Dabid LAZKANOITURBURU

No solo es cuestión de justicia, sino del futuro para todo Oriente Medio

Emulando a Kemal Atatturk y a la cohorte de militares que le sucedieron en el poder durante todo el siglo XX, el presidente Erdogan ha decidido modelar y edificar su Turquía (neotomana) sobre la sangre y el sufrimiento del pueblo kurdo.

Esa estrategia quedó en evidencia en 2015, cuando su partido, el islamista AKP, perdió en las elecciones de junio la mayoría absoluta que ostentaba desde 2002. Los resultados históricos del partido prokurdo HDP pusieron muy nervioso a Erdogan, quien decidió acabar con el ya avanzado proceso de diálogo con el líder kurdo, Abdullah Oçalan, lo que, junto con la «oportuna» oleada de atentados antikurdos, hizo saltar por los aires el alto el fuego de la guerrilla del PKK.

Desde entonces, Ankara está perpetrando una política de tierra quemada que recuerda a los peores años ochenta y noventa del pasado siglo, cuando miles de localidades kurdas fueron arrasadas.

Tras recuperar el control del Parlamento en la reválida electoral de noviembre de 2015, el presidente turco optó por insistir en la fórmula. Lo hizo al aprovechar el ajuste de cuentas interno turco, que tomó como forma la intentona golpista del pasado mes de julio, para iniciar un proceso de ilegalización política de los kurdos combinado con redadas masivas contra todos sus dirigentes y cargos municipales. El atentado contra el estadio del Besiktas ha supuesto una nueva vuelta de tuerca y ya son más de medio millar los detenidos.

Al margen de autorías y de debates sobre los aciertos o desaciertos en las estrategias de resistencia, estamos ante una cuestión de justicia para con un pueblo, el kurdo, traicionado una y otra vez a lo largo de la historia. Pero el reto va más allá. Con la reivindicación de la cuestión kurda, tanto Turquía como el conjunto de Oriente Medio –y, por tanto, el mundo– se juegan su futuro. Un futuro de democracia y de respeto recíproco entre los distintos pueblos o el caos en el que está hundida la región. Erdogan lo sabe y ha hecho su apuesta. Es hora de gritar «No».