Ramon Sola
Aktualitateko erredaktore burua / redactor jefe de actualidad

Patada a Otegi y faltada al árbitro... en el partido contra Catalunya

Decisiones de los tribunales españoles como esta de hacer repetir el juicio del «caso Bateragune» son incomprensibles, pero no estúpidas; simplemente siguen su propia lógica.

Para captarla, obviamente hay que hacer el difícil ejercicio de ponerse en la posición de quien la toma. Y toda esta jugada tiene un artífice marcado y conocido: el presidente de la Sala Segunda del Supremo, Manuel Marchena. Es él quien inventó la reapertura del debate tras haber cerrado el caso con la anulación, es él quien lo ha llevado al pleno para así fijar doctrina y es él quien ha logrado la unanimidad. Todo ello da varias pistas, sumadas a la que se deriva de su propio curriculum: la trinchera principal de Marchena no es Euskal Herria sino Catalunya, a cuyos líderes ha encarcelado con la sentencia del «procés».

Pero ¿qué tiene que ver Bateragune con el «procés»? Nada y todo, por supuesto. Desde la perspectiva judicial, sobre todo hay un hilo común, llamado Tribunal Europeo de Derechos Humanos; es la instancia que anuló la condena del emblemático caso vasco y la que tendrá sobre su mesa la del trascendental caso catalán.

Para entender el escenario hay que sumar un último elemento: la reforma legal de 2015 que fijó cómo tenían que cumplir la sentencias anulatorias europeas en el Estado español, después de los dimes y diretes surgidos tras el varapalo a la «doctrina Parot». El método adoptado para resolver la controversia fue encomendar al Supremo que ejecutara esas anulaciones vía recursos de revisión, lo que le abocaba al acatamiento como único desenlace.

Así lo hizo inicialmente con este tema de Bateragune, invalidando la condena en verano pasado. Al abrir dos meses después otra vía para desobedecer a Europa «de facto» y hacerlo en acuerdo plenario y con unanimidad, lo que se intuye es que el Supremo busca una rendija para seguir erre con erre con sus andanadas políticas, dándose la razón a sí mismo diga lo que diga Estrasburgo. Hecha la ley, hecha la trampa, eso tan habitual en los poderes estatales. Y ¿por qué? El horizonte al que se enfrenta es la sentencia del «procés», no un caso vasco que siente más o menos amortizado ya. Marchena sienta en el banquillo otra vez a Otegi para sentar en el banquillo otra vez a Junqueras.

Esto no quita un ápice de gravedad a la repetición de este juicio. Pero volvamos de nuevo a analizarlo desde el prisma judicial español: para todos sus tribunales los independentistas vascos son carne de cañón una vez más. Si hablamos de Otegi, hay que recordar que ha sido encarcelado cinco veces en todos los contextos, inhabilitado ilegalmente, antes torturado, hay que evocar que ni siquiera esta es la primera vez que Europa le da la razón (ya anuló otra condena por declaraciones sobre Juan Carlos de Borbón) ni tampoco la primera vez que será juzgado dos veces por lo mismo (ya le ocurrió por un homenaje a Joxe Mari Sagardui «Gatza»). Si hablamos de Rodríguez, ¿cómo olvidar que ha sido tres veces encarcelado y las tres ha acabado absuelto?

La zancadilla del Supremo prorroga ahora esta persecución alevosa y lleva aparejada una desconsideración flagrante al árbitro, Estrasburgo. Pero el partido que está jugando, jugando sucio, es contra Catalunya.