Por defecto, Fernando Trueba y Javier Mariscal filman como quien lleva la música dentro, son hijos de la estética desvergonzadamente pop de Saul Bass y del terciopelo que adorna, elegante y sin pretensiones, los mejores clubs de jazz.

En ‘Dispararon al pianista’, el tándem continúa con las formas de ‘Chico & Rita’, que elevaba nuestra sensibilidad a golpe de color y trazo suelto. Pero si en ‘Chico & Rita’ la sensualidad acompañaba a un melodrama marcado por el deseo y su imposibilidad, pura lembrança de amor, aquí Trueba y Mariscal desharán camino para enfrentar un vacío mucho más grave y absurdo.

Porque ‘Dispararon al pianista’ empieza persiguiendo un whodunit alegre y divulgativo (un atractivo crítico musical hace las veces de Tintín, entrevistando a las principales voces reales de la música brasilera de los 60), al tiempo que avanza sincopada y vivaz, como una pieza de bossa nova.

Pero su protagonista empieza a obsesionarse con un músico en particular, desaparecido en tiempos de la dictadura, y pronto una película que tiene ojos para todos empieza a descubrir los huecos que dejaron, todos los que hoy faltan. En su segunda mitad, Mariscal y Trueba renuncian a la música y calman el alegre bamboleo que les llevaba, para documentar muy seriamente una historia colectiva y social. Que su película pierda ritmo y se enfangue en un trauma que le va definitivamente grande serán los efectos colaterales de una decisión política consciente.