Noemí Jabois y Ana María Guzelian (Efe)

Beirut se lame las heridas visibles de la explosión, pero las cicatrices permanecen

Este jueves se cumplen dos años de la explosión del puerto de Beirut, que dejó más de 200 muertos y 6.500 euros. Las heridas se van cerrando poco a poco, pero las cicatrices permanecen.

Columnas de humo en los silos del puerto de Beirut.
Columnas de humo en los silos del puerto de Beirut. (Marwan NAAMANI | DPA/EP)

Elias ha podido reconstruir su piso y equiparlo con enseres hechos por él mismo, pero la casa anexa a la suya continúa en ruinas al cumplirse mañana dos años de la explosión de Beirut, originada al lado de este barrio humilde que muchos residentes decidieron abandonar y que nunca volvió a ser el mismo.

Las calles de Karantina, adyacente al puerto capitalino donde se generó la deflagración que el 4 de agosto de 2020 causó más de 200 muertos y 6.500 heridos, están prácticamente vacías, a excepción de unos jóvenes que charlan en un cruce sentados sobre sus motocicletas y algún hombre que aprovecha la sombra de una cornisa o un árbol.

Uno de los chicos comenta que el barrio está ahora habitado principalmente por refugiados sirios y que la mayoría de las familias libanesas se mudaron tras la explosión, cuya huella es todavía visible en algunos inmuebles abandonados de esta zona recluida entre el mar y una autovía.

«Todos mis vecinos se fueron; vinieron después de la explosión, limpiaron la casa y se fueron [...] No mucha gente vino a vivir al área desde entonces», confirma a Efe el residente Elias, de 52 años y nacionalidad siria, pero afincado en el Líbano desde su juventud.

La limitada ayuda estatal

Sentado en el mismo salón en el que hace dos años le sorprendió la explosión, explica cómo salió despedido hasta la puerta y cómo el hecho de que ésta reventó hacia el interior le salvó la vida.

No todos los residentes de Karantina corrieron la misma suerte aquella fatídica tarde, en la que Elias tuvo que ayudar a transportar los cuerpos de sus propios vecinos.

«Mi apartamento quedó dañado de forma severa: los cristales, las ventanas, la nevera, la lavadora, la cocina en general quedó destruida y el balcón del otro piso. Como veis, la decoración de la casa está toda hecha por mí, no quedó nada», señala antes de mostrar en su teléfono móvil imágenes de la destrucción.

En su caso, recibió dos pagos por valor de 200 dólares en ayuda oficial del Ejército libanés, uno por cada uno de sus pisos fuertemente afectados por la deflagración. De las ONG que le contactaron tras el desastre, obtuvo asistencia alimentaria. «Estoy hablando de mi caso personal, no de todo el barrio», insiste Elias.

Muchos beirutíes tuvieron que reconstruir sus casas por sus propios medios o apoyados únicamente por organizaciones humanitarias, que cargaron con el grueso de la ayuda prestada a los afectados por la tragedia en medio de la grave crisis económica desatada en el país a finales de 2019.

Por parte de las autoridades, el Ejército libanés distribuyó en total el equivalente a unos 6,7 millones de dólares al tipo de cambio en el mercado paralelo, llegando a algo más de 27.000 unidades de vivienda, de las al menos 200.000 dañadas o destruidas en la ciudad y sus suburbios, según datos oficiales.

Tras la tragedia, Elias trabajó como fontanero con una ONG y les ayudó a colocar tanques de agua para los ciudadanos. «Ayudé a la gente y la gente me ayudó a mi, pero perdí mucho en este barrio», reconoce.

Convivir con el trauma

A unas cuantas calles de su casa, cuatro familias sirias siguen compartiendo el mismo piso en el que residían el 4 de agosto de 2020.

Los 20, incluidos varios niños, sobrevivieron con solo heridas leves, pero perdieron todos sus electrodomésticos y el apartamento quedó muy afectado, desperfectos que pudieron arreglar gracias a la ayuda de organizaciones no gubernamentales, explica a Efe Abdulá, de 28 años.

Sobre la puerta de la entrada hay una pegatina blanca con un número de identificación, como en las de miles de otras viviendas visitadas por el Ejército durante los meses que dedicaron a inspeccionar los daños en las zonas golpeadas por la onda expansiva.

Sin embargo, Abdulá asegura que ya han pasado más de nueve meses desde que miembros de la institución castrense visitaron su hogar y todavía no les han entregado ningún tipo de ayuda.

Los niños se asustan cuando ven el humo que se eleva de las cercanas ruinas de los silos ubicados en el puerto, donde un incendio causado por la fermentación de restos de trigo permanece activo desde hace semanas, pero han tenido que aprender a convivir con el trauma y el miedo a que ocurra otra explosión.

«Es muy difícil para nosotros mudarnos a otro apartamento, los alquileres son muy altos y todo el mundo está pidiendo el dinero en dólares, al menos 200 o 250 dólares. Aquí estamos pagando alrededor de 100 dólares, porque nuestro sueldo es en liras libanesas y no hay un buen flujo de trabajo», asevera el joven.