Jaime IGLESIAS

ARCO mira al futuro cuestionando identidades

La Feria de Arte Contemporáneo más destacada del Estado cerró ayer su 37ª edición con una reflexión global sobre el arte. La apuesta parece clara: avanzar hacia formas de creación que estimulen la forja de un pensamiento crítico más allá del individualismo.

Año, tras año, ARCO parece empeñada en reinventarse. El mundo de de la creación artística siempre ha constituido un universo dinámico que, comunmente, ha ido por delante de las demandas sociales. La exaltación del pensamiento individualista que hoy pervierte la interacción social, dejándola reducida a su mínima expresión, tuvo su avanzadilla en la enardecida defensa de la propia singularidad como fuente de toda expresión artística que llevaron a cabo muchos creadores, hasta bien entrados los años 90. Fue una época de autoafirmación ante un escenario caracterizado por la negación de toda utopía. Hoy, sin embargo, la necesidad de progresar en medio del caos y la incertidumbre plantea un escenario muy distinto, un escenario de retos y de preguntas sin respuesta en el que, sin embargo, flota una certeza: urge cuestionar todo, empezando por el concepto de identidad y por el modo en que nuestro entorno acepta o rechaza la inclusión de nuestros cuerpos y de nuestras mentes en él.

Muchas de las propuestas más interesantes exhibidas este año en ARCO apelaban a dicho escenario y la propia feria, consciente de que se trata de cuestiones pertinentes, quiso huir del formalismo de tener, como era costumbre, un país invitado, para poner el foco en una reflexión de alcance global sobre el futuro del arte. Y en esas estaban cuando antes de empezar la feria desde IFEMA se encargaron de recordar que, por mucho que algunos se empeñen en reflexionar sobre el futuro, los guardianes de la moral siguen fieles a su cruzada reaccionaria contra cualquier atisbo de pensamiento crítico, contra cualquier obra que aliente la disidencia y confronte al espectador con unas ideas alejadas del discurso oficial o, por mejor decir, oficialista. Preocupados por retirar de sus instalaciones una obra cuyo contenido era puramente informativo (y donde lo único que podía suscitar debate era su título “Presos políticos en la España contemporánea”), dejaron, sin embargo, bien a la vista una instalación de Eugenio Ampudia cuyo mensaje (enunciado mediante letras fluorescentes y un circuito averiado) no podía resultar más elocuente: “Try not to think to much”.

Pensar, un acto revolucionario

Porque, tal y como están las cosas, el solo hecho de pensar constituye un acto revolucionario, más aún el pensar por uno mismo, alejándose paulatinamente de las corrientes de opinión dominantes. Hubo quien hizo de esa idea el centro de su reflexión artística, como Montserrat Soto. Su obra “Dato primitivo ‘5”, exhibida en el stand de la galería Juana de Azpiru, representaba una vieja señal de carretera con flechas que indicaban diferentes direcciones y en cuyo interior, a modo de destino, podían leerse frases como ‘Lo que no quieren que veas’, ‘Lo que te dejan ver’, ‘Lo que ves’, ‘Lo que no quieres ver’, ‘Lo que no ves’, ‘Lo que no te dejan ver’, ‘Lo que puedes ver’ o ‘Lo que ven’. Y es que en el arte contemporáneo, finalmente, todo es cuestión de percepciones, de matices, aunque uno pueda quedar subyugado por imágenes tan elocuentes como esa escultura de un cerebro con unas tijeras clavadas, obra del artista y dramaturgo belga Jan Fabre que, bajo el título de “Brain with star”, podía verse en el espacio de la galería Studio Trisorio de Nápoles. La más clara representación de una inteligencia dañada.

El futuro de la creación artística pasa, por lo tanto, por abrir espacios de reflexión compartida, por trasladar al público preguntas pertinentes que le hagan reflexionar sobre su propia idiosincrasia, sobre el lugar que ocupa en el mundo y su manera de relacionarse con su entorno. Preguntas que, la mayoría de artistas, optan por formularse a sí mismos antes de trasladárselas al espectador en obras que, cuestionando el concepto de identidad, continuaban una tendencia que ya se atisbaba en pasadas ediciones de ARCO.

La vulnerabilidad del cuerpo femenino, por ejemplo, fue la idea sobre la que el británico William Mackrell dispuso una obra, mitad instalación, mitad performance, en la que una modelo desnuda exhibía la quietud de su anatomía en la asepsia de lo que se intuía una mesa de quirófano o de sala de autopsias que colgaba a tres metros de altura en el estand de la galería londinense The Ryder. Asimismo, la búsqueda de una integración física en el entorno era una reflexión recurrente en la obra de muchas de las mujeres que exhibieron sus obras en ARCO 2018. Unas emergentes (como la alavesa Elena Aitzkoa), otras veteranas (como la donostiarra Esther Ferrer, expuesta en la galería Àngels Barcelona) y otras consolidadas como la portuguesa Joana Vasconcelos cuya monumental pieza “Alcazar” pudo verse en el estand de la galería Herrach Moya.

La exploración del territorio a la hora de redefinir identidades también se dejaba notar en sendas obras de Mateo Maté que pudieron verse en la galería Nieves Fernández: “Viajo para conocer tu geografía” y “Paisaje uniformado” o en las fotografías de Juan Carlos Alom y Leandro Feal, expuestas en la galería habanera El apartamento, una de las más interesantes dentro del ya de por sí sugestivo panorama que, año tras año, ofrecen los galeristas latinoamericanos. Y es que Iberoamérica sigue siendo un territorio muy fértil a la hora de confrontarse con las propuestas más rotundas y libres de prejuicios en ese empeño por convertir el arte en un ariete contra el pensamiento único que embarque a creadores y público en la aventura conjunta de repensar la realidad. Ahí está el caso del brasileño Dora Longo Bahia quien con su obra “A policia vem, a policia vai” (serie de retratos de distintas cargas policiales pintadas sobre vidrios rotos) no se privó de representar la represión como respuesta institucional a la movilización colectiva. Pese a lo cual la idea que dejó en el aire esta edición de ARCO fue clara: el arte, por fuerza, ha de ser disidente.