Por suerte, la etiqueta de cine gay hace tiempo que se quedó insuficiente y, gracias a la diversidad de género, las y los cineastas que militan bajo las siglas ampliables LGBTIQ+ se mueven con mucha mayor libertad a la hora de tratar cuestiones relacionadas con la identidad sexual.

El belga Laurent Micheli dedicó su ópera prima ‘Even Lovers Get the Blues’ (2016) a reflejar las relaciones sexuales de un heterogéneo grupo de treintañeros y treintañeras en Bruselas. Con su segundo largometraje, ‘Lola vers la mer’ (2019), presentado en el Festival de Angoulême, profundiza aún más en todas estas cuestiones a través de la transexualidad dentro de las relaciones familiares, más en concreto las paternofiliales, ya que el conflicto entre padre e hija sometida a una operación de reasignación de sexo vertebra un relato que indaga en la ruptura con el pasado como paso necesario para iniciar una nueva vida marcada por la transición del rol masculino al femenino.

La chica trans Mya Bollaers debuta en su primera aparición como actriz de cine con una sorprendente naturalidad, y hasta consigue dar una muy profesional réplica a un actor tan curtido como Benoît Magimel. Compone una Lola que rompe con los estereotipos, porque ante todo es alguien que se siente libre e igual que viste ropa femenina, se tiñe el pelo de rosa o practica el skateboard sin complejos. Todo lo contrario que su padre Philippe, quien necesita de la rutina para funcionar, y la suya se alteró cuando su hijo dejó de ser Lionel y se cambió algo más que el nombre de chico.

No existe comunicación alguna entre padre e hija, debido a que la madre era la que hacía de nexo de unión. Tras su repentina muerte, Philippe y Lola deberán compartir el viaje en coche para arrojar sus cenizas en la costa belga, en el Mar del Norte, junto a las dunas que rodean la casa familiar de la infancia.