Solidaridad local y xenofobia europea
Cientos de personas se reunieron el domingo en la plaza de Syntagma en atenas para recoger ropa y alimentos para los miles de refugiados atrapados en el país. El cierre de fronteras y la actitud abiertamente xenófoba de una parte de los gobiernos europeos están poniendo contra las cuerdas el proyecto europeo.

Grecia se vuelca con los refugiados. Tras la decisión de Macedonia de cerrar su frontera a migrantes y refugiados el gobierno y los ciudadanos helenos se preparan para acoger, al menos temporalmente, a los más de 50.000 desplazados que se encuentran actualmente en el país, según las estimaciones de Cruz Roja difundidas el domingo. Una cifra que puede llegar a duplicarse para final de mes.
ONG, asociaciones, plataformas y miles de ciudadanos anónimos tratan de paliar desde hace meses las consecuencias de una política europea injusta e inhumana que ha agravado hasta el límite la situación en la que se encuentran los migrantes en Grecia. Solo 600 personas, de las 160.000 que acordó la UE en setiembre, han sido reubicadas desde Grecia e Italia. Los campamentos de acogida están desbordados.
En Idomeni, paso fronterizo con Macedonia, unas 14.000 personas desbordan, en tiendas de campaña y junto a las vías del tren, unas instalaciones pensadas para que 2.000 personas pudieran hacer noche en su ruta hacia el norte del continente. La situación se agrava con los días y por tal razón el gobernador regional, Apóstolos Tsitsikostas, pidió este fin de semana que se declare el estado de emergencia para hacer frente a lo que considera una “crisis humanitaria”.
«Gente muy amable»
Sentados en corrillos, cientos de personas mantienen la vista fija en un punto. Una puerta que, de abrirse, les permitirá acabar con días de penurias y cansancio acumulado. Son refugiados que esperan para cruzar la frontera que separa Grecia de Macedonia. Durante el fin de semana apenas dos centenares de sirios e iraquíes, las únicas nacionalidades que tienen permitido el paso, han conseguido entrar en el país vecino.
Jamal y su familia son de los primeros en la cola, alrededor de la cual muchos han montado sus tiendas. La frontera abre y cierra intermitentemente y nadie quiere perder su turno. «Puede que pasemos hoy, a lo mejor abren o a lo mejor no. No lo sabemos», explica Jamal a GARA mientras sostiene a la pequeña Amina en brazos. Este sirio de la ciudad de Deir Ezzor comenta que su destino es Alemania, donde ya viven tres de sus hijas. Pese a que necesita apoyarse en un bastón, porque tiene dolores en la espalda y las piernas, tuvo que andar varias horas para llegar a Idomeni desde uno de los centros de acogida de la región.
Hasta el campamento no llegan autobuses y los refugiados que quieren salir o entrar deben hacerlo en taxi o, como en la mayoría de los casos, a pie. La imagen en la carretera que conduce hasta allí es demoledora. Auténticas caravanas de gente que carga todas sus pertenencias en dirección a la frontera.
Una vez en el campo empieza la carrera de obstáculos. Las noches son muy frías así que lo primero es hacerse con una tienda de campaña, una tarea nada fácil porque las organizaciones no las reparten y tienen que comprarlas por 40 euros en el pequeño mercado creado en Idomeni. Conseguir el número que les permitirá cruzar la frontera es otro de los imprescindibles. Una vez con este documento, solo queda esperar.
La desesperación ha llevado a un grupo a organizar una protesta en forma de sentada para cortar las vías del tren que unen Grecia y Macedonia. Entre la multitud, que exige la apertura de las fronteras al grito de «Merkel, ayúdanos», hay niñas pequeñas que sostienen carteles en los que se pide un trato humano para los que llegan hasta aquí.
Charlando a la sombra de una de las tiendas está el grupo de Tarek. Él, Faruk y Hasan tuvieron que dejar Sinyar, en el norte de Irak, cuando la ciudad fue conquistada por el Estado Islámico. «De Europa esperamos paz. En Oriente Medio nadie quiere ayudar a los yazidíes, pero aquí hemos encontrado gente muy amable. Tratan de ayudarnos, pero la situación en Grecia es muy difícil», sostiene Tarek, que desea establecerse en Alemania para llevar hasta allí a su familia y ganarse la vida como enfermero.
En Idomeni, nos explica, hay que ponerse en una de estas hileras para casi todo. Faltan alimentos, mantas y ropa, porque aunque las organizaciones traten de proporcionarlos, la realidad es que no llegan para todos.
«Es difícil manejar esta situación porque ahora mismo hay mucha gente. Deben esperar entre dos y tres horas para recoger la comida», afirma Eleni, coordinadora de la ONG griega Praksis, que distribuye alimentos, proporciona asistencia médica y gestiona también el programa de reubicación de refugiados junto al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Solidaridad urgente
Dramática es también la situación en el puerto del Pireo, adonde siguen llegando a diario en torno a un millar de personas desde las islas, muchas de las cuales no pueden ser trasladadas a centros de acogida por falta de espacio y que se ven obligadas a dormir en las terminales del puerto.
Entre los pasillos que ha dejado la instalación de esterillas, mantas y cartones, niños de varias edades corretean ajenos a las preocupaciones de los más mayores. Dos de ellos son de Emtesal, una joven profesora de música que llegó a Europa desde Damasco, la capital de Siria, y donde se ganaba bien la vida. El marido era peluquero y sus clases de acordeón les daban para mantener a los cinco niños hasta que los bombardeos, que les dejaban semanas sin luz ni agua, se hicieron insoportables.
También de Siria tuvieron que huir Nareen y Touli, que, cargadas de mochilas y con gesto sonriente, esperan a la entrada del puerto. Explican a GARA la fortuna de haber conseguido un billete de tren que les llevará hasta la frontera, pero temen la situación que puedan encontrar en Idomeni. Su única opción es intentar cruzar la frontera. «Cuando lleguemos a Alemania espero poder seguir estudiando. Me gustaría doctorarme y trabajar allí. Solo necesitamos paz, solo eso, estamos muy cansados», asegura Nareen.
El domingo se reunieron en Syntagma miles de cajas con comida y artículos de primera necesidad, en respuesta a un llamamiento realizado por la Red de Solidaridad Social, una plataforma ciudadana creada ante la crítica situación del país.
La respuesta popular está siendo ejemplar. Desde los gestos simbólicos en las islas de llegada, que les ha valido a sus residentes una nominación para el premio Nobel de la Paz, hasta el esfuerzo militante de organizaciones de todo tipo, ayudando a dotar de todo lo necesario los centros de acogida.
Como señaló el primer ministro, Alexis Tsipras, Grecia está siendo solidaria con los refugiados, no porque lo exijan las convenciones internacionales y europeas, sino porque así lo exige la cultura griega. El hecho de que una parte importante de los griegos sean descendientes de quienes a principios del siglo XX sufrieron una deportación masiva desde Turquía, explica en parte que las voces del partido fascista Amanecer Dorado hayan pasado completamente desapercibidas.
Endurecer controles
Atenas ha denunciado desde el inicio de la crisis de los refugiados las decisiones unilaterales de aquellos países que solo contemplan como alternativa el cierre y la militarización de las fronteras. También las polémicas declaraciones de dirigentes europeos, como las realizadas la pasada semana por el primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, cuando consideró llegado el momento de «sacrificar a Grecia por el bien de la UE».
En un discurso ante el Comité Central de su partido, el izquierdista Syriza, Tsipras alertó, horas antes del inicio de la Cumbre de Bruselas sobre refugiados, de la deriva de algunos países hacia posiciones extremistas, que buscan convertir Europa en una «fortaleza», y pidió recobrar el sentido común y el compromiso con los valores de la solidaridad y el humanismo, para que no venza «el miedo y el racismo».
Haciendo caso omiso a estas denuncias, la Comisión Europea (CE) no solo ha permitido por la vía de los hechos que Austria y los países del denominado grupo de Visegrado cierren la ruta de los Balcanes a los refugiados, sino que ha cargado sobre Grecia la responsabilidad de impermeabilizar su frontera marítima, con cientos de islas y miles de kilómetros de costa, y le da para ello hasta el 12 de mayo.
Descartada por Berlín la posibilidad de crear un corredor humanitario desde la frontera de Macedonia, la única preocupación de la UE es detener el flujo de refugiados hacia los países centrales. Por ello enviará más personal para la vigilancia de la frontera entre Grecia y Macedonia, forzará a Turquía para que admita a los migrantes económicos y a Grecia para que aloje a 50.000 refugiados, a cambio de lo cual el país recibirá una ayuda de 700 millones de euros en tres años. Aunque conviene anotar que el monto acordado para esta tarea en setiembre de 2015, fue de 780 millones.
A su llegada a la cumbre europea, Tsipras declaró que la crisis humanitaria «no es un problema de un país, sino un problema europeo», para lo cual pidió a los gobiernos de los países comunitarios soluciones colectivas y compartir la carga de los refugiados, acelerando los procesos de reubicación. «Europa tiene principios y valores que son para todos», señaló el dirigente griego, «y estas reglas nos incumben a todos».

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