‘Otra vuelta de tuerca’ no solo figura como uno de los mayores logros literarios de Henry James, sino que pasa por ser la mejor historia de fantasmas de todos los tiempos. Todo en esta obra bordea lo inquietante, transcurriendo en una sutil línea que delimita lo que se supone es real y lo irreal.
Publicada en 1898, esta novela corta podría ser considerada en su arranque como un thriller sicológico que gracias a sus constantes giros, nos atrapa desde la primera página en la que el lector asiste como invitado a una reunión en la que un grupo de gente comparte historias de terror.
La última de ellas es la crónica protagonizada por una joven institutriz que se hace cargo de un niño de 10 años y una niña de 8 que residen en una mansión que fue construída en mitad del campo.
A partir de este arranque, la historia transita a lo largo de un paisaje de penumbras en el que asoman formas casi intangibles y lo extraño se revela para dar sentido a diferentes cuestiones que deben ser elegidas por el propio lector y que se resumen en dos cuestiones: ¿Son reales las apariciones fantasmales o todo es fruto de la mente enferma de la institutriz? o, por el contrario, ¿Son los niños tan adorables como parecen?. En esta tesitura, la novela logra con creces su propósito de ser leída de manera diferente.
‘Otra vuelta de tuerca’ es, en definitiva, una de esas novelas que se reescribe constantemente en la mente del lector. La misteriosa y ambigua naturaleza del relato, combinada con su imaginería gótica y su magistral narración, ha fascinado a académicos literarios, sicólogos y artistas desde hace más de un siglo, y se han realizado adaptaciones en forma de ópera, ballet, un musical de Broadway, telefilmes y películas para la gran pantalla entre las que se incluye una muy original versión vasca filmada por Eloy de la Iglesia en 1985 y cuya trama se escenifica en el valle del Urola.
De entre todos estos acercamientos al original de James siempre figura como la mejor adaptación la magistral película que dirigió Jack Clayton y que protagonizó Deborah Kerr en el año 1961, ‘Suspense’.
Hace poco más de una década, los guionistas Chad y Carey W. Hayes, la pareja de hermanos responsable del guion de ‘Expediente Warren: The conjuring’, vio una oportunidad creativa en la adaptación de la historia para el siglo XXI. Junto con el productor Roy Lee, plantearon la idea a Scott Bernstein, el socio en la producción de Lee en ‘La maldición’ y ‘The Ring’, que por entonces era un ejecutivo de Universal Pictures.
Por entonces el proyecto no consiguió salir adelante pero, hace unos años, Bernstein, que desde entonces se había convertido en un productor independiente, y Lee decidieron que era el momento adecuado para llevarlo a la gran pantalla.
Miedos clásicos arraigados en la actualidad
Para contar esta historia, contactaron con Floria Sigismondi, una artista muy alabada por sus fotografías y sus vídeos musicales para Rihanna, Lady Gaga, David Bowie y por su película ‘The Runaways’ y la serie ‘El cuento de la criada’.
La cineasta de origen italiano pero nacionalizada canadiense dijo que «mi visión de la historia es femenina. Quería explorar las ideas del movimiento #metoo y la idea de que, si dices algo, te pueden acusar de estar loca, mientras que, si no dices nada, ese silencio crece en tu interior como una enfermedad. Tanto si hablas como si no, estás perdida».
Sigismondi vio, en los dos personajes femeninos centrales del guion –la joven niñera Kate y el ama de llaves de toda la vida de la finca Bly, la Sra. Grose– una alegoría moderna de cómo la cultura dominada por los hombres ha silenciado históricamente a las mujeres, y qué sucede cuando las mujeres deciden dejar de acatar las reglas diseñadas para mantener el statu quo».
En relación a estos puntos, subrayó que «en el centro de la historia hay una violación que se ha producido en esa casa. Las mujeres, ya sea Kate o la Sra. Grose, presienten de manera intuitiva que ha pasado algo en esa casa, aunque puedan no saber qué es exactamente. Lo que hace que esta película resulte contemporánea es la capacidad de Kate de expresar lo que siente, lo que ve, lo que sabe. Es como un fuego que llega a la casa, una ráfaga de energía que lo perturba todo. Es la que opta por decir algo. Pero eso conlleva un precio. En lo referente a lo que está sucediendo políticamente en el mundo ahora mismo, la película es oportuna, pero los temas no son nuevos. Es una versión contemporánea de una historia clásica».
Una de las decisiones creativas que tomó Sigismondi fue ambientar la película casi 100 años exactos después de la publicación del libro, en 1995. La cineasta explicó que esta decisión se basó en que «la nuestra es una interpretación deliberadamente moderna, en cuanto a la forma de usar el entorno, los estilos y la música de la década de los 90, pero también en cuanto a cómo pasamos a primer plano la perspectiva de la mujer, dándole un giro a cómo presenta James a la heroína, para convertirla en alguien mucho más activo. Me pareció que los 90 era una época estupenda en la que ambientar la película, porque era un momento muy gutural. La gente se desgarraba y te mostraba sus entrañas».
«La música –sobre todo el grunge– trataba sobre destrozarlo todo. La cultura era muy descarnada. La sociedad estaba fascinada por la imaginería oscura. Y la ropa y la moda eran muy contrarias a las modas. Todo eso se ve desplazado en esta clásica casa del viejo mundo en la que entramos», añadió.
A Sigismondi también le atrajeron los elementos sicológicos de la historia y la oportunidad de explorar ideas de verdad e ilusión, cordura y delirio.
En palabras de la cineasta, «la novela corta de Henry James tenía la gran capacidad de contar la historia entre líneas. Hay una hermosa ambigüedad al final, por la que no te fías necesariamente de la narradora. Has estado todo el tiempo con ella, pero al final te cuestionas todo lo que ha sucedido. Para mí, era importante plasmar eso en la película, ese terror sicológico».

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