Cada cual vive el cine a su manera, y como en mi pueblo no hay ninguna sala de proyección me tengo que desplazar a alguna de nuestras capitales para ver las películas. La que más cerca me pilla es Iruñea, así que soy un asiduo de Golem. Me han hecho sentirme siempre como uno más de la familia, cuando en realidad me limito a realizar mi trabajo, pero el otro día me di cuenta de que tratan así de bien a toda su parroquia. El pasado 15 de mayo se cumplía el 40º aniversario de la marca, y con tal motivo ese fin de semana se organizó una fiesta por todo lo alto, que fue una reunión de personas amigas unidas por su afición común al cine.
Entre los diversos actos de que se componía el evento, el más revelador para este cronista fue el video casero en el que la clientela habitual y la plantilla expresaban con emoción lo que ha supuesto y supone en sus vidas la cercanía de Golem, que en un principio fue lejanía por ubicarse en una zona que en 1982 estaba bastante despoblada.
Pero llegaron para quedarse, y ninguna de las gentes que intervenían en la encuesta se imaginan ahora una semana sin ir a Golem. Esa fidelización tan entrañable resulta ejemplar frente a quienes se decantan por otro tipo de pantallas. Qué voy a decir yo, que estuve en aquella lejana inauguración, y ver a Oti, que sigue al pie del cañón, cuarenta años después, igual de ilusionado, es para mí el mejor chute de cinefilia.

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