Jaime Iglesias
Entrevista
Samir
Director de cine

«Mi intención ha sido servirme del cliché para darle la vuelta, para desmontarlo»

Hijo de padre iraquí y madre suiza, nació en Bagdad en 1955. A los seis años se trasladó junto a su familia al país natal de su madre, donde ha vivido desde entonces y donde ha desarrollado toda su carrera como cineasta. Su última obra, ‘My Beautiful Bahgdad’, acaba de llegar a los cines.

Samir, director de ‘My Beautiful Baghdad’.
Samir, director de ‘My Beautiful Baghdad’. (Martin VALENTIN MENKE)

​‘My Beautiful Baghdad’ es el nombre de un viejo café en el centro de Londres que actúa como punto de encuentro para la comunidad de exiliados iraquíes que viven en la capital británica. Lejos de conformar un todo homogéneo, la mirada de Samir, director del filme, pretende constatar la pluralidad de sensibilidades que convergen en un grupo de personas con una historia en común pero con experiencias diversas. Planteada como un thriller, la película reflexiona sobre el adoctrinamiento religioso, la situación de la mujer en el mundo árabe o la frustración de las segundas generaciones de emigrantes, entre otras muchas cuestiones.

​¿De dónde surge la idea de este proyecto? Usted es conocido, sobre todo, como director de documentales. ¿Qué le llevó en esta ocasión a la ficción?

Creo, sinceramente, que ‘My Beautiful Baghdad’ contiene bastantes menos elementos de ficción que muchos de los documentales que he realizado. Algunas de las cuestiones que abordo en el filme están directamente inspiradas en historias que llevo escuchando durante décadas por boca de amigos y conocidos que nos han ido visitando en nuestra casa de Zúrich. Yo crecí oyendo esas historias y sintiéndome parte de la diáspora iraquí; pertenezco a una familia que ha acabado dispersa por los cinco continentes. Ese sentimiento de desarraigo es algo que me ha marcado y sobre lo que he reflexionado en muchos de mis documentales. Pero en esta ocasión quise ir un paso más allá y afrontar, desde una mirada laica, tres temas que siguen constituyendo un tabú en el mundo árabe: el fundamentalismo religioso, la libre elección de la propia sexualidad y la emancipación de la mujer. Se trata de tres cuestiones que los protagonistas de mis anteriores documentales rehusaban abordar. Así que opté por crear una ficción a partir de un espacio donde pudieran confluir e interactuar una serie de personajes que, teniendo en común su condición de exiliados, encarnasen estas cuestiones. Y, a la hora de crear esa ficción, la primera imagen que me vino a la cabeza fue la de un viejo café en el centro de Londres.
 
¿Por qué esa imagen? ¿Por qué Londres?

Pues porque Londres juega un poco ese papel de capital del mundo en la mente de muchos. Las relaciones que se van estableciendo entre individuos de distintos territorios siguen estando sujetas a una lógica colonial. Londres encarna esos viejos esquemas, es el lugar donde se fraguó el colonialismo y mantiene un valor simbólico muy fuerte en ese sentido. Además, hoy en día, sigue siendo el centro neurálgico de la diáspora iraquí.

Cuando se habla de emigrantes o de refugiados, demasiado a menudo, tendemos a pensar en un grupo uniforme. Sin embargo, usted muestra esa pluralidad de miradas que existe dentro de un núcleo de personas con una peripecia vital parecida. ¿Se sintió impelido a poner en evidencia esa heterogeneidad?

Sí, de hecho ese es uno de los objetivos que me planteé cuando rodé esta película: demostrar al público occidental que, dentro de la comunidad iraquí en particular y del mundo árabe en general, existen sensibilidades muy diversas que incluso nos llevan a confrontarnos entre nosotros de cara a intentar compartir una identidad que nos defina. Cada uno tiene su propia manera de entender su posición en el mundo, por mucho que tengamos una cultura o una experiencia común. Incluso en su condición de exiliados, cada quién vive las circunstancias que lo rodean de una manera distinta: hay personajes como Taufiq que parecen presos de una melancolía incurable, otros, como Amal, que afrontan su nueva vida con esperanza… En cada personaje intenté definir y depositar unos rasgos de carácter diferentes y creo que eso ha sido un gran acierto de cara a remover la conciencia del espectador occidental respecto al conflicto que plantea la película. De hecho, cuando estrenamos ‘My Beautiful Baghdad’ en Suiza, muchos espectadores me decían ‘uy, nunca me hubiera imaginado la realidad del emigrante de esta manera’.
 
¿Piensa que cada vez somos más prisioneros de los clichés?

Sí y justamente mi intención ha sido servirme del cliché para darle la vuelta, para desmontarlo. Algunos me han dicho que, incidiendo en la representación de los fanáticos religiosos de una manera tan simple, lo que estoy haciendo es perpetuar el cliché. Pero, en este caso, creo que se trata de personalidades simples, de personas que no atesoran ninguna complejidad y, como tal, no me sentí obligado a cuestionar el estereotipo. Pero hay personajes como Naseer que, aunque está próximo a esos ambientes, se mueven en un espacio de ambigüedad y para él reservo otro tipo de mirada.
 
A través de ese personaje usted también habla de la frustración que acompaña a esos emigrantes de segunda generación que se sienten rechazados por su país de acogida. ¿Piensa que entre estas comunidades la brecha generacional es una fuente de conflicto?

Yo en la película tengo dos alter egos. Uno es Taufiq, el viejo comunista que aboga por construir una sociedad moderna alejada de los imperativos occidentales, pero también de los dominios de la religión y el otro, su sobrino, Naseer. Es un personaje en el que me veo reflejado porque yo, como él, crecí siendo rechazado por mi país de acogida, por mucho que me sintiera más suizo que muchos de mis amigos suizos. Y ese tipo de rechazo crea una sensación de rabia contra la sociedad que tienes que canalizar de algún modo. Yo esa rabia la canalicé a través de mi trabajo, de mis películas, pero Naseer no encuentra cómo canalizar su rabia y de ahí que se entregue a la religión. En este sentido, las segundas generaciones de emigrantes lo tienen más difícil para gestionar esas contradicciones en las que se mueven. Sus padres, sintiéndose rechazados por sus países de acogida, se muestran sin embargo agradecidos por el hecho de haber encontrado refugio en ellos, mientras que esa segunda generación se enfrenta al rechazo de la sociedad en la que nacieron o crecieron.
 
Otra brecha que usted retrata en ‘My Beautiful Baghdad’ es la que existe entre las miradas masculinas y femeninas. Las mujeres que aparecen en su película son mucho más flexibles, intuitivas y menos predispuestas al conflicto que los hombres.

Es otro cliché que me interesaba subvertir, yo creo que ya se han hecho bastantes películas que muestran el lado más conservador de las mujeres árabes, sus esfuerzos por mantenerse como sostén de la familia y del grupo desde la abnegación y la renuncia. Ese perfil existe, qué duda cabe, pero también hay muchas mujeres que son tolerantes, abiertas de mente y que trabajan a favor de la concordia desde unas posiciones menos tradicionales. Frente a ellas, los hombres viven presionados por tener que demostrar su autoridad, por tener que hacer frente a las exigencias que les plantea su masculinidad a la hora de enfrentarse a los demás. Es un tema complejo que no define solo a las sociedades árabes, sino al mundo en su conjunto. Los hombres de mi película son personajes rotos.
 
El protagonista, Taufiq, acaso sea el personaje más roto de todos. ¿Cómo cabe interpretarse ese final donde acaba por asumir en su persona la culpa de los demás?

Hay algo de redención en ese gesto y responde a una elección difícil porque, aunque está en contra del islamismo que representan los fundamentalistas religiosos, él respeta mucho su propia cultura, sus raíces y siente que enfrentarse a ellos sería como traicionarles frente a Occidente. Él quiere proteger a los suyos, a su sobrino, a su familia… Eso por un lado. Por otro, Taufiq es un superviviente y en todos aquellos que han sobrevivido a su experiencia como combatientes hay un sentimiento de culpa muy acentuado por los compañeros caídos. Entonces ese gesto que tiene al final de la película asumiendo la culpa de otros es una manera de arreglar cuentas con su propio pasado.
 
¿En qué medida su labor como documentalista le ha servido para aproximarse a la intimidad de esta serie de personajes?

Haciendo documentales, sobre todo en la fase de montaje, me he dado cuenta de que el espectador es capaz de pasar de un tema difícil a otro tema sin que eso, aparentemente, le exija un esfuerzo adicional. A veces creemos que el público necesita que le expliquemos todo de manera clara y eso no es del todo cierto, hay una predisposición por parte del espectador a rellenar esos huecos que tú vas dejando en el relato y pienso que eso también es válido para el cine de ficción. De hecho, la primera versión del guion de ‘My Beautiful Baghdad’ era bastante más extensa, las secuencias estaban más desarrolladas y, cuando empecé el montaje, pensé, ‘si corto esto y esto, el público no va a dejar de entender el desarrollo de la historia y a cambio puedo introducir planos de transición para darle un tiempo de reflexión al espectador’.