Beñat Zaldua
Edukien erredakzio burua / jefe de redacción de contenidos

¿Y si los estados estuviesen omitiendo a la ONU una cuarta parte de las emisiones?

La acción climática de cada país se concreta a partir de los datos sobre emisiones de gases de efecto invernadero que cada estado remite a la ONU. Una investigación de ‘The Washington Post’ señala, sin embargo, la gran brecha entre las emisiones que reconocen los estados y las realmente existentes.

Acción, ayer en Glasgow, para reclamar a los líderes mundiales acciones más contundentes ante la emergencia climática. (Andy BUCHANAN/AFP)
Acción, ayer en Glasgow, para reclamar a los líderes mundiales acciones más contundentes ante la emergencia climática. (Andy BUCHANAN/AFP)

¿Y si las emisiones fueran mucho mayores de lo que los países han estado contando a la ONU? Según el último catálogo sobre emisiones de gases de efecto invernadero remitido por Malasia a las Naciones Unidas, el país asiático reportó 422 millones de toneladas de emisiones brutas. La magia de la contabilidad, sin embargo, convierte esa cifra en 81 millones de toneladas de emisiones netas, menos que las de un país pequeño como Bélgica. El truco está en que Malasia considera que sus bosques absorben tres cuartas partes de sus emisiones de carbono. Que las grandes masas forestales capturan CO2 es –por fortuna– cierto, pero de hacer caso a los números malayos, cabe concluir que sus bosques son capaces de capturar cuatro veces más carbón que los de la vecina Indonesia.

Las trampas contables de Malasia son el punto de partida de una sesuda investigación del ‘Washington Post’, cuyas conclusiones son un duro varapalo para la acción climática global, teniendo en cuenta que esta acostumbra a basarse en los datos sobre emisiones que aportan los estados a la ONU. La conclusión es tajante: «El plan para salvar al mundo de lo peor del cambio climático se basa en datos. Pero los datos en los que se basa el mundo son inexactos».

Según Malasia, sus bosques –en la imagen– capturan cuatro veces más carbono dióxido que su vecina Indonesia. (Mohd RASFAN/AFP)
Según Malasia, sus bosques –en la imagen– capturan cuatro veces más carbono dióxido que su vecina Indonesia. (Mohd RASFAN/AFP)

Las cifras que sostienen la afirmación son también elocuentes. Los 196 países reconocidos por la ONU emitieron en 2019, según el modelo creado por el ‘Post’ con ayuda de numerosos científicos –dado que solo 48 Estados han publicado cifras sobre ese año–, un total de 44,2 GT (un gigatón son mil millones de toneladas) de gases de efecto invernadero. Las emisiones globales calculadas por diferentes instancias científicas, sin embargo, señalan que las emisiones reales son, dependiendo del cálculo, entre 8,5 y 13,3 GT más altas. Y eso sin contar un GT más, correspondiente a la aviación internacional, de la cual ningún país se hace cargo.

Es decir, en la parte baja de la horquilla, nos estaríamos olvidando de contabilizar un EEUU entero –segundo país con mayores emisiones–, mientras que en la parte alta, sería nada menos que una China, principal emisor de gases de efecto invernadero, la que estaríamos pasando por alto. Si con los datos actuales, adulterados según el ‘Post’, el Climate Action Tracker calcula que las políticas actuales nos llevan a un calentamiento de 2,7ºC, ¿cuál será el cálculo si se tuviesen en cuenta las emisiones reales? Los resultados de la investigación, que viene a confirmar una sospecha creciente en la comunidad científica, es un auténtico mazazo a las previsiones realizadas hasta la fecha.

Una contabilidad a la carta

Entrando en detalle, la investigación encabezada por dos premios Pulitzer como Chris Mooney y Juliet Eilperin, detalla que el 59% de la brecha entre las emisiones reales y las reportadas tiene que ver con los usos de la tierra, es decir, con el carbono que –como en el caso de Malasia– un país calcula que su tierra puede reabsorber. Porque una cosa son las emisiones brutas y otra las emisiones netas, que son las que acaban contando. Gigantes como EEUU, China y Rusia se descuentan más de 500 millones de toneladas cada uno de su balance a través de este cálculo ópaco.

El segundo protagonista en esta brecha es el metano. La comunidad científica calcula que las emisiones reales superan en una horquilla de 57 a 76 millones de toneladas las reportadas por los Estados a la ONU. Dado que el metano es uno de los gases más contaminantes, los investigadores señalan que esta brecha equivale a entre 1,6 y 2,1 GT de emisiones de carbono dióxido.

Tanques de gas en Qatar. El país árabe, gran extractor de gas, apenas reconoce emisiones de metano. (GETTY IMAGES)
Tanques de gas en Qatar. El país árabe, gran extractor de gas, apenas reconoce emisiones de metano. (GETTY IMAGES)

Grandes productores de petróleo o gas como Rusia, Emiratos o Qatar reportan muy pocas emisiones de metano. Sin embargo, una nueva generación de satélites que orbitan la Tierra son capaces de detectar filtraciones masivas de este gas. Así, la Agencia Internacional de la Energía sitúa a Rusia como el principal emisor de metano, algo que, sin embargo, no se refleja en los datos que Moscú envía a la ONU.

Por último, los investigadores destacan que también los gases fluorados, de producción humana, son infraestimados. Son los gases que mayor efecto invernadero producen, los usamos en el aire acondicionado, la refrigeración y la industria eléctrica, pero docenas de países, simplemente, no los reportan. Por ejemplo, Vietnam asegura que sus sistemas de refrigeración y aire acondicionado no tienen ningún escape de gases fluorados, mientras los supermercados estadounidenses reconocen que pierden anualmente un 25% de estos gases.

La brecha analizada por el ‘Post’ está relacionada, obviamente, con la brecha económica entre países. El propio sistema de contabilidad de la ONU obliga a los países industrializados, responsables históricamente de la inmensa mayoría de emisiones, a presentar anualmente su informe de emisiones; una obligación que no rige para los países en desarrollo. Esto puede resultar lógico, pero lo cierto es que sin una contabilidad fiable y estandarizada, la acción contra la emergencia climática camina coja. ¿Cómo calcular cuánto hay que reducir las emisiones si ni tan siquiera se sabe cuánto se emite?

El principal emisor mundial, China, sin ir más lejos, solo ha presentado informes de emisiones cinco veces en tres décadas, la última en 2014. Irán, en el top 10 de emisores, no presenta informe desde 2010; Qatar, gran extractor de gas natural, no lo hace desde 2007; y Argelia, importante extractor de gas y petróleo, desde el año 2000.

Fuego en Australia, país que no contabiliza el carbono dioxido emitido en sus cada vez más frecuentes incendios. (GETTY IMAGES)
Fuego en Australia, país que no contabiliza el carbono dioxido emitido en sus cada vez más frecuentes incendios. (GETTY IMAGES)

Pero presentar anualmente los informes tampoco parece ser garantía de nada. De hecho, el problema no solo existe con grandes extractores de hidrocarburos. Por ejemplo, Australia elimina de sus balances el carbono dióxido liberado por los grandes incendios que, cada vez con mayor fuerza, asolan periódicamente el país.

Un estudio científico paralelo

El artículo del ‘Post’ recoge también la reciente investigación encabezada por el científico francés Philippe Ciais, que aprovechó el parón forzado por el coronavirus en los laboratorios para realizar un ejercicio parecido al del periódico estadounidense. Comenzó a comparar los informes de emisiones remitidos por los Estados a la ONU con los valores medidos en la atmósfera y vía satélite, y las conclusiones, publicadas en un preprint que está a la espera de la revisión por pares, son parecidas a las del ‘Post’.

Este estudio, firmado por un total de 32 investigadores, no analiza los informes de los 196 Estados, como hace el ‘Post’, pero entra en mayor detalle en los informes de los principales emisores, encontrando brechas todavía mayores entre las emisiones reportadas y la realidad. Y no se salva nadie, tampoco la Unión Europea.

Quizá sea el propio Ciais quien mejor resume las implicaciones de estas trampas al solitario en un sistema que basa la acción climática, precisamente, en los compromisos de reducción de emisiones de cada Estado. «Así es difícil encontrar sentido a las promesas; si el punto de partida es infravalorado, el porcentaje de reducción de emisiones que se obtendrá será defectuoso», señala.