Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua

Temor entre las prostitutas a que la nueva ley las aboque a la clandestinidad

Ahora está venida a menos, la bilbaina calle de las Cortes ha sido tradicionalmente el centro neurálgico de la prostitución. Allí ejerce Verónica (40 años), una de las voces que se alzan con preocupación cuando visitamos la asociación Askabide. Hay temor, necesidad también de ser escuchadas.

La calle Cortes, uno de los centros históricos de la prostitución en Euskal Herria. Hoy en día la prostitución está deslocalizada, en pisos e incluso en la red.
La calle Cortes, uno de los centros históricos de la prostitución en Euskal Herria. Hoy en día la prostitución está deslocalizada, en pisos e incluso en la red. (Monika DEL VALLE | FOKU)

El viernes de la semana pasada, a raíz de la aprobación en el Congreso de Madrid del proyecto de ley que perseguirá penalmente el proxenetismo y que, de facto, plantea la abolición de la prostitución, un grupo de mujeres se acercó a la sede de Askabide. Estaban asustadas: «¿Qué va a pasar con nosotras?».

Desde 1985, esta asociación sin ánimo de lucro con sede en Babes kalea –una de las paralelas a la calle San Francisco– trabaja por la normalización e integración social del colectivo de personas que ejercen la prostitución en Euskal Herria, así como de mujeres que se encuentran en situación de exclusión social. Premio Emakunde en 2020, es uno de los puntos calientes en los que poder conocer de primera mano una realidad que, a pesar de todo, sigue siendo una gran desconocida.

También es uno de los enclaves que nos permitirá empezar a hacer una radiografía sobre cuáles son los efectos que tendrá esta nueva ley sobre la parte más vulnerable: las personas que ejercen la prostitución. Su miedo: que, aunque no va contra ellas, terminen pagando las consecuencias.   

¿Si nos cierran, a dónde vamos?

En base a los datos de la memoria de 2021 de Askabide, Verónica cumple en gran parte con el perfil tipo de las personas atendidas por esta organización durante 2020 en su centro de acogida. Es latinoamericana (un 90% de las 550 personas con las que contactaron eran de esa procedencia, seguidas por muy de lejos África, Estado español y países del Este) y es una mujer trans (aquí son minoría: menos del 10% frente al 90% de nacidas mujeres). Verónica también es una mujer que no se esconde, una de las pocas que se atreve a hablar en este colectivo que casi no existe como tal –la falta de organización es uno de sus principales e históricos problemas–, a decir en alto lo que piensa y hasta de reivindicarse como una persona libre.

Otra cuestión son las motivaciones o circunstancias que le han llevado a dedicarse al que se suele llamar eufemísticamente el trabajo más viejo del mundo; Verónica recalca una y otra vez que nadie la obliga: «Trabajo en las Cortes, por mi cuenta y porque quiero hacerlo y ya está. Yo soy una trabajadora sexual, porque trabajo con el sexo. Yo la prostitución la tomé primeramente como un rendimiento de trabajo cualquiera, como un ingreso más, porque trabajaba en otra parte. Cuando entró la burbuja inmobiliaria me tocó más ejercer la prostitución por los gastos que tengo».

Lleva unos 16-17 años prostituyéndose, explica, y la pregunta es inevitable: ¿Si, por ejemplo, las instituciones le ofrecieran otro trabajo para que abandonara la prostitución, la dejaría? «Seamos realistas –contesta–. Hoy en día ni los que son profesionales, con una carrera, tienen trabajo. No hay trabajo, parece que hubiera, pero no hay trabajo. Yo soy una chica transexual, es muy difícil que a nosotras nos den trabajo. Seamos realistas, quitémoslos las máscaras de encima, porque los políticos, los policías lo saben: una mujer transexual es difícil que busque trabajo en el entorno laboral, porque hay mucha discriminación. ¿Si nos cierran a la prostitución, a dónde vamos? ¿Nos darán una jubilación anticipada? El Estado español no tiene ese dinero. Por eso, lo que queremos es ver alternativas, buscar una solución aportando nosotras a la Seguridad Social, cotizando como autónomas. Si nos legalizan, además, sería mejor, porque evitamos más delincuencia. Ahora lo que están haciendo es llamar a la delincuencia en el sentido de que habrá más chulos para empezar a vigilarnos, para ver si viene o no la Policía, para hacer que el cliente suba o no».

«Es lo que está pasando hoy en día en Francia: están peor las cosas. Quieren combatir a los proxenetas, pero lo que están haciendo es llamar a más proxenetas. La única solución es que nos legalicen para pagar nuestra Seguridad Social dignamente, porque es nuestro trabajo. Nosotras damos salud al público, el sexo es salud. Al legalizarlo se acabaría el tráfico de drogas, los proxenetas, la chulería de los chulos... porque, al estar legalizadas, las chicas van a estar más protegidas», añade.

El retrato que Verónica hace de sus compañeras es el de un sector que ejerce en sus propias viviendas o en habitaciones. Niega que existan proxenetas, aunque el concepto puede resultar bastante resbaladizo, porque lo relaciona con los chulos: «En mi caso, que yo vivo sola, no estoy obligada a prostituirme por otra persona o por intermediarios o por chulos. Trabajo por mi cuenta, porque a muchos clientes que ya me conocen en la calle, les digo: ‘¿qué prefieres aquí o en casa?’, y prefieren en mi casa por la discreción. Porque muchos están casados, tienen compromisos, tienen su trabajo, algunos son políticos que vienen también a buscar mis servicios y tanto del PP como el PSOE, que quieren quitar la prostitución, también vienen a ocupar los servicios de una prostituta. ¡Hasta dónde quiere llegar la falsedad de ellos mismos!».

¿Qué es lo que les asusta de la nueva ley? «El miedo es que no vamos a estar tranquilas trabajando. Vamos a tener a los policías encima de nosotras, en el sentido de que nos van a estar siguiendo y echándonos de todos los sitios. Digamos que al final los proxenetas van a ser los políticos y la policía, porque nos van a tener agobiando y exigiendo».  

Hablemos de clientes: «Se ve de todo: jóvenes, mayores, casados, solteros, políticos, no políticos, porque al final todos son hombres y vienen, como se dice, a desfogar», dice. ¿Se ha encontrado en situaciones de pasar miedo, de explotación? «El miedo es normal. Hay clientes chungos, sí que hay, pero ¿por qué los hay? Porque no estamos respaldadas por ninguna autoridad».

Por cierto, Verónica niega que haya trata de mujeres aquí; dice no conocer ni un caso. Pero sí existe. Y Marian Arias le rebate: «Situaciones de trata sí existen, la historia consiste en saber diferenciar lo que es la prostitución y la trata, que son cosas completamente diferentes. La trata es un delito que está perseguido, entonces las fuerzas tienen que ir a perseguir ese delito».

«Temen pasar a una situación mucho más vulnerable»

Marian Arias es cogerente de Askabide y psicóloga. Como organismo no trabajan en la clave de estar a favor o en contra de las distintas posturas existentes sobre la cuestión de la prostitución, pero sí ve algo claro: la necesidad de darles voz, de preguntarles directamente a ellas: «Realmente esta ley está provocando en ellas miedo, en el sentido de ‘no sabemos qué va pasar con nosotras: no sabemos qué va a pasar con el alquiler de las habitaciones, no sabemos nada’. Lógicamente vienen aquí asustadas. Piensan que pueden pasar a una situación muchísimo más vulnerable de lo que están ahora, de ilegalidad».

«Y luego el mismo concepto de cómo se están haciendo las cosas –añade–. Cuando surge la ley qué mínimo que contar con ellas, llevarlas a Madrid, hacer una comparecencia para que expliquen sus miedos, porque los marcos teóricos aguantan cosas que a veces en la práctica, en vez de mejorar la situación, la empeora. Entonces, el marco teórico de la ley puede ser estupendo, pero si quieres tomar solamente leyes punitivas, en vez de mejorar la situación de ellas, la vas a empeorar. Esto se merece un debate previo».

El perfil de la persona que ejerce la prostitución ha variado en los últimos tiempos. Mucho ha tenido que ver la pandemia; otro tanto, la entrada de las redes sociales. Hoy en día, aquí, la prostitución está deslocalizada en pisos. Incluso Askabide están realizando una investigación sobre la prostitución online, tan en boga últimamente, y tan difícil –más incluso– de controlar.

«Cuando llegué en Cortes, ahí estaban las mujeres que ejercían las prostitución en Bizkaia –añade Marian Arias–. Luego he vivido cómo se intentara desplazar a General Concha y no funcionó, he vivido los macroclubs en la recta de Ugarte, que siguen estando y, de hecho, son los pocos que se están salvando, y he vivido el tema de los pisos. Y he vivido el cambio de perfil total de ellas: porque antes eran todas nacionales, y ahora el 95% son extranjeras. En Euskadi la mayoría son latinoamericanas; es algo que nos hace diferentes del Estado, donde hay más chicas del Este».

Aquellas Cortes y las de ahora

María, la llamaremos así, ha venido acompañando Verónica a darle su apoyo. Ya está retirada, aunque la jubilación oficial no exista para este oficio. María ha conocido la que se podría denominar como la ‘época dorada’ de las Cortes y sigue manteniendo esa rebeldía tan de su época, cuando, recuerda, se hacían manifestaciones por el barrio y se enfrentaban a la Ley franquista de Vagos y Maleantes.

«Antiguamente, si había doce mujeres en el bar trabajando, se las llevaba a la comisaría y se les tomaban los datos. Había más de 300 clubs en la calle de las Cortes abiertos 24 horas prácticamente. Estaba el Nueva York, el Bataclán, el Colorín... era una época hermosa. Venían los Chichos, se celebraban cumpleaños, bautismos... la calle Cortes fue lo más grande que hubo aquí. Ahora es una pena, una vergüenza la verdad, lo que están haciendo con la pobre calle. Aquí en Cortes los impuestos tan altos como en la Gran Vía, pero aquí no arreglan nada, ni protegen a nadie, porque a las 7 de la tarde no se puede casi circular».

¿Qué piensa de su ex-colectivo? Que tienen que luchar, dice. «Es un trabajo normal y corriente, aunque cada una psicológicamente sabrá lo que lleva dentro», añade mirando para adentro.