Ainara LERTXUNDI
Entrevista
ADRIANA COSENTINO
NIETA RECUPERADA POR LAS ABUELAS DE PLAZA DE MAYO

«Quise conocer a mi familia inmediatamente; no quiero perder más tiempo»

Adriana Cosentino es la penúltima nieta recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo de Argentina. La número 126. Su madre fue secuestrada en diciembre de 1976 embarazada de ocho meses. El rastro de su padre se perdió en febrero de 1977 cuando fue a buscarlas. El 4 de diciembre, a sus 40 años, recobró su identidad. El jueves, las Abuelas informaron del hallazgo de otra nieta.

Al otro lado del teléfono, la voz de Adriana Cosentino irradia felicidad. El pasado 4 de diciembre, a sus 40 años, supo que era hija de desaparecidos, que nació en cautiverio en un lugar aún por determinar, que su madre, Violeta Graciela Ortolani, fue secuestrada el 14 de diciembre de 1976 cuando estaba embarazada de ocho meses y que su padre, Edgardo Roberto Garnier, desapareció meses después.

A los 38 años, fallecidos sus padres de crianza, supo que era adoptada, iniciando inmediatamente la búsqueda de su identidad. Se acercó a las Abuelas de Plaza de Mayo pero el primer análisis genético dio negativo. Estuvo dos años en un limbo hasta que en diciembre de este año le llamaron de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad de Argentina para comunicarle que tenían un nuevo resultado tras la incorporación de doce nuevos patrones genéticos y la exhumación en marzo del cuerpo de su abuela materna. Nada más tener la confirmación de su identidad, quiso compartir su historia porque «esto excede a mi ámbito privado. Es algo que le ha ocurrido a todo nuestro pueblo», afirma en entrevista con GARA. Ya ha podido abrazar a su abuela paterna.

Sorprende su temprana disposición a comparecer ante los medios… Usted misma participó en la comparecencia celebrada en la sede de Abuelas para dar a conocer su hallazgo.

En Abuelas te tratan con un cuidado, un amor y un respeto increíble. Me dijeron que pensara tranquilamente cuándo quería conocer a mi familia y, en ese mismo momento, contesté que lo antes posible. A partir de ahí todo fue una vorágine de amor. Lo único que he recibido han sido demostraciones de amor, felicitaciones. Cuando convocaron la conferencia, me dijeron que hasta el último momento podía arrepentirme y preservar mi privacidad. Yo dije que quería ir. ¿Por qué? Primero, porque estoy feliz y lo quería compartir con todo el mundo; esto excede a mi ámbito privado. Es algo que le ha ocurrido a todo nuestro pueblo. Segundo, para concienciar. Imagínate, yo soy la nieta número 126 y aún faltan por encontrar cerca de 400.

¿Cómo ha sido su viaje a esta verdad oculta durante 40 años?

En enero cumplo 41 años. Cuando tenía 37 falleció mi mamá de corazón. Antes lo hizo mi padre. A partir de ese momento empiezan a removerse interrogantes que tenía en mi niñez y adolescencia. Había cosas que no me acababan de encajar, pero eran muy sutiles. Por ejemplo, en mi partida de nacimiento figura que nací en Wilde, a 17,7 kilómetros de Buenos Aires; mis padres eran de la capital. Cuando le preguntaba a mi mamá, se ponía muy nerviosa e incómoda. Me decía que el médico que la atendía estaba ese día de guardia en Wilde. Eran evasivas medio raras, pero nada más. Yo sentía como un vacío, una necesidad de protección; siempre tenía miedo, necesitaba estar junto a mi mamá, me daba miedo la oscuridad, me hice pis hasta los diez años… Pero, casualmente, éramos muy parecidas físicamente y eso también me hacía sentir que eran fantasías mías. A los 38 años, conversando con una amiga de mi mamá le dije que a veces sentía que era adoptada. «Y si fuera así, ¿qué?», me contestó. Le pregunté si con esa afirmación quería decirme que era adoptada. Dijo que no y tapó el asunto disimuladamente. Pero a mí se me quedó la duda. Hablé con la hermana de mi padre, quien me dijo que ellos me lo querían decir pero que estaban esperando el momento adecuado. Querían que estuviera más recuperada de mi duelo y hablar previamente con mi sicóloga. En cuanto me enteré de que era adoptada, no dudé de que podría ser hija de desaparecidos por la fecha de mi nacimiento, 1977, por eso fui a Abuelas. Además, porque es el único medio para conocer tu identidad. Me hice los estudios de ADN, pero me dieron negativo. No había ninguna compatibilidad con ninguna familia del Banco de Datos Genéticos. Me quedé en ese momento con la historia a medias. Durante un año y medio viví en un limbo pensando que había sido abandonada. Fue muy duro. El pasado 4 de diciembre me llamaron de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad de Argentina para decirme que tenían un nuevo resultado gracias a la incorporación de nuevos patrones genéticos y a la exhumación en marzo de este año del cuerpo de mi abuela materna.

Y no dudó en conocer inmediatamente a su otra familia.

Cuando me preguntaron cuándo quería conocerles, dije «¡ya!». ¡Estamos hablando de 40 años! El 14 de diciembre se cumplieron 41 años del secuestro de mi madre, Violeta Ortolani, que estaba embarazada de ocho meses. Cuando los secuestraron, mis viejos tenían 22 y 23 años, yo tengo casi el doble de edad. ¡Es mucho tiempo. No había más tiempo que perder! Ya fui a conocer a mi abuela paterna.

¿Cómo fue ese encuentro?

Ella vive en Concepción del Uruguay, a unos 400 kilómetros de Buenos Aires. Le pregunté a una prima si me podía acompañar. Cogimos el coche y a mis dos perros, y nos fuimos para allá, a la aventura. No me podía creer lo que estaba haciendo. Me abrió sus brazos y como es bajita y flaquita, la levanté en aupa; casi la rompo el primer día. Lágrimas por mi parte; ella estaba desbordada de felicidad pero se mantuvo en su eje. Le ocurrió lo peor que le puede pasar a un ser humano, que le maten a un hijo de una manera tan aberrante y encima no poder hacer el duelo. Ambos siguen desaparecidos. Esa es la parte triste porque, si bien los hechos pasaron hace 41 años, para mí son nuevos. La verdad es hermosa, y a la vez dura y triste. Pero he de decirte que la alegría supera el dolor.

¿Cómo está procesando conocer la historia de sus padres?

En Concepción del Uruguay fui a visitar el Colegio Nacional donde estudió mi padre. Con la instauración de la democracia, en una de las aulas colocaron una placa en honor a él. La directora me enseñó todo el colegio con mucha emoción. Es una historia dura. El 8 de febrero de 1977, mi padre viajó a Concepción del Uruguay para decirle a su madre, o sea mi abuela, que se iba a buscarnos, a mi mamá y a mí misma. Se enteró de que Violeta había tenido una niña. Fue a la cárcel de la Magdalena donde supuestamente nací, aunque el lugar de mi nacimiento aún no está confirmado. Dijo que se entregaba a cambio de que nos liberasen. Pensaba que le iban a abrir un proceso judicial. Si bien algunos pueden pensar que se pasaban de idealistas y que no estaban bien sus métodos de lucha, creo que lo hicieron desde su profunda convicción. Morir con sus ideas y con su familia; hoy en día es muy fuerte algo así. Es muy cobarde secuestrar a una embarazada cuando regresaba de hacer la compra; no estaba en un operativo. Además, una vez que se queda embarazada, mis padres dejaron de militar. Más allá de lo personal, es una pena que matasen de esa manera a dos personas inteligentes que podrían haber aportado su granito de arena a esta sociedad.

Sus padres no sospecharon que podría ser hija de desaparecidos hasta que tuvo 20 años.

No todas las vivencias de nietos recuperados son iguales. Hay historias muy dolorosas en el sentido de que sus apropiadores fueron muy duros con ellos, llegando en algunos casos a molerlos a golpes. O les dieron todo el amor del mundo y luego se enteran de que ese padre amoroso fue quien mató a sus padres. Eso es muy fuerte y difícil de sobrellevar. Mi historia no tiene nada que ver con esas realidades, por eso también estoy tan feliz. Mis padres de corazón pensaban que era una bebé abandonada. Estuvieron doce años en lista de espera para una adopción legal. En su desesperación contactaron por terceros con un comisario que tenía contactos con hospitales y una iglesia donde en aquella época dejaban a bebés abandonados. Fueron a buscarme a un hospital y pagaron por mis papeles. No preguntaron nada y me anotaron como hija propia; se trató de una adopción irregular en una época bastante oscura. Todas las personas que me rodean me han corroborado que no estaban emparentados con militares, y que no sabían nada. Dentro del horror, tuve suerte de caer en buenas manos. Cuando el tema de los desaparecidos tomó fuerza en los medios de comunicación, mi padre que era taxista vio un cartel con fotos de desaparecidos y la imagen de una chica que se parecía a mí. Fue entonces cuando empezó a tener dudas sobre mi origen. Pero decidieron cargar con esa mochila, no decirme nada y vivir en la mentira. Estuvieron equivocados pero no los juzgo.

¿Mantendrá su nombre y apellido actuales?

Mi nombre actual es Adriana Cosentino, pero me voy a cambiar los apellidos por los de Garnier Ortolani. Mantendré mi nombre porque son 40 años llamándome así. Además, tampoco está claro cómo me querían llamar mis padres biológicos. Por respeto a mis padres de corazón y a mi propia historia voy a seguir llamándome Adriana. El amor que viví en estos 40 años fue verdad. Y Garnier Ortolani en honor a mi familia, de la que nunca me tenían que haber arrancado. Tengo que honrar a mis cuatro padres.

El jueves, las Abuelas informaron del hallazgo de la nieta 127, nacida en la ESMA durante el cautiverio de su madre y apropiada por un matrimonio con vínculos, presuntamente, con «el terrorismo de Estado». ¿Cómo ha vivido esta noticia?

Con mucha alegría, cautela y respeto. Las características de la vida de esta chica difieren de la mía; quienes la criaron –que siguen con vida–, las circunstancias de su apropiación... Aunque sabían que estaban haciendo algo irregular, mis padres adoptivos nunca pensaron que detrás de eso estuviera el terrorismo de Estado. Esa es la gran diferencia. Si mis padres adoptivos hubieran sido apropiadores, si estuvieran vivos o hubiesen tenido algo que ver con la dictadura, creo que yo hubiera reaccionado de otra manera. Cuando me entero, me había quedado huérfana, sin respuesta y sin esperanzas ya de saber mis orígenes. Esa serie de condicionantes han propiciado que viva la noticia con la mayor de las felicidades. No se han dado a conocer muchos detalles de este caso para, precisamente, respetar la privacidad que esta nueva nieta necesita. Debemos cuidarla y respetarla porque debe ser muy difícil lo que está viviendo.

¿Qué les diría a quienes tengan dudas sobre su identidad?

Yo necesitaba la verdad; la mentira te coarta. Mi consejo es que busquen la verdad, que no le tengan miedo, porque por muy dura que sea es sanadora.