«Me asusta la idea de un mundo en el que estemos a merced de los sentimientos»
En ‘Los bohemios menores’, Eimear McBride evoca sus años como estudiante de arte dramático en el Londres de los años 90 para llevar a cabo una innovadora narración sobre la pérdida del pudor y el despertar a la vida de una joven que toma conciencia de su propia sexualidad.

Usted comenzó a escribir la novela ‘Los bohemios menores’ cuando ‘Una chica es una cosa a medio hacer’ aún no se había publicado. Cuando una primera obra, en la que se ha puesto tanto empeño, permanece inédita, ¿eso no mina la confianza en una misma como escritora? ¿Cómo se puede escribir una nueva novela en estas circunstancias?
Hubiera preferido escribir ‘Los bohemios menores’ llena de confianza, sabiendo que mi anterior novela había suscitado interés y aceptación, pero las cosas no se dieron así. Ponerte a escribir sin saber si te van a leer no es el escenario ideal pero, al final, se trata de un proceso que una acomete ajena a los dictados del mercado editorial. El fracaso no disminuye el deseo de escribir más de lo que el éxito puede llegar a alentarlo. Lo que cuenta es ponerte a ello y lo que suceda después, sea bueno o malo, es un hecho aparte.
En ‘Los bohemios menores’ uno tiene la sensación de que hay mucho de usted misma, de la joven que usted fue a mediados de los años 90 con 18 años. ¿Es así? ¿El personaje de Eily refleja su propia experiencia?
Este tipo de preguntas me inquietan un poco, porque a veces pienso que solo se nos hacen a las mujeres, como si nosotras fuéramos incapaces de escribir algo partiendo únicamente de nuestra imaginación. Dicho lo cual, es obvio que en el personaje de Eily hay paralelismos con mi propia vida y creo que es algo que al lector le queda más que claro. Ahora bien, ¿resulta relevante establecer cuál es el porcentaje de elementos autobiográficos que contiene la novela? ¿Cambiaría la percepción de los lectores y su capacidad para disfrutar del libro el hecho de que yo dijeses que esta novela tiene un 50 o un 60% de vivencias reales? Sinceramente, no lo creo.
Tanto esta obra como su anterior novela, son dos relatos sobre la vergüenza ¿Por qué le interesa tanto este tema?
Sería extraño que no me interesase habiendo crecido en Irlanda, una sociedad que ha sido asfixiada por el poder de la Iglesia Católica, singularmente las mujeres. Pero más allá de eso, me interesa la forma en que la vergüenza funciona en nuestro interior, complicando el modo en que nos aceptamos a nosotros mismos y buscando siempre la aprobación de los demás, lo cual perpetúa esa sensación que es muy difícil de erradicar completamente por mucho que puedas llegar a aceptarte de manera puntual. En general me fascinan las vidas vividas a la sombra de ese sentimiento de vergüenza y las diferentes formas de lucha que mantenemos para liberarnos de él.
El lenguaje que ha empleado la literatura para contar el sexo resulta bastante inadecuado. El vocabulario es limitado, está lleno de tópicos y obedece a un punto de vista puramente masculino
¿No cree que la vergüenza ha llegado a convertirse en un lugar común en la literatura irlandesa? Parece haber ciertos temas sobre los que se espera que un escritor irlandés incida.
No sé si existen una serie de expectativas particulares sobre los escritores irlandeses y, si las hay, nunca me he preocupado por ellas. La gente perezosa recurre a los estereotipos e incluso hay escritores irlandeses perezosos que han contribuido a perpetuarlos. La literatura irlandesa del siglo XX fue famosa por centrarse en cuestiones de vergüenza corporal, muerte, abuso, familia, sexo, etc. El poder cada vez mayor de la Iglesia hacía que esos temas estuvieran latentes en la sociedad y la literatura, es un reflejo de la sociedad. Pero la Irlanda de hoy es muy distinta al país en el que crecí. No creo que ningún escritor irlandés nacido después de 1990 pudiera escribir un libro como ‘Una chica es una cosa a medio hacer’ con una comprensión personal de lo que significó crecer en aquella Irlanda. Así pues, dentro de un siglo, la literatura irlandesa tendrá un aspecto muy diferente y así debería ser porque la literatura debe estar siempre viva y en movimiento.
En su primera novela esa vergüenza quedaba unida al sentimiento de pérdida mientras que en ‘Los bohemios menores’ es el inicio y consolidación de una relación amorosa lo que obliga a la protagonista a luchar contra su propio pudor. ¿Le fue más difícil escribir sobre la muerte o sobre el amor?
Mi primera novela es una historia de sexo y muerte mientras que ‘Los bohemios menores’ creo que es una novela sobre sexo y vida y, como tal, fue un libro bastante más difícil de escribir. Hablar sobre la muerte, un tema tan serio y tan solemne, te protege contra la frivolidad, pero escribir sobre el sexo de una manera vitalista y luminosa te coloca más en el abismo, hace que, aun sin pretenderlo, lo que escribes pueda llegar a sonar ridículo y debes estar alerta contra eso.
‘Los bohemios menores’ narra el despertar sexual de una mujer con un lenguaje muy preciso y hasta cierto punto innovador. ¿Hasta qué punto a través de ese lenguaje usted buscó el modo de contar el sexo más allá del cliché?
El lenguaje que históricamente ha empleado la literatura para contar el sexo resulta bastante inadecuado, al estar limitado por cuestiones como las restricciones sociales, la censura o la moral religiosa. El vocabulario que se emplea es limitado, está lleno de tópicos y obedece a un punto de vista puramente masculino. A partir de ahí me impuse el deber de no utilizar ninguna de las expresiones al uso desde las que se ha venido narrando el acto sexual y me obligué a pensar en el sexo de la misma manera en que pensaría en cualquier otra actividad que pudiera concitar mi interés como escritora. Narrando los encuentros sexuales entre los dos protagonistas quería añadir profundidad a estos personajes de tal modo que el lector pudiera comprenderlos mejor, porque un acto tan íntimo resulta una fuente de información tan rica sobre quienes intervienen en él que me parecía un desperdicio escribir sobre el sexo como a menudo se ha venido haciendo, simplemente como un elemento ornamental o como un medio para hacer avanzar la trama de la novela.
Sería extraño que no me interesase por un tema como la vergüenza habiendo crecido en Irlanda, una sociedad que ha sido asfixiada por el poder de la Iglesia Católica
¿Piensa que gracias a su trabajo y al de otras escritoras la manera de narrar el sexo está empezando a cambiar?
La verdad es que al crear mi propio vocabulario sexual sentí que estaba tomando el control no solo de la historia que estaba narrando, sino también del modo en que podían contarse este tipo de historias. He recibido muchas críticas de hombres que se han mostrado claramente horrorizados ante una novela como esta, pero sus reacciones han sido por lo general muy infantiles, las propias de escolares avergonzados a quienes el párroco les pilla leyendo un ‘libro guarro’. Estaban enojados conmigo y me decían que debería darme vergüenza escribir una novela que generaba en ellos ese sentimiento de incomodidad. Pero, sinceramente, me dan bastante igual ese tipo de reacciones, creo que las mujeres hemos sido estigmatizadas durante demasiado tiempo si nos atrevíamos a asumir un rol sexual que no estuviera exclusivamente vinculado a la satisfacción del hombre. Y muchas escritoras han resuelto rebelarse contra eso, a luchar contra esa sensación de vergüenza por mucha incomodidad que eso pueda generar en los hombres, al ver cuestionada su hegemonía.
¿Usted cree que, como dice la protagonista de la novela, lo opuesto al amor no es el odio sino la desesperación?
Sí, porque el odio está lleno de pasión y sentimiento, como tal es una sensación capaz de impulsar a las personas a hacer cosas. Pero cuando el amor deja de ser una opción viable no es odio lo que sentimos sino una ausencia de esperanzas que nos hace sentirnos vacíos por dentro, sin ganas de nada. Quedamos dominados por la desesperación.
¿Cree que el nivel de desesperación que atesoramos actualmente tiene que ver con la falta de amor, con nuestra incapacidad para compartir sentimientos?
Yo creo que nos ocurre justo lo contrario, de hecho rogaría encarecidamente a las personas que dedicasen menos tiempo a compartir sus sentimientos, porque estos no dejan de ser una experiencia subjetiva, como tal no revelan ninguna verdad objetiva. Me asusta la idea de crear un mundo en el que todos estemos a merced de los sentimientos de los demás. De hecho, creo que debería alentarse más el pensamiento racional.
Tras el trabajo que le costó publicar su primera novela, los premios que recibió con posterioridad a su publicación y la buena acogida que han tenido ‘Los bohemios menores’ y sus siguientes obras, ¿le han hecho ganar confianza como escritora?
Siento como si hubiera completado un círculo y como si me hallase nuevamente en la casilla de salida. Cuando empecé a escribir no intuía cuándo podía llegar ese reconocimiento y aún hoy no estoy segura de cuanto puede durar. Mis primeras novelas las escribí desde el fracaso, las últimas las he escrito desde una posición de éxito y el proceso creativo no cambia. El único cambio, para bien, es poder ganarme la vida haciendo aquello que me gusta sin tener que estar pendiente de contestar el teléfono o preparar cafés para ejecutivos groseros.

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