Jaime López

Fernando Fernán Gómez, centenario de un creador desbordante 

Tal día como este sábado, en 1921, nacía en Lima Fernando Fernán Gómez, un actor que se rebeló contra las estrecheces del medio cultural poniendo su talento al servicio de otras disciplinas. Una dispersión que ha jugado en su contra privándole del reconocimiento merecido.

Fernando Fernán Gómez, un cómico de la legua, un anarquista, un trasgresor. (NAIZ)
Fernando Fernán Gómez, un cómico de la legua, un anarquista, un trasgresor. (NAIZ)

Actor, guionista, director (de cine y de teatro), dramaturgo, novelista, ensayista, articulista, mecenas cultural, académico… La lista de desempeños profesionales de Fernando Fernán Gómez fue tan amplia como la propia personalidad de un autor que, sin embargo, a la hora de ser presentado en sociedad (las pocas veces en que lo era dada su conocida aversión por los actos públicos) se conformaba con que se refirieran a él como cómico. Un rasgo de humildad pero también de irreverencia por parte de alguien que siempre se rebeló contra las jerarquías, contra los reconocimientos y contra las estructuras de poder.

Según el actor Ramón Barea, que trabajó a sus órdenes en ‘Morir cuerdo y vivir loco’ (la última obra teatral escrita y dirigida por Fernán Gómez, estrenada apenas dos años antes de su muerte), «Fernando fue alguien que vivió siempre a contrapelo. Cuando estrenamos aquel montaje él se subió al escenario e hizo el típico saludo anarquista. Ese fue siempre su verdadero credo y eso le colocó en una posición incómoda, también entre algunos sectores de nuestra profesión que nunca sabían a que atenerse con él, porque Fernando no era de los que iban firmando manifiestos ni haciendo declaraciones públicas».

Esa aparente indefinición ideológica (que no fue tal, como lo prueba su apoyo a las huelgas mineras de 1962, lo que le acarreó ser vetado en Televisión Española durante siete largos años y ver significativamente reducidas las ofertas que le llegaban para trabajar en el cine) tiene reflejo en su desempeño profesional.

Según Barea, «lo que ocurre con Fernando es que tuvo una obra desordenada y su personalidad fue mucho más ancha que la época en la que le tocó vivir. En medio de aquella mediocridad cultural no había perspectiva para asumir una figura como la de Fernando, capaz de abordar tantas disciplinas. Eso siempre ha estado mal visto y  dificulta su reivindicación».

El hecho de estar ante una personalidad tan desbordante provoca desconcierto a la hora de honrar su figura: ¿En calidad de qué debemos celebrar a Fernando Fernán Gómez? ¿de actor eminente? ¿de cineasta maldito? ¿de novelista ocasional? Prueba de ese desconcierto es que su centenario apenas ha recibido el eco que una efeméride de estas características suele generar.

Quitando el ciclo que le ha venido dedicando Filmoteca Española y el acto de homenaje que el Zinemaldia le hará este próximo mes de setiembre con la proyección en copia restaurada de su ópera prima como director, ‘Manicomio’, apenas se tienen noticias de actividades, iniciativas o publicaciones destinadas a reivindicar la figura y la obra de Fernando Fernán Gómez.

​Adelantado a su época

Uno de los pocos libros editados a lo largo de este año para celebrar, justamente, el centenario de su nacimiento, ha sido ‘El universo de Fernando Fernán Gómez’, una obra colectiva de Notorious Ediciones y Fundación AISGE donde más de una treintena de firmas (entre las que se incluye la de quien esto escribe) desglosamos su apabullante trayectoria cinematográfica en textos de diversa extensión acompañados de un gran despliegue fotográfico.

El volumen incluye, además, un diccionario donde, a modo de glosario, se desgranan las características más definitorias de él como cineasta así como un apunte biográfico de quienes fueron sus colaboradores más asiduos. Dicho diccionario viene firmado por Joaquín Vallet, cineasta, escritor y colaborador de la revista ‘Dirigido por…’.

Vallet coincide con Ramón Barea en la dificultad para reivindicar a Fernando Fernán Gómez atendiendo a ese carácter disperso que siempre guió su trayectoria cinematográfica, una dispersión que el crítico ejemplifica en su faceta interpretativa: «Su carrera fue tan prolífica que te lo puedes encontrar en películas de todo tipo, lo mismo protagonizando una obra maestra como ‘El espíritu de la colmena’ que haciendo un cameo en una película como ‘Juana la loca… de vez en cuando’ y esa dispersión le ha acabado perjudicando a la hora de lograr un reconocimiento unánime».

No obstante, Joaquín Vallet cree que, al menos, en su labor como director (siendo como fue, asimismo, autor de una filmografía desigual) sí que caben encontrarse constantes a las que aferrarse a la hora de reivindicar la singularidad de Fernán Gómez como creador: «Es un autor extrañísimo y desconcertante, muy adelantado a su tiempo en la concepción de algunos gags y algunos planos que todavía hoy producen asombro. Sus películas como director atesoran una crítica tremenda al capitalismo, donde emerge esa línea de pensamiento anarquista que le hace observar la realidad con acritud lo mismo en sus comedias, que siempre tienen elementos inquietantes, que en un melodrama como ‘El mundo sigue’ donde ofrece una visión de la sociedad tan oscura que llega a ser apocalíptica».

Pese a cultivar un espíritu tan marcadamente transgresor como creador, a su alergia a los eventos de masas y a esos arranques de mal genio que se hicieron virales en sus últimos años de vida (cuando la fatiga y la enfermedad fueron haciéndose visibles en él), Fernán Gómez nunca fue un asocial ni tuvo vocación de director maldito.

El sucesivo fracaso en taquilla de sus películas como director fue algo que, según Joaquín Vallet, «le condujo a una cierta sensación de desconcierto y frustración que se deja sentir en sus últimas obras donde se percibe un cierto hastío y donde hay un poso de melancolía».

​Melancólico, descreído, ácrata

Esa melancolía, producto de su escasa fe en las instituciones, en los gobiernos de distinto signo y en la iniciativa individual se deja sentir también en ‘La silla de Fernando’ (2006) la emotiva entrevista que, mantuvo poco antes de morir con los cineastas David Trueba y Luis Alegre, montada por estos a modo de documental.

En dicho film emerge toda la socarronería y la lucidez de Fernán Gómez a la hora de autorretratarse, un complemento ideal a su maravilloso libro de memorias ‘El tiempo amarillo’. Reeditado por la editorial Capitán Swing, en dicho volumen, el actor narra con una prosa deslumbrante su infancia como hijo natural de una cómica (su padre, el actor Fernando Díaz de Mendoza, hijo de la insigne María Guerrero, nunca le reconoció) que vivió una infancia solitaria y retraída al lado de su abuela, una humilde mujer de cuya mano participó en las manifestaciones de euforia popular que siguieron a la proclamación de la II República.

En esa evocación de su niñez y de su posterior adolescencia (entre los bombardeos que asolaron a un Madrid en guerra), Fernán Gómez da cuenta de la forja de ese carácter tímido, escéptico, irreverente y decididamente ácrata que le acompañaría el resto de su vida y que emergería puntualmente en una obra rodada en unas circunstancias adversas (en plena dictadura en un cine alimenticio y sin ambición) y de un modo más pleno a partir de los años 70, cuando fue requerido por cineastas como Erice, Saura, Armiñán, Estelrich, Gutiérrez Aragón y más tarde ya por otros como Garci, Trueba, Almodóvar o Cuerda, que terminarían por consagrarle con papeles hechos a la medida de su infinito talento.

Ese espíritu libre, insobornable y profundamente melancólico también está en ‘El viaje a ninguna parte’, acaso su obra más personal, concebida inicialmente como folletín radiofónico y que posteriormente daría lugar a una novela y a una película.

Ahora también se ha convertido en una obra teatral gracias a Ramón Barea, que dirige y protagoniza el montaje que a partir del 2 de setiembre podrá volver a verse en el Arriaga tras haber tenido que suspender sus representaciones el año pasado por culpa de la pandemia: «La historia, el recuerdo, la memoria de esos cómicos de la legua, convierten esta obra en una especie de señuelo para los de nuestra profesión –confiesa Barea–. Esa idea de itinerancia, de inseguridad permanente, valen para definir un oficio en el que entras sin saber cómo vas a salir. Para mí es un honor dirigir este montaje y asumir el papel que Fernando hizo en la película como patriarca de esta saga de cómicos. En ocasiones, juro que oigo su voz dirigiéndonos a todos nosotros».

Barea tiene muy presente su experiencia al lado de Fernán Gómez: «Los dos meses que pasamos ensayando ‘Morir cuerdo y vivir loco’ fueron uno de los regalos más hermosos que me ha hecho la vida, fue como un premio. Nos encontramos con un hombre bondadoso de mirada azul, que apreciaba nuestro trabajo más de lo que merecíamos y que, a pesar de sus dificultades para moverse y desplazarse, conservaba intacta toda su lucidez. Me da vergüenza decirlo pero, a día de hoy, sigo teniendo un sueño recurrente donde me cruzo con él de joven y al saludarlo, se hace el sueco, empieza a cojear y abandona el lugar, tímido como era».