
Son las 22.30 y el hambre aprieta. Estás junto al Farolón y comienzas a otear el horizonte, en busca de un lugar donde cenar. Las cuadrillas de blusas y neskas suben desde el Ensanche, al ritmo de las txarangas, y las barras de la Kutxi y de San Francisco están llenas. Cada vez hay más gente, y tu estómago está más vacío. Un breve debate con la cuadrilla da pie a una decisión salomónica: ir a cenar a las txosnas.
Lo primero es decidir la ruta. Desde Alde Zaharra hay tres opciones para llegar al campus: bajar por Virgen Blanca y avanzar por San Antonio, tirar por Dato y cruzar por la estación, o echar a andar por Fueros. Tres caminos no exentos de complicaciones. La decisión final se deja en manos del destino, o mejor dicho, de la destilería. Irás por donde más fácil sea encontrar un bar que no haya sucumbido a la inflación.
Finalmente, comienzas a caminar por Fueros. El primer campamento base se establece a los 500 metros, una vez pasada la plaza, donde recibes el avituallamiento liquido. Sigues andando, te giras para comprobar que el grupo se ha dividido, y ya no sabes donde está el mallot amarillo, con el que identificas al portador del bote. Decides seguir en el grupo de los escapados, y ves al fondo las luces del túnel que salva el corredor ferroviario.
Aprietas el paso y haces un último esfuerzo. Por fin, has llegado a las txosnas. Ya no tienes hambre, pero no rechazas una cerveza.

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