Arnaitz Gorriti

Ejemplos de «sanciones ejemplares»: de la NBA a la silla de Krstic, pasando por Miribilla

Mientras que la FIBA o las competiciones domésticas han preferido acallar indignaciones con sanciones no muy altas, la NBA escarmentó a sus jugadores a partir del «Malice at The Palace» de Detroit, una tangana con 146 partidos en total de castigo y 11,5 millones de dólares en multas.

Ron Artest, siendo retirado por el staff de los Pacers en el «Malice at The Palace».
Ron Artest, siendo retirado por el staff de los Pacers en el «Malice at The Palace». (@EUROHOOPS)

Siempre que hay una tangana en una cancha, en este caso de baloncesto, se piden «sanciones ejemplares». Se aduce a las altas pulsaciones, la tensión del momento, la posible trascendencia de un partido... Y casi siempre con el paso de las horas y ya saturados por contemplar innumerables repeticiones de los «momentos más estelares» de las peleas en cuestión, este ardor sancionatorio suele asentarse. Eso no significa que estas trifulcas queden impunes, pero casi siempre la magnitud de los castigos es inferior a lo que se esperaba, sin que, por supuesto, aparezca quien haga gala del «agravio comparativo».

El último ejemplo es el del duelo de Euroliga entre Real Madrid y Partizan de Belgrado, una batalla campal que ha terminado con un lesionado y cuatro sancionados, amén de una multa poco más que simbólica para los dos clubes, en una suerte de decisión salomónica.

Sobre esta pelea, antes de conocer la noticia de las sanciones Jaume Ponsarnau opinaba en la sala de prensa de Miribilla. «Tenemos que lamentarnos mucho, lo que se transmitió fue una vergüenza. Seguro que los protagonistas harán una reflexión adecuada del poco ejemplo y las cosas malas que se transmitieron. Saber ganar y saber perder es parte del ejemplo del que nosotros debemos de responsabilizarnos», reflexionaba.

Alex Mumbrú, que después de haberlas tenido de muchos colores a lo largo y ancho de su carrera como jugador, cuando se ha puesto al otro lado de la barrera opinaba de forma tajante. «No es una buena imagen y debe haber ejemplaridad y de manera drástica para que no vuelva a suceder. Es algo que no enorgullece y empaña un poco lo bonito que es nuestro deporte».

El toro por los cuernos

Si alguna vez ha habido una sanción ejemplarizante en el mundo del basket, ese ha sido tras el «Malice at The Palace», la monumental tangana que protagonizaron los jugadores de Detroit Pistons e Indiana Pacers así entre ellos mismos como con buena parte del público aquel 19 de noviembre de 2004.

Después de una dura falta de Ron Artest –que años más tarde, antes incluso de cambiarse el nombre a Metta World Peace, recibiera tratamiento psiquiátrico para controlar sus explosiones de ira– sobre Ben Wallace, se montó una trifulca de empujones y amagos de pelea que quizá no hubiera pasado a mayores si Artest no se hubiera tumbado en la mesa de anotación y sobre todo, si un espectador llamado John Green, no se hubiera apostado 50 dólares con su compañero de asiento a que le pudiera acertar al entoces alero de los Pacers lanzándole un refresco.

Green acertó a darle a Artest y este saltó como un resorte en busca de quien hizo tal cosa. De hecho, el jugador de los Pacers se equivocó de víctima, pero dio igual; la batalla campal ya se había montado, con los jugadores de Indiana repartiendo puñetazos con varios espectadores, montándose un guirigay que no solo obligó a que se suspendiera el partido, con aquellas patéticas imágenes del entonces entrenador de los Pistos Larry Brown abroncando al público en vano, o el hoy entrenador jefe de Sacramento Kings Mike Brown llevándose a Ron Artest como si fuese un una res brava, tapándole la cara para que no se volviera y arremetiera contra los muchos que le estaban arrojando refrescos, palomitas o a saber qué.

Artest se llevó la fama, pero muchos cardaron la lana. Tanto es así que la sanción de la NBA fue verdaderamente ejemplar: 146 partidos de sanción para los participantes y un total de 11,5 millones de dólares de multa, casi todos para los jugadores de los Pacers. Artest, como era de esperar, fue quien pagó el pato principamente con 86 partidos, 30 a un Stephen Jackson que, muchos años después, en la serie sobre aquel Malice at The Palace que emitió Netflix todavía se ufanaba de los mandobles que fue repartiendo entre el público a cuenta de los supuestos –y no tan supuestos– «insultos racistas» que escuchó, 15 (originalmente fueron 25) a Jermaine O’Neal, seis a Ben Wallace y cinco a Anthony Johnson, mientras que Reggie Miller, Chauncey Billups, Derrick Coleman y Elden Campbell fueron suspendidos por un partido.

Pero las sanciones no se limitaron a la NBA: la retransmisión en directo por televisión se transformó en prueba criminal, y varios jugadores fueron condenados también por la vía penal. Artest, O’Neal, Jackson, Johnson y David Harrison, que no recibió condena alguna por parte de la NBA, fueron condenados a un año de libertado condicional, 250 dólares de multa, 60 horas de servicio a la comunidad –100 en el caso de Johnson– y la obligación de asistir a terapias de control de la ira. Además, cinco espectadores fueron también acusados de varios delitos penales, que terminaron con la prohibición de por vida a entrar a los partidos como locales de los Pistons.

Pocos meses después de la pelea, la NBA aprobó una serie de medidas para intentar evitar que espectáculos tan lamentables como ese volvieran a suceder: se limitó la venda de alcohol a solamente los tres primeros cuartos y también se aplicaron restricciones al tamaño (710ml como máximo) y a la cantidad (dos bebidas por persona). Además, cada equipo tenía que contratar a tres miembros de seguridad, que se colocarían entre los jugadores y el público, y todos los fans recibirían un código de conducta formado por nueve puntos, que hasta el día de hoy se distribuye y se anuncia por megafonía en todos los estadios.

También hubo cambios en la normativa sobre las peleas, e intentar golpear a un contrario ya suponía un partido de sanción automáticamente, que se convertían en 15 en caso de que el puñetazo impactara en el contrario.

Delante de un niño de seis años

Era marzo de 2015, un derbi en Miribilla que acabó con la victoria de Bilbao Basket sobre Saski Baskonia por 93-75. Después de haber estado temporalmente expulsado de la Liga ACB, Bilbao Basket consiguió reengancharse y con Sito Alonso en el banquillo y la conjunción de estrellas que supuso hacerse a precio de saldo con jugadores como Quino Colom o Marko Todorovic relanzó a los hombres de negro, al punto de hacer el derbi del Bilbao Arena un duelo en la parte alta clasificatoria.

Con el duelo decidido, 91-75 en el marcador, Dejan Todorovic, a sus 20 años y unas piernas capaces de saltar hasta la Luna antes de su calvario de lesiones, buscó un mate que levantara el público de Miribilla, sin atender que los árbitros habían pitado una falta previa sobre Colom, con solo siete segundos por jugarse.

Tornike Shengelia, que también andaba por ahí, quiso evitar a toda costa aquel mate y propinó una falta que se quedaba sin castigo por estar ya el juego parado, pero que fue la primera chispa de lo que ocurrió. Todorovic no tuvo mejor idea que buscar con su pecho el cuerpo de Shengelia, que en ese momento estaba de espaldas al alero serbio. Cuando el georgiano notó el empellón del jugador bilbaino, se revolvió propinándole un puñetazo en toda regla, con lo que se armó un Belén monumental debajo de la canasta en la que atacaban los hombres de negro, una canasta donde se encontraban la hoy difunta «amama» de Bilbao Basket y también Josu, un niño de seis años en aquel entonces, que asistía quién sabe si aterrorizado, paralizado o cómo, que hombres hechos y derechos de más de dos metros y 100 kilos se liaban a puñetazo limpio a menos de dos metros de él, incluyendo al exjugador de Bilbao Basket y en aquel entonces miembro de la directiva bilbaina, Sergio Sánchez, por más que su primera intención pareciera la de proteger a la gente allí reunida.

Los dos banquillos saltaron «como un solo hombre» ante aquel maremágnum; todos para pacificar, aunque algunos, como pudieran ser Ilimane Diop o Dairis Bertans, quizá entendieron mal el concepto de pacificar. En medio de la refriega, un espectador anónimo no tuvo mejor idea que bajar y sacudirle a traición una patadita al menor de la saga de los Diop, que por suerte no hizo ningún «derrote» hacia aquel «valiente» que tan de puntillas se fue como vino. Ilimane sí que intentó entrar a las bravas en la pelea con una silla en la mano, aunque por fortuna, el oportuno «body check» del entonces fisioterapeuta de Bilbao Basket Aitz Landaida y la providencial mano del capitán Fernando San Emeterio frenaron al gasteiztarra de Dakar.

El tumulto se fue aflojando y antes de que los árbitros echaran a todos los que habían saltado al parqué, amén de a Shengelia y Dejan Todorovic. Mientras, el entonces entrenador de Saski Baskonia, Ibon Navarro fue personalmente a disculparse con la «población civil» que estaba debajo de aquella canasta: Josu, su padre, la «amama» de Bilbao Basket y demás, al tiempo que ordenaba –y este cumplía la orden con las orejas gachas– a Shengelia a disculparse a su vez. Poco tiempo más tarde así Shengelia como Dejan Todorovic firmaban la paz con una disculpa pública.

En todo caso, la tangana de Miribilla se saldó con cinco partidos de suspensión para Shengelia, cuatro para Dejan Todorovic y 3.000 euros de multa para Dairis Bertans y los hermanos Ilimane y Mamadou Diop.

El remate de aquella decisión del Juez Disciplinario de la Liga ACB fue las cartas de protesta que tanto Saski Baskonia y Bilbao Basket enviaron, juzgando como excesivos los castigos resultantes de aquella tangana. Los dos clubes reclamaron que «el trato sancionador» fuera «exactamente igual» al de trifulcas precedentes y que «se permitiera» a los jugadores «seguir compitiendo».

Ante todo, recordaron que el último caso de similares características data de 2004 en un partido entre Real Madrid y el Estudiantes, que se zanjó «con multas de carácter económico»: Rubén Garcés fue sancionado con 3.000 euros, Moustapha Sonko con 500 y Hernán Jasen con otros 300.

Los recursos no prosperaron, pero se forjó una bonita solidaridad entre hermanos hasta entonces mal avenidos. «Lo que ha unido el Juez Disciplinario, no lo separe el Hombre», sentenció una mano anónima en Twitter.

Un sillazo en la cabeza

El último ejemplo ocurrió el 19 de agosto de 2010, en el Torneo Akrópolis de Atenas en vísperas del Mundial de Turquía, un duelo entre las selecciones de Serbia y Grecia disputado en un rebosante OAKA, que acabaría a falta de ¡ocho minutos! para el final, con 74-73 en el luminoso.

La cosa tenía ya antecedentes, sobre todo con muchos jugadores con muchas cuentas pendientes de las recientes Euroligas. Al final, una chispa tenía que prender y el heleno Antonis Fotsis –jugador de Panathinaikos– y Milos Teodosic –a la sazón, jugador de Olympiacos– tuvieron una enganchada que se fue calentando. Dimitris Diamantidis hizo amago de ir a pacificar, pero la idea le salió mal y un par de puñetazos algo ladinos de Teodosic hicieron estallar la hoguera.

Teodosic quiso hacerse a un lado, pero Fotsis tenía un carácter taimado parecido al de «Teo» y le cortó la retirada, con lo que el partido se paró con un enjambre de jugadores dándose sin piedad, entre ellos, un enorme Sofoklis Schortsianitis a un imberbe Nemanja Bjelica, que había tenido la desgracia de tropezarse y caer al suelo en mitad del tumulto.

El pívot serbio Nenad Krstic, en aquel entonces con muy buen cartel en la NBA, quiso «salvar» a Bjelica golpeando a «Big Sofo» por la espalda, pero cuando la mole griega se dio la vuelta, Krstic no tuvo ánimos de batirse en duelo singular y sí en retirada.

Asustados de la reacción de su compañero, los propios jugadores helenos trataban de frenar a Schortsianitis, que buscaba cortarle la retirada a Krstic, hasta que en estas Ioannis Bourousis, más tarde jugador de Saski Baskonia y de paisano en aquel partido por molestias físicas, decidía ponerse entre los dos pívots, buscando algo parecido a un alto a las hostilidades.

Y como siempre pagan justos por pecadores, Bourousis pagó las consecuencias sin comerlo ni beberlo: Krstic le arreó un sillazo en toda la cabeza provocándole una pequeña brecha y un imaginable cabreo. Los serbios consiguieron «retirar» a Krstic y «hacerse fuertes» en su banquillo mientras se calmaba la cosa, aunque un joven «espontáneo», al parecer operario del OAKA, sí que logró «infiltrarse» entre los jugadores «plavi», hasta que Milosavljevic, harto contenerlo, lo tumbó de un empellón. Afortunadamente, la cosa no fue a mayores. Eso sí, Krstic pasó la noche bajo custodia policial. «Cuando me atacan, me defiendo», declararía el pívot serbio días después.

Las sanciones de la FIBA, con el Mundial a punto de empezar, tuvieron mucho de salomónico: tres partidos para Krstic por aquel sillazo, y dos partidos para Schortsianitis, Teodosic y Fotsis. Todos ellos, incluso Bourousis, pudieron disputar el Mundial, aunque se perdieron los primeros partidos de la primera fase.

En el basket no abundan estas tanganas, pero de cuando en cuando suceden y seguirán sucediendo. Y entonces volveremos a pedir castigos ejemplares. Sea, pues, este pequeño catálogo de ejemplos sobre castigos ejemplares.