Koldo Landaluze
Especialista en cine y series de televisión
CRíTICA DE ‘THE FRENCH DISPATCH’ (PERLAK)

En un espacio atemporal de titulares y crónicas

EEUU. 108'. Director y guion: Wes Anderson. Int.: Benicio del Toro, Frances McDormand, Jeffrey Wright, Adrien Brody, Tilda Swinton, Timothée Chalamet. Fotografía: Robert D. Yeoman. Música: Alexandre Desplat.

‘The French Dispatch’.
‘The French Dispatch’.

Que Wes Anderson se haya superado a sí mismo en el plano visual ya dice mucho de una película que se asemeja al efecto chispeante del descorche de una botella de champán.

‘The French Dispatch’ es un puro espectáculo, un incesante caudal de crónicas escenificadas en la redacción de un periódico estadounidense afincada en un lugar imaginario del Estado francés.

En su declaración de intenciones, la película es toda una declaración de amor al oficio del periodismo –no solo al ‘New Yorker’– y lo hace dibujando sonrisas o pellizcando las emociones del espectador cada vez que asiste a la escenificación de una noticia.

Todo lo que acontece en las entrañas de la publicación de interminable título –‘The French Dispatch of the Liberty, Kansas Evening Sun’– pasa por ser un acercamiento, entre nostálgico, disparatado y reinventado, de lo que se dio en llamar «la edad de oro del periodismo» y como una maldita predicción, la película arranca por el final, con una nota de tinte necrológico en la que advierte de su cierre.

Wes Anderson se revela seguro de sí mismo, después de superar múltiples retos que han dado como resultado una filmografía muy personal. Domador de fenómenos entrañables y de historias indefinidas y atrapados en espacios de enfermiza geometría, el firmante de piezas como '‘Gran Hotel Budapest’ e ‘Isla de perros’ vuelve a contar con un interminable reparto plagado de nombres conocidos y que, capitaneados por el imprescindible Bill Murray, se prestan de lleno al juego que les plantea el cineasta, lo que da como resultado un auténtico festival de roles cambiantes y de imprevisibles consecuencias.

A todo ello se suma un abracadabrante juego de escenarios y decorados que, reforzados por la fotografía de Robert D. Yeoman y la no menos oportuna banda sonora de Alexandre Desplat, nos ubique en un espacio anacrónico lindante a los sueños.