Koldo Landaluze

Dashiell Hammett: El escritor que lanzó una piedra contra el escaparate del sueño americano

Dashiell Hammett no solo creó la novela negra y legó para la posteridad obras tan referenciales como «Cosecha roja» o «El halcón maltés». Fue un incansable activista que fue señalado y condenado por su ideario de izquierdas. Se cumplen sesenta años de su muerte.

Fotografía: Warner Bros
Fotografía: Warner Bros

El gesto de Joseph Raymond McCarthy imponía respeto. De no ser por que ostentaba cargo de senador, hubiese pasado por uno de esos policías que, al amparo de la noche y espoleados por el alcohol, se colaban en las celdas de homosexuales, negros y comunistas esgrimiendo una porra o un puño de acero. McCarthy no era negro y mucho menos comunista. Fue un fascista que se empleó a fondo en la labor de triturar las vidas y carreras de quienes recibieron su temida citación para el Comité de Actividades Antiamericanas.

En 1953, un tipo alto y delgado se sentó ante él. Su rostro alargado, en forma de “V”, incluía unas frondosas cejas que, sumadas a su mata de cabello cano, le otorgaban una fisonomía mefistofélica. McCarthy y su citado tan solo tenían un punto en común, ambos eran alcohólicos.

Mientras uno traspiraba alcohol repasando las acusaciones que pesaban sobre el otro, el aludido, con esa calma que tanto molesta a los iracundos como McCarthy, se limitaba a recorrer con sus dedos el sombrero que descansaba sobre una de sus rodillas.

Sobre el escritorio de McCarthy reposaba el relato “Sombra en la noche”. En la mente del senador bullía la idea constante de que en sus páginas fluía una corriente de insurgencia comunista. Cuando le preguntó a su interrogado qué pretendía contar en este relato, el escritor se limitó a responder «trata de las relaciones entre negros y blancos».

Dashiell Hammett ya había sido citado dos años atrás y, en aquella ocasión, se acogió a la Quinta Enmienda. No respondió a sus inquisidores porque consideraba ilegítimas las acusaciones vertidas sobre él. Fue condenado a seis meses de reclusión en una prisión federal; acusado de ser partícipe del Congreso de los Derechos Civiles y de haber pagado fianzas a miembros del Partido Comunista. Aquella estancia en la cárcel aceleró el ya de por sí delicado estado de salud del autor de obras tan antológicas como “Cosecha roja” y “El halcón maltés”.

En 1953, McCarthy en persona le preguntó: «¿Por qué hay libros de un comunista en las bibliotecas públicas estadounidenses? ¿Es esa una buena forma de luchar contra el comunismo?». Hammett se limitó a responder: «Bien, yo pienso –por supuesto no lo sé– que si estuviera luchando contra el comunismo creo que lo que haría es no darle a la gente ninguna clase de libros».

Este diálogo está integrado en “Interrogatorios” (Editorial Errata Naturae), un libro en el cual somos partícipes del fuego cruzado dialéctico en el que se vio involucrado un autor que siempre mantuvo un compromiso sólido y constante con todos los combates emblemáticos de su época: la batalla contra el nazismo, la exigencia del reconocimiento de los derechos civiles de la comunidad afroamericana y los inmigrantes, las luchas políticas del Partido Comunista en Estados Unidos y el reconocimiento de los derechos legales y electorales de sus miembros.

Esta edición incluye, además, “Sombra en la noche”, el relato que fue esgrimido en uno de los interrogatorios como posible prueba del talante anti-americano y subversivo del escritor.

Como complemento a la edición de “Interrogatorios”, la editorial RBA publicó paralelamente un recopilatorio que reúne todos los casos protagonizados por el detective privado imaginado por Hammett, “Todos los casos de Sam Spade”.

El desencanto y el compromiso. Siguiendo las pautas del blanco y negro asociado a un imaginario de humo, denuncia, alcohol y asesinatos, merece la pena redescubrir un discurso literario zurcido a golpe de frases secas y contundentes que nos muestran un modelo social, moral y político alejado de los cánones del llamado “Sueño Americano”.

A finales de los años veinte y años treinta, se desató el desencanto político por culpa de la crisis económica, el ascenso del fascismo y el nazismo. A kilómetros de distancia, comenzaba la Guerra del 36 y este episodio despertó las simpatías de los sectores de la izquierda estadounidense.

Dashiell Hammett no permaneció impasible a estos acontecimientos. En 1937 apadrinó el filme “The Spanish Earth”, realizado por el cineasta Joris Ivens y Ernest Hemingway y con la colaboración de su compañera Lillian Hellman que estuvo en los diversos frentes en los que fue rodada. Y preocupado por la decisión de Roosevelt, le solicitó que revocase el pacto de no intervención y permitiera que aquellos que no aceptaban el fascismo y el nazismo tuviesen una oportunidad de tomar las armas.

Hammett no descansaba e invirtió su compromiso en otras actividades como el apoyo al derecho de voto a los negros y minorías, su lucha en contra de los despidos de trabajadores por su ideología, la ayuda a los refugiados políticos o la petición de libertad para Luis Carlos Prestes, dirigente comunista encarcelado en Brasil.

En 1946 Dashiell Hammett fue elegido presidente de los Derechos Civiles de Nueva York, organismo que tenía entre sus objetivos recaudar dinero destinado a pagar las fianzas de los militantes de izquierdas arrestados por razones políticas. Cuando cuatro dirigentes fueron inculpados por la Ley Smith y puestos en libertad bajo fianza en noviembre de 1949, y se dieron a la fuga y no comparecieron ante el tribunal.

Hammett fue convocado como testigo por un tribunal de justicia el 9 de julio de 1951. En el transcurso del mismo, se negó a responder a las preguntas que le podían incriminar amparándose en la Quinta Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Como resultado de todo ello, fue condenado a seis meses de prisión por desacato que lo marcarían para siempre y de manera trágica.

Dashiell Hammett fue un escritor comprometido con diversas causas, porlo que tuvo que vérselas con el senador McCarthy e incluso con la cárcel.

Un hombre alto, delgado e inquebrantable. Una gabardina, tabaco, alcohol, desencanto y un inquebrantable código moral, que no necesariamente coincide con el de la sociedad, son los atributos que Dashiell Hammett otorgó al detective Sam Spade en “El halcón maltés” y que servirían para cimentar las bases de lo que se llamaría “novela negra”.

Había combatido en dos guerras, enarbolaba un compromiso con la izquierda política a pesar de su paso por la mítica agencia de detectives Pinkerton –germen del FBI– y una mala salud de hierro macerada en alcohol pero, sobre todo, firmó cinco novelas y dos libros de relatos con los que sentó las bases de un nuevo género.

Antes de Hammett existía la novela policíaca, aquella que cultivaron Edgar Allan Poe o Agatha Christie, de detectives cuya mente prodigiosa se revela capaz de desentrañar los más retorcidos crímenes. Para Hammett, el detective se intuye un tipo solitario, desengañado, y ello le permitió aportar una nueva visión. Inculcó músculo a la narrativa de la novela policíaca y la convirtió en un testimonio social.

Sam Spade pasa por ser el detective por excelencia, y el resto que le siguieron tan solo son variaciones más o menos afortunadas de este personaje que se descubre más filósofo que policía, que se mueve en las tinieblas, que ha de decidir constantemente entre el bien y el mal hasta el punto de entregar a la justicia a la mujer que ama.

Un código moral de caballero andante, quizá espejo del propio Hammett, a quien su negativa de delatar a quienes fueron señalados como comunistas, le valió unos meses de cárcel. Antes de cruzar el umbral del calabozo, Hammett dijo: «Un hombre debe mantener su palabra».

Spade con cara de Bogart. La aparición de semejante personalidad no escapó al séptimo arte, y en 1941 Humphrey Bogart se enfundó la gabardina de Spade en “El Halcón Maltés” a las órdenes de John Houston.

Los libros de Dashiell Hammett sentaron las bases de un nuevo género, la novela negra. Engendró el personaje del detective solitario y desengañado que inmortalizó al actor Humphrey Bogart, sobre estas líneas.

Si Hammett fue el padre de la novela negra, con esta película Houston fue, sin duda, el del cine negro. Hammett inventó también un nuevo lenguaje: diálogos que son todo aristas, cortantes y secos mientras su protagonista patea las calles a trompicones, de charco en charco, para encontrar a un criminal a la vez que descubre que en realidad es la sociedad la que está podrida.

Hammett abrió una senda que fue seguida por otros autores que usaron el género negro no tanto para resolver un misterio como para descubrir la podredumbre del entramado social y las miserias del alma humana.

Porque Dashiell Hammet desconfiaba de su sociedad, como escribió en su panegírico la dramaturga Lillian Hellman, con la que mantuvo una relación de varias décadas: «No pensaba bien, tal como ya sabéis, de la sociedad en que vivimos, pero incluso cuando ella lo castigó no se quejó, y no le tenía miedo al castigo».

La propia Hellmann declaró ante el Comité de Actividades Antiamericanas lo siguiente: «Hacer daño a la gente inocente que conocí hace años para salvarme a mí misma es, en mi opinión, un acto inhumano, indecente».

Un legado inmortal. Hammett dejó un legado que va mucho más allá de “El Halcón Maltés”, creó al agente de la Continental, protagonista de “Cosecha Roja” y de varios relatos, a la pareja formada por Nick y Nora Charles –“El hombre delgado”– y al detective Ned Beaumont de “La llave de cristal”. Desde 1934 hasta su muerte no volvió a publicar nada memorable. O como diría Josephine Hammett en la biografía que escribió sobre su padre, «no dejó de escribir, no hasta el final de su vida, lo que dejó de hacer fue acabar lo que escribía». Cansado, arruinado y olvidado, se escudó en el silencio mientras el cáncer lo devoraba. Falleció el 10 de enero de 1961.

Raymond Chandler dedicó a su colega las siguientes palabras: «Hammett sacó el asesinato del jarrón veneciano y lo arrojó al callejón».

Por su parte, Hellmann se despidió ante su tumba en el cementerio de Arlington recordando que «Creía en el derecho del hombre a la dignidad y jamás, durante toda su vida, jugó a otro juego que al suyo propio: nunca mintió, nunca fingió, nunca se rebajó».

Mientras “The New York Times” le despedía así en su sección de necrológicas: «Sus historias seguirán siendo publicadas de aquí a muchos años», el paranoico director del FBI J. Edgar Hoover ordenó a uno de sus agentes que llamara al cementerio de Arlington. Dicho agente descolgó el teléfono para asegurarse de que «¿Un tal Dashiell Hammett está muerto y enterrado?».