Pablo RUIZ DE ARETXABALETA
BILBO
Entrevista
JOAQUIM SEMPERE
AUTOR DE «LAS CENIZAS DE PROMETEO»

«Tendremos que ver como caprichos lo que hemos asumido como necesidades»

Joaquim Sempere es licenciado en Sociología por la Universidad de París-X y doctor en Filosofía por la de Barcelona. Militante histórico del comunismo en Catalunya, actualmente está especializado en temas de medio ambiente y transición ecológica desde las propuestas del ecosocialismo. El pasado octubre participó en Bilbo en la II Conferencia Internacional sobre Transición Energética y Democracia.

Joaquim Sempere aprovechó su visita a Bilbo el pasado octubre, en la que participó en la “II Conferencia Internacional sobre Transición Energética y Democracia, para presentar su libro “Las cenizas de Prometeo”, donde aborda la crisis ecológica como resultado de la evolución de una técnica –el fuego robado a los dioses– que está dejando sus cenizas, precisamente en una «sociedad de la combustión», donde quemamos todo, leña, gas, carbón... para obtener energía, lo cual tiene sus límites.

A su juicio, se trata ahora de «apagar el fuego» de Prometeo, dejar de quemar combustibles fósiles, aunque en una sociedad industrializada «habrá que hacer todo lo posible para que el cambio sea lo más tranquilo, pacífico y satisfactorio posible. No tenemos otro remedio».

Alemania prevé abandonar el carbón para 2038, pero también cerrar para 2022 las nucleares. ¿Un modelo industrial como el alemán es factible con esos plazos?

Esto depende de la voluntad política. Yo uso el caso de la entrada en guerra de EEUU en 1941. En pocos meses se pasaron de construir coches y neveras a construir aviones de guerra, tanques... Cuando Roosevelt anunció que en lugar de los 3.000 aviones de guerra que construían fabricarían 30.000 buena parte de la prensa se mofó, pero resultó que al final construyeron 200.000. Cuando la necesidad aprieta se sacan los recursos de donde hace falta. Claro que esto choca con al economía de mercado en su funcionamiento normal, pero tampoco EEUU abandonó la economía de mercado. Incluso la economía de mercado es compatible con una planificación gubernamental que decida invertir masivamente sin atenerse a criterios de rentabilidad, sino de utilidad pública.

¿Esto no exige un cambio de mentalidad radical, un cambio en modelo de consumo? ¿Están las empresas y la gente dispuestas?

La gente sabe que en momentos de emergencia hay que tomar medidas. Las inercias sociales son espectaculares tanto en las prácticas económicas productivas como en el consumo. Pero, al mismo tiempo, en los últimos años ha avanzado enormemente la conciencia de que estamos en un momento especial de la historia de la Humanidad, del ahorro energético, la contaminación… Bueno, una cosa es comprender esto y otra cambiar de vida. Pero cuando en la mente de la gente se van acumulando tantas noticias sobre la crisis ecológica, esto reblandece la inercia y creo que la gente está más dispuesta que antes a aceptar cambios. Que seguramente tendrán que venir de arriba, de medidas colectivas o gubernamentales.

Pero cuando se toca el precio de los combustibles o los puestos de trabajo en determinadas industrias la resistencia puede ser mayor.

Lo que pasa es que, en el caso de Francia fue una brutalidad ese aumento de impuestos de repente gravitando sobre los bolsillos de gente modesta que simplemente necesita el coche para ir a trabajar o de pequeños transportistas, mientras unos meses antes se había suprimido el impuesto sobre las grandes fortunas. Lo cual fue vivido por estos afectados como una agresión. Eso es justamente lo que no se puede hacer. El arte de la política está en encontrar las vías para que la adaptación sea posible. Sobre todo la adaptación de los más vulnerables, que se ven desprotegidos.

Como todo esto es muy difícil, de lo que sí podemos estar seguros es de que tarde o temprano, el precio de los combustibles fósiles va a subir, queramos o no. Llegará un momento en que nos va a caer encima, de repente. Por una guerra en Oriente Medio, porque Israel bombardee Irán, porque Trump mande tropas a Irán… Deberíamos evitar tener que tomar medidas de emergencia a lo bruto en una situación imprevista.

¿Esta transición es posible en un modelo capitalista?

La prueba de que sí es posible es que los grandes grupos capitalistas ya están invirtiendo en las energías renovables y, por tanto, van a ser un punto importante de la transición energética a las renovables, porque hay un negocio con mercado seguro. La transición significa que todos pasaremos a consumir energía limpia, la fabrique quien la fabrique. Repsol, en una gran central eólica en el Cantábrico, o el propio consumidor en el tejado de su casa poniendo placas fotovoltaicas o invirtiendo sus ahorros en cooperativas populares que generen electricidad renovable. Habrá un choque de modelos, que pueden ser compatibles. Lo que propongo, y en esto no sigo más que la gran línea mayoritaria, incluso en las instituciones de la UE, es una transición energética descentralizada.

Parece, entonces, compatible.

En las primeras fases sí es compatible. Pero el problema del capitalismo es que si no hay negocio se retira, deja de invertir e intenta buscar nuevas formas de enriquecerse, como en la crisis de 2007. Incrementando la deuda de los particulares para que compraran o precarizando el trabajo y aumentando la explotación de los trabajadores. Vías que se han demostrado tremendamente destructivas para la sociedad. Lo cual está llamado a provocar una reacción social y a aumentar la conflictividad social. Y esto, en el mejor de los casos, puede llevar a un viraje a la izquierda. Hacia un capitalismo más reglamentado, más domesticado. Un desarrollo de la economía cooperativista y de la economía social. Habrá un espacio, aunque no sin luchas ni combate político, por ocupar el poder del Estado, porque desde el Estado se pueden hacer muchas cosas y orientar la economía hacia el interés público. Es imposible saber cómo va a evolucionar todo esto, y más en un escenario en el que el neoliberalismo sigue siendo hegemónico y al izquierda está desorientada y perdida.

¿Es para la izquierda la transición ecológica la oportunidad que no aprovechó con la crisis financiera de 2008?

Absolutamente sí. Cualquiera que invierta en eso sabe que durante años y años tendrá el negocio asegurado. Se creará actividad económica, tejido industrial y puestos de trabajo. Es una oportunidad de oro para la izquierda política implicarse a fondo.

 

Parece una visión optimista.

Esa es la primera parte. La segunda parte es que hay estudios que dicen que si se quiere sustituir el actual modelo energético por otro renovable cien por cien a escala mundial y con los mismos consumos energéticos de hoy, no hay en la corteza de la tierra los metales suficientes para producir esta infraestructura. Metales con los que se hacen los aerogeneradores, por no hablar de la digitalización. ¿Habrá litio para tantos coches eléctricos? Hemos iniciado un tipo de técnicas tan devoradoras, no solo de energía, sino de metales, que es dudoso que podamos conservar. Hay gente que habla de plazos de veinte, treinta años para el agotamiento de ese tipo de metales. Y es difícil que el capitalismo pueda subsistir en un mundo que querrá racionar los minerales porque se agotarán. En un mundo que ya no pueda crecer desde el punto de vista físico, el capitalismo es más disfuncional. Es más funcional una economía por lo menos dirigista, planificada, que espero que no repita los errores de las fórmulas del socialismo del siglo XX, que fueron un desastre, y que puedan combinar economías reguladas y planificadas con el mercado, la propiedad privada. Y también con fórmulas comunitarias de sobrevivir y de vivir.

La alternativa, ¿el colapso?

Si no somos capaces de ir reconvirtiendo gradualmente nuestros consumos, nuestras maneras de producir para dotarnos de un equipamiento de vida, no solo industrial, distinto, seguramente habrá rupturas, habrá colapsos. Hay que ir pensando también en reducir las necesidades. Por ejemplo, el transporte consume entre el 40% y el 50% de la energía mundial y el 95% del petróleo. Se ha convertido en un despilfarro. Hay una división territorial del trabajo absurda desde el punto de vista ecológico aunque pueda ser racional desde el punto de vista del cálculo empresarial. A alguien le sale a cuenta aprovechar los bajos salarios asiáticos y africanos. La racionalidad económica choca con la racionalidad ecológica. Lo racional será la economía de proximidad, dejar de una vez de mover las cosas, los materiales de una punta del globo a la otra. Ahí hay toda una transformación de las políticas territoriales, para producir proximidad, para reducir la necesidad de transporte. Esto choca con el dogma de que el comercio internacional es creador de riqueza. Habrá que revisarlo. Tendremos que ir viendo como caprichos lo que hoy hemos asumido como necesidades.

 

Advierte también de la necesidad de cambiar el modelo agroalimentario.

Se utilizan tractores, maquinaria, fertilizantes que se extraen de las minas de fosfatos, de nitratos, de potasas... y se elaboran en fábricas herbicidas, plaguicidas y con un bombeo de agua para regadío. Estas son las claves de la gran productividad agrícola, pero eso significa tener una agricultura que depende en gran medida de elementos de la corteza terrestre finitos. Empezando por el petróleo. De modo que tenemos una agricultura industrial insostenible. En cuanto se colapse el petróleo pueden colapsar en cadena todos estos inputs y nos podemos encontrar con problemas en nuestra comida.

En su libro pone el ejemplo de Cuba.

Al hundirse la URSS y rescindir los contratos, de repente dejaron de recibir el 75% del petróleo que recibía de la URSS. Y esto es lo más parecido que se puede haber vivido a un colapso energético del futuro. No solo tuvieron problemas de transporte brutales, problemas de la industria, tuvieron que reducir la jornada laboral y los salarios. No solo las ambulancias o el transporte colectivo iban con caballos. Tuvieron que movilizar 400.000 bueyes para compensar la falta de tractores. Hubo que pasar, de la noche a la mañana, a una agricultura sin inputs industriales. Y eso se llama agricultura ecológica. Y sabemos cómo se hace. Lo razonable sería que todo el mundo estuviera haciendo planes para abandonar la agricultura industrial. Y esto no se hace. La escasez energética va a significar cambios brutales en el transporte, la alimentación, en la forma de vida en las ciudades… Esto significa también que necesitaremos una parte importante de la población viviendo en el campo y cultivando la tierra. Además, si lo hacemos con inteligencia intentaremos conservar las ventajas de la civilización industrial, que son muchas. Aquí hay un problema de revolución tecnológica que habrá que abordar. Si no lo hacemos así, decididamente y con una voluntad constructiva, apelando al poder político, superando el horror de la actual política, correremos el riesgo de que el agotamiento de la energía y otros materiales nos lleve a situaciones dramáticas que provoquen una lucha de todos contra todos, el sálvese quien pueda, incluso la producción alimentaria puede estar en peligro.

Ahora parece más pesimista

Yo lo que hago es avisar de los peligros por la peculiar historia de estos dos últimos siglos, en que la enorme abundancia de energía concentrada que representaba el carbón, el gas y el uranio nos ha permitido crear una sociedad de jauja, y una sociedad de jauja solo puede existir con mucha energía de alta calidad y esto no lo tendremos. La única compensación a este drama será cambiar los hábitos, reducir los consumos, aprender a ser felices con menos, a dar prioridad a la alimentación, salud, educación y menos importancia a ciertos lujos que son muy derrochadores de recursos y de energía. Hagámoslo rápido, se nos acaba el tiempo. Hoy los políticamente destructivos son la derecha, los radicales que nos están llevando al desastre. La gente sensata tiene que empezar a decir que necesitamos la radicalidad democrática para emprender la transición a un modo de vida muy distinto.