrar mejor las perspectivas que se abren de cara al futuro próximo.

Cada vez más ucranianos empiezan a recordar los últimos meses de Gobierno de Viktor Yanukovich como la última época dorada del país. Hace solo dos años, Ucrania era un país muy diferente al actual en algunos aspectos, sobre todo en lo que se refiere a economía, territorio y relaciones internacionales, pero muy similar en otros, ante todo los sujetos y sistema político.

Es difícil hablar de avances cuando la economía del país ha caído en los dos últimos años cerca del 15% y se ha perdido el control de unos 40.000 kilómetros cuadrados de territorio (la península de Crimea y parte de las regiones de Donetsk y Lugansk, el Donbass, en el este), superficie equivalente al conjunto de Euskal Herria y Catalunya. Aun así, Ucrania ha avanzando en dirección a la Unión Europea y a la OTAN, o al menos se ha alejado de la Federación Rusa.

Política con respecto a Occidente

Este es el punto más controvertido de la política ucraniana de los dos últimos años. Tras la marcha de Yanukovich y la instauración de un Gobierno abiertamente prooccidental, se suponía que Ucrania avanzaría a marchas forzadas hacia el bloque –Occidente– que apoyó y justificó un cambio de Gobierno mediante golpe de Estado. Y lo está haciendo, por lo menos a nivel de intenciones-declaraciones, pero menos si se miran los logros reales alcanzados.

Nada más llegar al poder, el nuevo Gobierno se apresuró a firmar el acuerdo de asociación con la UE que Yanukovich había rechazado. Un acuerdo que entrará en vigor el 1 de enero de 2016. Sin embargo, eso no significa que Ucrania vaya a estar más cerca de la UE en el plano político. No era, ni es, ni se prevé que sea candidata al ingreso en el bloque europeo en los próximos años.

Ahora el Ejecutivo de Kiev se esfuerza por aplicar las reformas que Bruselas le pide a cambio de una liberación de visados, es decir, de que los ucranianos puedan viajar a los países de la UE sin necesidad de visado alguno. Teniendo en cuenta que el sueldo medio en el país ha caído hasta los 200 euros, es difícil pensar que esos viajes serían de placer. Lo más probable es que se produzca una oleada de mano de obra ucraniana hacia el mercado comunitario, en muchos de cuyos países países sigue habiendo una importante tasa propia de desempleo.

Es por eso que en la UE nadie se quiere dar demasiada prisa en eliminar los visados. Se piden multitud de leyes, entre las que figura la de no discriminación laboral por motivos de orientación sexual. Algo que se da de bruces con la realidad de Ucrania, mucho más cercana a Rusia que a los países de Europa occidental en este aspecto. Aun así, el campo de reformas más duro es el que tiene que ver con la reforma del Estado hacia los estándares occidentales, y especialmente en materia de lucha con la corrupción.

Economía

Ucrania ha vivido unas elecciones presidenciales, unas parlamentarias y dos locales, pero las figuras presentes en la política siguen siendo las mismas. Oligarcas y gente cercana a ellos. Todos proceden de la época de Yanukovich e incluso de antes. Como han dicho algunos analistas, el actual presidente, Petro Poroshenko, intenta hacer reformas sin reformar nada. Es más sencillo llevar a cabo reformas en un país con una economía saneada. Ese es el otro punto en el que Ucrania no ha avanzado demasiado, o no lo ha hecho en la vía del crecimiento. No significa que no haya progresos, pero hacia una economía distinta. Las autoridades de Kiev han orientado su país hacia una economía más primitiva, en la que la parte industrial debe ir perdiendo peso y por tanto importancia.

Como país, Rusia sigue siendo el principal socio comercial de Ucrania, aunque la UE, como bloque, está ya por delante. El problema es que haber perdido a Rusia como socio comercial no está siendo compensando con nuevos socios.

En los mentideros de Kiev se pone énfasis en la entrada en vigor del acuerdo con la UE el próximo 1 de enero, pero omiten explicar que los productos ucranianos ya obtuvieron acceso al mercado comunitario el 1 de enero de 2015 y, aun así, las exportaciones ucranianas siguieron disminuyendo.

A ello hay que sumar que el próximo 1 de enero, paralelamente al acuerdo con Bruselas, entrará en vigor el embargo ruso de los productos alimenticios ucranianos. Algo que fue anunciado por el presidente ruso, Vladimir Putin, cuando se habló del acuerdo Ucrania-UE, como dijo el comisario europeo Johannes Hahn al señalar que la Unión Europea no iba a compensar económicamente a Ucrania por la pérdida del mercado ruso. «Hemos puesto no poco dinero para que la economía ucraniana se preparase para nuevas oportunidades de exportación y nuevas condiciones de mercado».

Integridad territorial

Todos estas cuestiones no mostrarían el panorama completo del país si no se mencionaran los problemas de integridad territorial que sufre Ucrania. A la pérdida de Crimea a manos de Rusia, se suma la situación del Donbass, donde la población local con ayuda rusa se sublevó hace ya año y medio contra Kiev.

La península de Crimea no representa en la actualidad un problema tan grave como el Donbass. Ucrania necesita desesperadamente el carbón que se produce allí. Desde esa perspectiva hay que entender el bloqueo de la electricidad ucraniana hacia Crimea como una herramienta de presión para conseguir el carbón al mejor precio posible.

Tampoco se puede descartar la activación de las hostilidades por intereses locales de los oligarcas o por intereses geoestratégicos de los agentes globales –Estados Unidos y Rusia– involucrados.

Perspectivas

Con el desplazamiento del interés informativo hacia Siria, Ucrania se enfrenta a un duro invierno. Los socios occidentales están cada vez más cansados de las promesas sin resultados de los políticos ucranianos. La economía se precipita ante la nueva realidad del giro hacia Occidente y el bloqueo ruso. Todo ello se avecina como una dura prueba para un nuevo proyecto prooccidental, el mayor hasta ahora, en el espacio postsoviético. Hasta la fecha, ninguno ha triunfado completamente.

Las revoluciones de colores

El caso ucraniano no ha sido el primer cambio de Gobierno organizado en Europa oriental con el apoyo de países occidentales, procesos denominados comúnmente «revoluciones de colores».

Si bien esos cambios buscan teóricamente «democratizar» el país donde se dan, el resultado no siempre es así. Los países donde han sucedido estas «revoluciones de colores», por lo general se han acercado primero al bloque euro-atlántico, para luego volver a alejarse.

Entre los cambios completados se halla la denominada «Revolución de los bulldozer» en Serbia, en 2000. Significó la caída de Slobodan Milosevic y la llegada de un Gobierno proeuropeo. En 2012, volvieron al poder fuerzas más alejadas del bloque Unión Europea-OTAN.

La «Revolución de las rosas» tuvo lugar en Georgia en 2003. Supuso la caída de Eduard Shevarnadze y llegada a la Presidencia del prooccidental Mijail Saakashvili, quien posteriormente perdió el poder a favor de una fuerza más equilibrada en las relaciones con la UE y Rusia.

La «Revolución naranja» se desarrolló en Ucrania en 2004-2005. Una fuerza prooccidental apartó del poder a Viktor Yanukovich, quien lo recuperó en 2010.

La «Revolución de los tulipanes» sacudió Kirguistán en 2005. En 2009-2010, el país volvió a la esfera de influencia rusa.

La «Revolución de los ladrillos» o «Revolución del twitter» se dio en Moldavia en 2009. Desde entonces, Moldavia tiene un Gobierno prooccidental que en los últimos meses tiene que hacer frente a numerosas protestas por la penosa situación del país.

Entre los procesos de cambio que resultaron fallidos está el de Bielorrusia en 2006, un intento fracasado de revolución popular contra el presidente Aleksandr Lukashenko. En 2015, Lukashenko ha vuelto a ser elegido jefe del Estado sin oposición real ni protestas populares.

Rusia vivió en 2011-2012 protestas antigubernamentales en las grandes ciudades que fueron diluyéndose poco a poco. Putin ha recuperado los niveles de popularidad anterior a aquellas movilizaciones.

En Honk Kong, en 2014, estalló la «Revolución de los paraguas» contra el Gobierno central chino. Las protestas fueron perdiendo fuerza sin obtener demasiados logros.

En 2015, a Armenia llegó la «Revolución de los enchufes» contra el Gobierno de Erevan por la subida de tarifas eléctricas. El Ejecutivo dio parcialmente marcha atrás en su decisión.