Ibai AZPARREN

Mujeres víctimas de abusos, el sector más dañado y olvidado por la Iglesia católica

El 30% de víctimas dentro del seno de la Iglesia católica son mujeres. La doctora en Ciencias Políticas y Sociología Teresa Compte ha abordado, desde la perspectiva de género, estos abusos sexuales en las jornadas de Iruñea.

Teresa Compte, doctora en Ciencias Políticas y Sociología, en la jornada sobre las víctimas de abusos en centros religiosos. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)
Teresa Compte, doctora en Ciencias Políticas y Sociología, en la jornada sobre las víctimas de abusos en centros religiosos. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)

Expertos del ámbito universitario y del Derecho, además de víctimas, se han reunido este viernes en Iruñea para participar en una jornada con la que se busca dar pasos a favor del reconocimiento de personas que hayan sufrido casos de abuso en centros religiosos. La jornada ha sido organizada por la Asociación de Víctimas de Abusos y la Universidad Pública de Nafarroa, en colaboración con el Gobierno navarro.

El Arzobispado de Iruñea y Tutera, que estaba invitado a la jornada, ha declinado participar. A lo largo de la jornada se han abordado temas como ‘La violencia y el clero en la edad contemporánea’, ‘Los abusos sexuales en la Iglesia como problema global y cultural: análisis criminológico de la victimización secundaria’, o ‘Dimensiones olvidadas: abusos sexuales en la Iglesia, perspectiva de género’.

Teresa Compte, doctora en Ciencias políticas y Sociología y con un máster en doctrina social de la Iglesia, ha sido la encargada de hablar sobre «esas personas olvidadas por las instituciones religiosas», las mujeres.

Aunque no existen estudios a nivel estatal ni internacional que ofrezcan cifras que puedan avalar esta apreciación, los expertos que trabajan en los derechos de las víctimas o acompañamiento, de una relación de ayuda, sí se atreven, según Compte, a afirmar que «probablemente estamos hablando del sector, no solo mas olvidado, sino del más dañado».

Cuando nos acercamos a la investigación, los datos que conocemos los conocemos gracias a la revelación de abusos y procesos de victimización sufridos. Estos han ido aflorando a lo largo de todo el globo hasta provocar, o no, la intervención de los poderes públicos y la asunción de las instituciones religiosas.

En este sentido, Compte ha señalado que estos casos conocidos y su estudio sistemático revelan que la mayoría de víctimas son varones, al igual que los agresores. Los estudios reflejan asimismo que siete de cada diez víctimas son hombres. «¿Qué pasa con el restante 30%?», se ha preguntado la doctora, y ha añadido que esta pregunta ha permanecido oculta durante mucho tiempo.

«Se ha abordado la cuestión desde una perspectiva masculina, marcada por la preocupación acerca de la actividad de los agresores y su orientación sexual», ha remarcado. Sin embargo, gracias a los estudios que se han ido publicando desde 2002, las cifras apuntan a que las víctimas no son solo varones menores de edad, sino mujeres. Tampoco son todas las víctimas menores, pues muchas víctimas de abusos en el seno de la Iglesia católica los han sufrido una vez alcanzada la edad adulta.

Superar la visión masculina

Desde esta perspectiva que intenta superar esa visión masculina de entender el abuso como una actividad sexual, Compte ha subrayado la necesidad de preguntar por la «naturaleza específica del abuso», una pregunta que «nos remite fundamentalmente a una relación abusiva y a una relación impropia, en la que lo determinante no es la actividad ni la orientación sexual del agresor».

Ello permite, según Compte, superar la concepción de la «persona victimizada». Así, la relación de abuso remite a una «relación asimétrica y dual», en la que los límites de la relación son difusos y el autor se aprovecha de la confianza de la vícitima.

Para Compte, esto implica que la cuestión central no sea por lo tanto el sexo, sino «la violencia ejercida por el varón predominante», porque «no puede hablarse de consentimiento», solo de «sumisión y de violencia». «Esta relación es muy evidente cuando la víctima es menor de edad, pero se olvida si es una mujer adulta», ha agregado.

En estos casos, el abuso se reduce a una simple relación amorosa: «La mujer adulta y víctima sigue siendo la imagen de una mujer enamorada, de una mujer que consiente, y cuyo testimonio solo es tenido en cuenta si se ajusta a los parámetros del leguaje religioso que categoriza a esa mujer como vulnerable».

Todo ello oculta, según Compte, la «dimensión institucional del abuso», ignora el derecho de no ser abusado, acaba privatizando la relación de abuso y dificulta la denuncia.

Testimonios de mures víctimas

Por tanto, la doctora ha subrayado que es «imprescindible» que las mujeres puedan evidenciar que «el abuso no es consentimiento». Así pues, la narración en primera persona ayuda a poner nombres a la realidad.

No obstante, cuándo y cómo pudieron poner nombre a los abusos esas mujeres es la cuestión más complicada de acuerdo con Compte, así como «por qué no pudieron denunciar, qué han perdido como consecuencia de los abusos, cómo se ha visto afectada tanto su sexualidad como sus relaciones personales o cómo se ha comportado la institución religiosa».

En ese marco, Compte ha reconocido que ha sido difícil que las mujeres quisieran participar en grupos de discusión, también que hayan querido narrar sus propias experiencias, aunque sea en grupos de confianza, porque «les genera un pánico paralizante que sus historias puedan ser identificadas con su identidad personal». Por eso, su idea es trabajar con cuestionarios abiertos que permitan una narración libre, para después poder analizar los resultados.

Con todo, ha querido dejar claro que este tipo de agresores «no cometen los abusos de manera aislada, sino dentro de un entramado de relaciones institucionales» en el que ocupan un lugar protagonista y privilegiado, dentro también, de un servicio de legado «autorizado y legitimado».

Entender cuál es la posición que ocupan los agresores en el seno de la Iglesia es importante según la doctora, ya que comprender una posición de autoridad y de poder frente a las mujeres víctimas implica también, dentro de esa compresión global y cultural, denunciar y combatir «una cultura de tipo patriarcal en la que se encuentra la mujer».